Pena son solo 4 letras, ‘p.e.n.a.’, que no valen nada y te lo quitan todo. Pierde la pena, y empezarás a tener poder.
Ese recuerdo del futuro, predicción precisa de la mano prodigiosa de Gaby, actuó en Delia como una inyección de adrenalina concentrada, y habiendo comprendido que el nivel competitivo de Niurka era mínimo en comparación, salió de primero del área del lavadero, de vuelta a la sala: “Es de mala educación dejar a las visitas esperando a solas”, se apresuró en justificarse.
Delia se sentía sobrada con la careta de Gaby puesta sobre su rostro. Tanto, que se quedó parada sin pena, en harapos y luciendo sin vergüenzas su pobreza, en la esquina diametralmente opuesta a la de Marlon, de brazos cruzados y defendiendo con firmeza sus posiciones.
Mientras Marlon, arrobado, se escurría la baba de tener en frente tan largas piernas, sin respetar siquiera que Niurka estaba sentada a su lado. Pero, ¿qué importa? Total, él era solo una distracción, una mota para meter en el ojo de Eduardo, que quizás ni siquiera sabía que lo estaban ensalmando tan vanamente desde lejos.
Pasaron por fin los 15 minutos de distracción que Niurka necesitaba, y ya Eduardo, que venía de sus clases de oboe, debía estar llegando a la puerta del edificio. A la carrera tomó a Marlon de la mano, y salieron de la casa de Delia; “Gracias, Delia. Después te cuento”
Delia la despidió con una sonrisa tan ácida y tibia de inviernos, que Marlon la tomó para sí, clavándosele en el corazón. Ya el daño estaba hecho. Delia sabía, en esos 15 minutos de hablar fruslerías, que Marlon estudiaba en el mismo colegio que Berta, su prima, y Marlon ahora sabía que Berta, a quien conocía de lejos, era su puente hacia Delia.
Delia se fue de nuevo en busca de Gaby, la sacó, pero no había palabras nuevas. Solo encontró una curvatura exponencial entre las líneas del cuaderno, como si el espacio – tiempo en las hojas hubiese reaccionado, a lo Einstein, a una poderosísima fuerza gravitatoria. La curvatura quedó en forma de sonrisa, una sonrisa retorcida que en todo se parecía a la de Delia, que rezumaba triunfo por ambas comisuras.
El resto vino solo, sin ella mover un dedo. Simplemente un día llegó Berta a la casa, y le dijo que había un nuevo integrante en su club de literatura. Otro de esos bobos que se meten más para encontrar pareja que para leer. Solo que este bobo llegó con un objetivo específico.
“Se llama Marlon, y está tras de ti. Si te interesa, ya nosotras tenemos un plan elaborado para lidiar con estos idiotas. Tu dime, y te lo sirvo de postre”
Por supuesto que Delia accedió. A ella le gustaba la labia de Marlon, en verdad era un tipo bastante interesante y nada mal de aspecto. Pero no le cautivaba de un modo especial. Estaba bien, pero no era para tanto.
El punto de Delia era vencer sobre Niurka, treparse sobre su inferioridad y apabullarla. En eso estaba su exaltación, el punto de su entusiasmo, y supo que había triunfado cuando una tarde, a la caída del sol, se la encontró en el ascensor y vio cuando a su rostro se le fueron los colores.
Niurka dirigió la mirada hacia el suelo, con los nervios de punta, sintiendo que el tiempo a su alrededor se le había congelado. Se notaba a leguas que repugnaba de la vista de Delia, que la odiaba con todas sus fuerzas. Delia sonrió, con ganas de decirle: “Pero tu misma me dijiste que Marlon era solo una distracción. Que tu interés era Eduardo”, cuando al fin la puerta se abrió en planta baja, y Niurka salió a la carrera, solo para tropezarse con Marlon de frente, al que tampoco saludó, y se fue corriendo en la dirección inversa.
“Creo que se molestó”, le dijo Marlon a Delia, con el rostro compungido.
“No le pares. Está celosa”, le respondió Delia, tomándolo de la mano y dirigiéndolo a la salida.
Esa noche iban a ir al centro comercial a ver una película.
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Editado: 22.06.2023