Querida Hermana te Daré un Hijo

29

 

Entraron a una de las habitaciones de la casa. El lugar estaba sumido en la penumbra cuando, de repente, las luces se encendieron, iluminando la estancia. Nora escudriñó minuciosamente el lugar y se percató de dónde se encontraba.

 

—Voy por el botiquín —mencionó Jeremiah, sin darle tiempo a que ella preguntara nada al respecto, y desapareció por una de las puertas que supuso era el baño.

 

Nora examinó detenidamente la habitación y se sintió invasiva al estar husmeando en algo tan personal como aquel espacio que emanaba un aura de poder y sofisticación. Era un espacio amplio y lujoso que reflejaba el estatus y gusto refinado de Jeremiah. Las paredes estaban decoradas con paneles de madera oscura, elegantemente tallados, que agregaban un toque clásico al ambiente.

 

En el centro de la habitación, se encontraba una imponente chimenea de mármol blanco, que añadía calidez y encanto a la estancia. A ambos lados de la chimenea, altos libreros albergaban una extensa colección de libros antiguos. Los miró de cerca, descubriendo que ambos tenían en común el gusto por la literatura. Tomó entre sus manos uno de los libros y escudriñó el título impreso en la portada.

 

Era una obra dedicada al vasto campo de la psicología.

 

Lo que le impactó fue constatar que la mayoría de los ejemplares abordaban un tema recurrente.

 

—Ansiedad —susurró en voz alta, pasando cautelosamente las páginas del libro.

 

Las palabras pronunciadas por la sirvienta afloraron en su mente, revelándole la magnitud del asunto. Supuso que aquel frasco repleto de medicamentos estaba destinado a mitigar la ansiedad. Sin embargo, le resultaba extraño que alguien de la envergadura de Jeremiah recurriera a tales fármacos.

 

Decidió colocar el libro de nuevo en su lugar, y caminó por el dormitorio mientras observaba atentamente cada detalle de la habitación, impresionada por la elegancia y el buen gusto que la rodeaba. Era un reflejo perfecto de la personalidad y el éxito de su jefe.

 

El mobiliario era impecable y de alta calidad. Un escritorio de roble macizo ocupaba un rincón, organizado con meticulosidad y repleto de documentos importantes. La silla giratoria frente al escritorio mostraba signos de uso constante, evidencia del arduo trabajo del director. 

 

Al otro lado de la habitación, un cómodo sofá tapizado en terciopelo oscuro se ubicaba estratégicamente junto a la ventana, ofreciendo una vista impresionante de la ciudad. Era el lugar perfecto para momentos de reflexión y descanso. Una mesa auxiliar cercana sostenía una elegante lámpara de escritorio, proporcionando una luz suave y acogedora durante las largas noches de trabajo.

 

Se acercó a una fotografía que reposaba en un estante cerca y contempló a dos personas en ella. Aparecía una mujer castaña junto a un hombre que se parecía mucho a Jeremiah. Este último lucía considerablemente joven, aunque inexpresivo como siempre. Su mirada cayó en la imagen adyacente, donde solo aparecía Jeremiah de niño y el mismo hombre de la otra foto.

 

Ambos tenían rasgos similares; de hecho, compartían el mismo color de ojos, diferenciándose únicamente por el tono más claro del cabello. El hombre tenía un castaño oscuro, mientras que Jeremiah era rubio.

 

—Era mi padre —soltó Jeremiah, tomando a Nora por sorpresa.

 

Nora giró la cabeza hacia él, con una mezcla de miedo y vergüenza por haber sido descubierta husmeando entre sus cosas. No sabía en qué momento había salido del baño.

 

Jeremiah se inclinó ligeramente, acercándose más a Nora. Esta se puso tensa pero intentó mantenerse firme, aunque se sentía nerviosa.

 

—Son muy parecidos —logró decir ella apenas—. ¿Hace cuánto... que falleció?

 

—Fue hace veintidós años que murió —respondió él mientras se alejaba de ella, dirigiéndose hacia la cama—. ¿Estás segura de querer ayudarme? No tendría problema en hacerlo yo mismo.

 

Nora notó cómo Jeremiah evitaba hablar más sobre su padre, lo cual le hizo comprender que era un tema delicado para él. Decidió no presionarlo y respetar su privacidad.

 

—Sí —afirmó ella —. Creo que le vendría bien una mano.

 

Se acercó a Jeremiah, quien estaba sentado en la cama, y sacó las cosas del botiquín; una venda nueva y el ungüento que le había recetado el doctor. Mientras Nora cuidadosamente le cambiaba la venda, notó que Jeremiah la observaba fijamente. Los latidos de su corazón se aceleraron, sintiéndose cada vez más nerviosa por la cercanía de su jefe.

 

Decidió romper el silencio y contar una anécdota graciosa para disimular sus propios sentimientos.

 

—Sabes, hubo una vez en la universidad que me metí en una pelea para defender a un amigo. Terminé limpiando las heridas de ese amigo en mi apartamento. Pero estaba tan nerviosa en aquel momento que mi mano temblaba como si tuviera vida propia. ¡Terminé echándole alcohol en los ojos! ¡Fue tan embarazoso! —contó Nora, riendo nerviosa mientras recordaba aquella situación.

 

Jeremiah la miró con una mezcla de sorpresa y diversión, disfrutando de verla vulnerable y divertida al mismo tiempo. 

 

—Eso suena bastante desastroso. ¿Cómo reaccionó tu amigo? —preguntó Jeremiah, dejando escapar una pequeña risa.

 

—Oh, se retorció de dolor durante un momento, pero después ambos nos reímos mucho. Al menos logré desinfectar sus heridas, aunque no de la manera más convencional —respondió Nora con una sonrisa, sintiéndose más relajada al compartir una historia divertida.

 

—Lo que cuenta es la intención, ¿No? —ella asintió sin borrar la sonrisa de su rostro.

 

Jeremiah no fue capaz de apartar su mirada de Nora, ya que su risa le parecía la más sincera y hermosa que había visto. Además, era algo que no podía pasar por alto, pues aquel simple gesto hizo revolotear algo en su interior.




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