Querida Gaby

9. El poder de crecer.

El primer shock que Delia ocasionó fue cuando abandonó la carrera, tan solo 3 semestres antes de finalizarla. El plan de ella era tomarse ese año de sabático, regresar a la universidad 12 meses después, cuando haya construido su atalaya con los despojos de sus enemigos. Pero eso no se lo dijo a nadie, porque guerra avisada no mata soldados, y ella no piensa tomar prisioneros.

Los quiere matar a todos.

A partir de ahora, ella no va a ladrar antes de morder. El que quiera saber si ella atacó, que en la oscuridad aguce el oído y la vista.

Donde esté el pobre desgraciado gritando de dolor, donde vean el mórbido charco de sangre, fue ahí donde ella mordió. Y mientras todos se aboquen a entrar en pánico, ella estará al acecho de su próxima presa.

Delia descubrió que así tenía la ventaja por sobre todos; sembrando el terror. Y a la primera que atacó, sin misericordia, fue a su suegra.

“Alicia es mi hija. A partir de ahora, ella estará con su madre.”, y a la vieja por poco le dio un infarto.

La señora se habría muerto entonces, si se hubiese enterado de que no volvería a ver a Alicia por 4 largos meses, y que la vería nada más que por 5 breves minutos. La señora se habría muerto, si se hubiese enterado de que Delia se la había quitado de las manos, para siempre.

Delia usó las paredes de un cuarto olvidado en ese enorme caserón, y el dinero de su marido, para hacerse un apartamento amoblado para ella y su hija. Raúl no puso peros, acalló todas las quejas y puso hasta el último centavo.

Viendo Delia que, en efecto, dependía demasiado de Raúl, se llevó a su hija de paseo, un largo paseo, en el que se encontró por “casualidad” con la Sra. Fátima, una vieja amiga de su suegro, a la que invitó para que se sentaran un rato a charlar.

Un rato que duró tres horas de labia seductora llena subterfugios, y de café en relucientes tasas, que fueron suficientes para lograr la magia.

“Yo no suelo dar créditos tan altos sin garantías, Sra. Delia. Pero tratándose de usted… Solo ser la nuera de Raúl, la esposa de Raulito, me parece que es suficiente garantía. Además, su idea es fabulosa. Sugiero que, de primer cliente, vaya usted al Hospital de Niños de Santa Jacinta. Allí tengo a una gran amiga.”

“¿En serio?”, dijo Delia, “¡Qué casualidad! Ese era precisamente el sitio en el que yo estaba pensando. Porque la directora del departamento de cardiología, es prima mía.”

“¡No puede ser! ¿La Dra. Berenice es prima suya?”

“Exacto”

“Pero ella es más fuerte que mi amiga, Sra. Delia. Si hubiese usted empezado por allí, yo le habría concedido el crédito hace dos horas”

“Dejé lo mejor para el final” le respondió Delia, mostrando sus relucientes dientes colmilludos.

Desde que Berenice vio las fotos de Delia en la torre Eiffel, el Big Ben y la puerta de Brandemburgo, esa primita empezó a existir para ella. Ahora Delia, en venganza, piensa usufructuar a Berenice hasta sacarle la última gota, por ser tan lambucia e interesada.

En cuanto a hoy, ya saciada de esta presa, goteando triunfo color sangre por las comisuras, Delia hizo un desvío en el camino, para hacer un opíparo mercado de chucherías y helados para ella y su hija.

Se encerraron en el apartamento, y nadie les vio las caras por cinco días. Excepto, claro, los que tenían de amiga a Delia en el Facebook, donde madre e hija mostraron sus sonrientes caras empatucadas de cientos de litros de helado, repleto de sirop de chocolate.

A ese ritmo, no habían pasado 2 semanas, cuando Delia y Alicia ya estaban locamente enamoradas la una de la otra.

La madre de Raúl ardía de celos, vivía con taquicardia, pero la sana paz se mantenía porque Delia no abría la boca más que para mostrar una sonrisa sin colmillos. Esa familia de recalcitrante raigambre portuguesa, mientras no escuchara ladridos, lo aceptaba todo, en especial de Delia, la mamá progenitora de la soberana emperatriz absolutista de la casa, cruel monarca totalitaria cuyos deseos eran órdenes para todos; la pequeña Alicia.

Delia no tardó en descubrir que esa cultura de complicidades en las tinieblas, donde se acepta todo y nadie dice nada, era precisamente su camuflaje para hacer cuantos desmanes quisiera. Solo 10 minutos más le tomó a Delia descubrir que ella era la última en usarlo.

Todos ya habían sacado ventaja de semejante inmundicia. En especial Raúl, su querido marido.

Fue Alberto, el hermano de Raúl, al que se le fue la lengua con tan solo un par de soleras verdes. Delia, ya picada de la curiosidad, lo invitó cordialmente a seguir tomando cervezas fuertes en la terraza de su apartamento, mientras en la sala, Alicia jugaba a las muñecas con unas amiguitas.

En efecto, las familias portuguesas son estructuras monolíticas que, una vez formadas, no deben agrietarse por ningún lado bajo ningún motivo. Llueva, truene o relampaguee, la familia debe permanecer unida, solo porque sí, porque así lo hicieron los bisabuelos y tatarabuelos. Así que ellos hacen lo mismo desde hace generaciones.

“Sin ir muy lejos, Delia, todos los hijos de mi papá son mis hermanos, y mi mamá los mira a todos como si fuesen sus hijos. Ella no se pelea con ninguna de sus madres, y todos somos como una gran familia.




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