Querida Gaby

7. El poder de vender.

Para su extraordinario pasmo, fue allí, en ese preciso instante, cuando Delia descubrió que había tenido, durante todos estos meses, a un lobo estepario escondido en el armario. Cruel, mordaz y arrolladora, Gaby había sabido inyectar en Delia los resabios de su cáustica personalidad. Así que, al igual que Harry Haller, cuando Gaby le mostraba lástima a alguno, como lo hizo esta vez con Marlon, al que solía desgarrar con su cruenta tinta roja, entonces se invertían los papeles y era Delia la que sacaba las garras para despedazar.

Ella sabía que algún día le tocaría darle el zarpazo final a Marlon. Lo supo desde el principio, y no lo dudó.

Dejó pasar los meses, que la felicidad de sus respectivas graduaciones se fuese diluyendo en las aguas termales de agosto y que, con la llegada de septiembre y su entrada al instituto tecnológico, mientras ella entraba en la universidad, se fuesen ensanchando las distancias.

Marlon estaba resintiendo el creciente desgano de Delia, su desinterés cada vez más descarado, porque Delia descubrió que Gaby, como siempre, tuvo otra vez la razón: la universidad pululaba de Berenices. Todas ellas divas divinas, todas ellas con sofocantes aires de superioridad, todas con un papá millonario que habría podido comprarles 100 cupos en U.S.A. Pero, por si eso fuera poco, todas lucían novios galantes poseedores de enormes carrazos de último modelo, mientras Marlon aún seguía llevándola al cine en transporte público.

Marlon era un chico lindo, un romántico empedernido que mostraba un amor de dulzura fabulosa, tal como era de esperarse de un idealista que quería hacer obras de arte con las leyes de Maxwell, pero no mostraba ningún interés por aprenderse las leyes de manejo, esenciales para poder salir de noche con un carrazo enorme, como lo hacen los flamantes novios de las Berenices con su respectiva Berenice.

A Delia ese bochorno le molestaba tanto, que llegó el momento en que empezó a negar poseer un novio. En la universidad, los novios eran transacciones comerciales, no la otra mitad de tu corazón. Allí, decir “amor” hasta causaba risa.

Así que no pasó mucho tiempo antes de que a Delia se le dislocara la sesera, tornándose en una “Hermine” que finalmente se consiguió con su Harry, pero Styles, del mismo modo acostumbrado; sin habérselo propuesto seriamente, mucho antes de estar plenamente consciente de lo que hacía. Igual que como pasó con Marlon, ya Delia había seducido a su Harry Styles sin siquiera mover los dedos.

Ella solo tuvo que usar su personalidad “Gaby” en uno de los cafetines de la universidad, haciendo reír con su humor negro a sus compañeras de clases, y “Harry” la vio de lejos sin ella notarlo, quedando cautivado con esa ingeniosa personalidad. Esa misma tarde, “Harry”, junto con unos amigos, se le acercó a ella, que estaba con sus amigas en el pasillo de ingeniería, y allí empezó el cortejo.

En realidad, él se llamaba Raúl. Estaba en el 6to semestre de economía, y era hijo de un portugués que poseía una enorme ferretería.

De las materias en común pasaron a las risas, y de ahí pasaron a la familiaridad como si se conocieran de toda la vida. Todos se montaron luego en la flamante camioneta de Raúl, a ir a jugar pool en su casa, que resultó ser un enorme caserón de tres pisos en una buena urbanización.

La casa era fácilmente reconocible por la gigantesca bandera de Portugal que, en vertical, ondeaba desde el techo hasta el piso de esa casa, cubriéndola de nostalgia patria como si fuese una mantilla sobre el enorme rostro de una matrona de antaño acostada de perfil.

Esa tarde, Delia no le contestó a Marlon sus llamadas, y esa misma tarde comenzó la más espantosa de las pesadillas, que se prolongaría por dos largos meses. Él con sus terribles ataques de celos, y ella con sus mentiras cada vez más difíciles de creer, cada vez más absurdas en su vano intento por tapar tantas goteras que se hacían cada vez más grandes.

La libertad auto infringida que Delia se propinó con Raúl, ya no teniendo límites de espacio y horario, terminó por quebrantar cruentamente la relación de ella con Marlon, que terminó horriblemente entre sus fieros insultos de cornudo lógicamente decepcionado.

Delia quedó devastada, y tras tres meses de travesuras con Raúl, también quedó embarazada. Había comprendido por fin lo que Gaby le dijo aquella vez, que abrir las piernas le abriría las puertas.

De un solo plumazo, casi sin pestañear, Delia pasó de la miseria, a vivir en ese enorme caserón de tres plantas, con plenos derechos de familia, por ser la esposa del primogénito del portugués que es dueño de una enorme ferretería. Otro pestañazo, y ya Delia conocía la mitad de Europa, donde pudo entrar como Pedro por su casa, pues ahora Delia tenía nacionalidad portuguesa, y pasaporte de la comunidad europea.

Delia era ahora el nuevo orgullo de su familia, ocupando, al igual que Berenice, el sagrado pedestal de suma sacerdotisa de la santa alianza, por la gracia del dios Dinero.

Y a Gaby le gustó mucho su nuevo escondite en su nuevo armario, escondida en una caja de seguridad con cerrojo de combinación, como si fuese una joya cara.




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