—¿Cuándo podría empezar...? —le preguntó al gerente, un hombre de piel morena y sonrisa afable.
—Mañana mismo si es posible —ella asintió y se despidió del gerente.
Nora cruzó el pasillo yendo hacia el elevador donde subió y pulsó el primer piso, pero antes que las puertas se cerraran por completo un zapato se interpuso haciendo que ella levantara la mirada y lo viera de nuevo.
Jeremiah Beaumont ingresó al elevador junto a ella, se posicionó a su lado mientras tecleaba en su móvil. Siquiera se había percatado de Nora quién pensó la estaba ignorando.
Ella se mantuvo rígida durante los segundos que tardó el elevador descender hasta el primer piso, dónde ambos bajaron y cada quien se fue en diferentes direcciones.
Mientras salía del hotel, Nora no pudo evitar sentir un poco de envidia por los huéspedes allí hospedados. No podía imaginar lo maravilloso que debía ser pasar unas vacaciones en un lugar como ese. Pero se alegró de haber tenido la oportunidad de trabajar allí y se sintió agradecida por la ayuda que Sofía le había brindado en un momento de necesidad.
Se sentía feliz de haber conseguido empleo y solo quería que el día de mañana llegara rápido para empezar a trabajar en aquel majestuoso hotel.
Con esto en mente, Nora caminó por las calles de la ciudad con una sensación de esperanza en su corazón. Tal vez su futuro aún no estaba completamente decidido, pero sabía que había gente dispuesta a ayudarla cuando más la necesitaba.
Por otra parte, Jeremiah observaba desde la ventana mirando a la castaña que parecía marcharse del hotel. La mujer se veía diferente, tenía el cabello mucho más largo y caía en ondas suaves sobre sus hombros y espalda. Sus ojos eran de un verde intenso que parecían brillar bajo la luz del sol y su piel era suave y delicada, con un tono ligeramente bronceado. Tenía una sonrisa dulce y amable que iluminaba su rostro y hacía que sus mejillas se sonrojaran.
Nora tenía un cuerpo esbelto y atlético, con curvas suaves y bien definidas que resaltaban su belleza natural. Su ropa era sencilla y parecía ser de segunda mano, pero ella se veía cómoda y segura. Sin duda alguna era una mujer radiante y atractiva, que no necesitaba de muchos adornos para verse bien ya que su belleza natural resaltaba por sí sola. Y por lo visto parecía no ser el único que pensaba de esa manera.
Jeremiah pudo notar cómo algunos hombres se le quedaban mirando a Nora al pasar cerca, pero ella no se daba cuenta del efecto que causaba en los demás.
De pronto unos golpes en la puerta hicieron que Jeremiah apartara la mirada de la ventana y la posara en Dylan, su primo, quien sonrió al verlo. Pero no fu capaz de devolverle el gesto.
—¿Qué quieres? —inquirió Jeremiah sin mostrar emoción alguna.
Su semblante lucía tan inexpresivo que era difícil de entender lo que sentía. Se había enterado por medio de su madre que Dylan había vuelto de nuevo a la ciudad pero aquello no le importaba en los más mínimo. Por esa razón no se había sorprendido al verlo.
—He regresado de Londres, y esperaba verte al menos en casa al llegar pero todos tenían razón, no sales de aquí—dijo Dylan acercándose a él—. ¿Podemos hablar un momento? Serán cinco minutos, no te quitaré mucho tiempo.
—No hay nada de que hablar —espetó el rubio pero su primo insistió.
—Por favor, escucha lo que tengo por decirte. No tiene que ver con aquel tema —mencionó Dylan —. Ni siquiera tiene sentido explicarlo ahora...
—¿No te irás hasta hablar, cierto?
—Ya me conoces —respondió su primo.
Jeremiah suspiró y asintió. Los dos primos se dirigieron al sofá mullido que había en la estancia y se sentaron uno frente al otro.
Dylan parecía nervioso, algo poco común en él. Jeremiah lo observó detenidamente, tratando de entender qué era lo que estaba pasando por su cabeza. Desde pequeños, su relación había sido tensa y distante ya que ambos debían competir por el legado que dejaría su abuelo Malcom quien años más tarde había fallecido y dejó la herencia a su dos únicos nietos pero con la condición de tener un heredero.
Sin embargo, ninguno de los dos se había casado y esto hizo que Geoffrey, el padre de Dylan y tío de Jeremiah asumiera el puesto hasta que los herederos legítimos cumplieran con la condición impuesta por el abuelo.
Tener un hijo era la única manera de acceder a la herencia, pero aún ninguno de los dos parecían estar interesado en querer tener una familia.
Jeremiah siempre había sido el primogénito, el favorito del abuelo Malcom y el más exitoso. Dylan, en cambio, era el “otro primo”, el que nunca podía estar a la altura de Jeremiah y al que siempre comparaban con su primo.
No obstante, ambos tenía personalidades totalmente diferentes, mientras Dylan era el que todos amaban por su forma de ser, Jeremiah por otra parte era odiado por algunos ya que su actitud fría y distante no era bien recibida por muchos. Era una persona muy seria y calculadora, siempre pensaba antes de actuar y no se dejaba llevar por sus emociones. Esto lo hacía parecer distante y poco accesible para muchos, pero en realidad era una persona muy leal y confiable.
Por otro lado, Dylan era todo lo contrario, era una persona muy carismática y extrovertida que siempre estaba rodeado de gente. Era más impulsivo y actuaba según lo que sentía en el momento, lo que lo hacía más espontáneo y divertido.
—¿Qué quieres hablar? —preguntó Jeremiah, cortando el incómodo silencio que se había instalado entre los dos.
—Jeremiah, sé que nuestra relación ha sido difícil. Pero quiero arreglar las cosas, empezar de nuevo por el bien del negocio. Es lo que el abuelo hubiera querido —dijo Dylan con voz tranquila.