—¿Lo dice en serio? —preguntó Nora, y Jeremiah asintió —. ¿Pero por qué de repente me está pidiendo trabajar en su casa, señor?
—Confío en tus habilidades culinarias, y no suelo fiarme fácilmente de las personas. Además necesito una chef personal y no me arriesgaré en contratar cualquier desconocido —confesó él mientras encogía los hombros.
—Pero no soy chef, señor —comentó Nora.
—Por ahora no lo eres, pero he pedido al chef Elliot que te dé clases particulares los fines de semana. ¿Qué dices? —la miró esperando su respuesta.
La mención del chef hizo que Nora se sintiera incómoda. Últimamente había estado evitando al jefe de cocina, quien parecía mostrar interés en ella. Las palabras de Sam resonaron en su cabeza.
"El chef no te habría ayudado a terminar tu trabajo a menos que quisiera pasar más tiempo contigo".
—Bueno, yo... no estoy muy segura —pasó el dedo por el borde de la taza, dudando en aceptar lo que el director le estaba ofreciendo.
—Está bien, no necesitas darme tu respuesta de inmediato. Te daré algunos días para que lo pienses, ¿está bien? —ella asintió y Jeremiah se levantó de la mesa —. Nos vemos Nora, gracias por venir. Buenas noches.
—Buenas noches, señor.
Nora lo vio marcharse, y suspiró al estar a solas. Se quedó unos minutos más en la cafetería, perdida en sus pensamientos tratando de procesar toda la información que había recibido en tan poco tiempo. Aquella invitación a cenar quizá sería el comienzo de una nueva etapa en su vida, tanto laboral como personal.
Después de un tiempo, Nora regresó a casa junto a su pequeña hija, quien irradiaba una energía más vibrante que en días anteriores. La niña le relataba emocionada todo lo que había hecho en la guardería, mientras su madre la escuchaba atentamente mientras organizaba los productos en la despensa. Juntas habían hecho las compras para el hogar en el supermercado, una tarea que a Zoe le encantaba.
De repente, la niña preguntó con ojos suplicantes.
—Mamá, todos mis compañeros irán al campamento, ¿puedo ir yo también?
La madre la miró con ternura antes de responder.
—Cariño, aún no puedo asegurarte nada. Espera a que llegue el día y veré si te doy mi permiso, ¿de acuerdo? —La hija asintió y se retiró de la cocina con una expresión de resignación.
Nora se sintió mal por su pequeña, pero estaba tan ocupada con su trabajo que resultaba complicado encontrar tiempo para compartir con ella. Llegaba tan agotada a casa que apenas podía mantenerse despierta unas pocas horas antes de caer rendida.
Sin embargo, en ese momento decidió aprovechar unos minutos de su preciado tiempo para brindarle más atención a Zoe. Se dirigió a la habitación de la niña y al abrir la puerta se encontró con su semblante triste.
Aquella imagen encogió el corazón de Nora.
—Cariño —se acercó a ella y se sentó en la cama—. ¿Qué te gustaría comer hoy?
—Nada, mamá. No tengo hambre —respondió la niña mientras secaba sus lágrimas.
La madre la miró con preocupación y le preguntó.
—Cuéntame, ¿por qué deseas tanto ir al campamento?
—Todos dicen que es genial y nunca he tenido la oportunidad de ir —dijo la niña con melancolía—. Me aburro de estar siempre en casa.
Nora reflexionó por un momento y decidió animar a su hija.
—Bueno, ¿qué te parece si salimos a tomar aire fresco? Podemos dar un paseo y disfrutar del día juntas —propuso con una sonrisa.
La niña asintió emocionada, aceptando la invitación de su madre.
Madre e hija salieron del apartamento y se adentraron en las calles nocturnas de la ciudad. La niña, con su manita pequeña y delicada, se aferraba a la de su madre mientras exploraban los rincones iluminados por las luces de la urbe. Estaba fascinada por el brillo de los faroles y los destellos de los letreros, que creaban una atmósfera mágica y enigmática.
La brisa fresca de la noche acariciaba sus rostros, envolviéndolas en una sensación de paz y complicidad. Nora observaba con ternura a Zoe mientras caminaban bajo un cielo estrellado, disfrutando de esos preciosos momentos compartidos en la serenidad nocturna.
Durante las semanas siguientes después de su despido, Geoffrey se esforzó para recopilar pruebas en contra de su sobrino. Habló con uno de los doctores, un amigo íntimo que le contó algo que le serviría más adelante. Descubrió que cuatro años atrás, Jeremiah había visitado la clínica donde se llevó a cabo el procedimiento de criopreservación de semen.
No tenía idea por qué su sobrino había hecho aquello, pero presentía que se trataba para beneficio de la herencia del fallecido Malcom. Estaba seguro que Jeremiah tenía un objetivo detrás de todo eso y tarde o temprano iba a descubrir la razón verdadera. Tuvo el presentimiento de que Sussan, la madre de Jeremiah, estaba al tanto de todo lo que su hijo hacía.
Finalmente, llegó el día del juicio y Jeremiah estaba preparado. Presentó todas sus pruebas y testigos, incluyendo a varios empleados del hotel. Aunque Geoffrey intentó defenderse, sus argumentos eran débiles y poco convincentes. Al final, el juez falló a favor de Jeremiah y su tío Geoffrey fue condenado a pasar siete meses en prisión por fraude y robo. La reputación del hotel se mantuvo intacta gracias a los esfuerzos de Jeremiah por resolver discretamente aquel asunto.
—¡Me las vas a pagar! —vociferó Geoffrey mientras los guardias de seguridad lo arrastraban fuera de la corte.
Los presentes, incluyendo el juez encargado del proceso judicial, se levantaron para abandonar la sala de juicio.