Querida Hermana te Daré un Hijo

26

 

Cuando finalmente recobró la consciencia, Jeremiah se encontraba en una camilla, rodeado por el ajetreo de la enfermería. El rostro preocupado de Nora se reflejaba en la mirada del médico que lo examinaba en busca de señales de mejoría. Su voz parecía distante, como si se encontrara sumergido en una dimensión ajena a la suya.

 

Poco a poco, los recuerdos de aquel desvanecimiento regresaron a su mente, inundándolo de confusión y temor. ¿Qué le había sucedido durante ese lapso de inconsciencia? ¿Sería solo un incidente aislado o era el preludio de algo más grave? Jeremiah, usualmente tan infalible y seguro de sí mismo, se veía obligado a confrontar su propia fragilidad.

 

—Señor, ¿cómo se siente? —habló Nora al verlo abrir los ojos.

 

Él ladeó la cabeza atisbando hacia ella, quién parecía angustiada. Sin embargo, Jeremiah se sentó en la camilla y le dedicó una rápida mirada al médico, mientras este continuaba su examen y las preguntas se acumulaban en su mente, preguntándose si el golpe había sido grave.

 

—Un poco mareado, pero estoy bien —respondió llevando la mano a su cabeza notando que había una venda envuelta en su frente —. ¿Por qué me han colocado esto? 

 

Inquirió, buscando respuestas ante la confusión.

 

El médico explicó calmadamente que se trataba de una medida para reducir la inflamación en la zona afectada por el golpe. Le aseguró que el golpe había sido leve y que no había motivo para preocuparse, pero decidió mantener la venda como precaución. El alivio se apoderó de Jeremiah al escuchar estas palabras.

 

Nora asintió aliviada mientras observaba al médico terminar de hablar. Jeremiah agradeció silenciosamente que el golpe no hubiera tenido consecuencias más serias. Se sentía un poco mareado, pero por lo demás se encontraba bien. 

 

—Cualquier cosa tiene mi número, puede marcarme a la hora que sea, estoy disponible para usted, señor —dijo el doctor y Jeremiah posó una mano en su hombro, agradeciéndole. 

 

Abandonaron la enfermería, dirigiéndose a la oficina del director. Nora caminaba detrás de Jeremiah sin ser capaz de pensar en otra cosa que no fuera lo sucedido hace minutos atrás, verlo perder la conciencia fue el peor susto de su vida. No sabía qué hacer en ese momento y el pánico pareció haberse apoderado de ella.

 

—Jeremiah —la voz de Jong los hizo detenerse, el asiático se acercó y miró a su amigo notando la venda envuelta alrededor de su frente —. ¿Qué te ha sucedido? ¿Estás bien?

 

—Sí, tranquilo. Solo me he resbalado por las escaleras y golpeé mi cabeza, pero no es nada grave, no te preocupes —se limitó a responder Jeremiah, no quiso entrar en detalles.

 

—¿Has ido a la enfermería a...? 

 

—Venimos de allá, Jong —intervino Nora y él aludido asintió —. La verdad, ha sido todo mi culpa y lamento mucho este incidente.

 

El director ladeó la cabeza mirándola y negó con la cabeza.

 

—No lo es, Nora. Hice lo que cualquier otra persona habría hecho —aclaró él y Nora pestañeó varias veces para apartar las lágrimas de su ojos.

 

—Lo siento mucho, señor... —su voz salió en un hilo, estaba conteniédose para no llorar allí mismo.

 

Jong miró a Jeremiah y este solo le dedicó una mirada que su amigo pareció comprender. 

 

—Bueno, buscaré el auto para que puedas ir a casa a descansar —emitió retirándose del pasillo y dejándolos solos a ellos dos.

 

El director se acercó a Nora y alzó su mentón para que lo mirara. Sus ojos se encontraron y él pudo ver lo asustada que lucía ella, provocando que su pecho se oprimiera.

 

—Hey, estoy bien. Ya oíste al doctor, solo fue un leve golpe, no hay de que preocuparse. ¿Por qué lloras? —pasó el pulgar por su rostro y Nora apretó su labio inferior con fuerza, reprimiendo el llanto —. Ven aquí.

 

La envolvió en un cálido abrazo, acercándola suavemente a su pecho. Sus brazos la rodearon con ternura, proporcionándole un refugio seguro en medio de su dolor. Mientras ella sollozaba, Jeremiah acarició suavemente su espalda, tratando de transmitirle una sensación de calma y consuelo. Aunque Nora intentaba ocultar su rostro, era evidente que se encontraba profundamente afectada por lo ocurrido.

 

Sin embargo, para Jeremiah, abrazarla de esta manera parecía algo natural, como si siempre hubiera estado destinado a brindarle apoyo en momentos difíciles. En ese abrazo, sintió una conexión especial con ella, una conexión que trascendía las palabras y los gestos. Era como si sus almas estuvieran entrelazadas en ese instante de vulnerabilidad y comprensión mutua.

 

—Me asusté muchísimo, creí... creía que le había pasado algo grave... Y no supe que hacer —logró decir con la voz ahogada y Jeremiah la apretó más a su pecho.

 

—Entiendo, pero no pienses que ha sido tu culpa, ninguno de los dos la tuvo —emitió de manera que ella dejara de llorar.

 

—¿No está enojado conmigo? —inquirió luego de alejarse un poco de él para mirarlo a los ojos.

 

Su rostro estaba empapado de lágrimas, y Jeremiah se conmovió por la mujer.

 

—No, claro, no. ¿Por qué lo estaría? —suavizó su expresión y Nora pareció relajarse.

 

Unos pasos provenientes del pasillo, los hicieron separarse y al voltear miraron a uno de los empleados que venía en dirección a ellos. Nora secó rápidamente su rostro, que se encontraba rojo por el llanto.

 

—Señor, su auto está listo —informó el joven.

 

—Bien, iré enseguida. Ah, y por favor busca mis pertenencias en la oficina, y entregárselas a la señorita —ordenó señalando a Nora y el joven asintió retirándose.

 

—¿Guardará reposo como le indicó el doctor? —preguntó Nora quién ya se le veía sin un rastro de lágrimas en en rostro.




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