Elliot se encontraba en el estacionamiento del hotel, respirando profundamente el aire fresco de la noche luego del arduo trabajo que había desempeñado esa día. Su móvil sonó, interrumpiendo su momento de tranquilidad. Sin embargo, una sonrisa se deslizó por su rostro al ver de quién se trataba, aquella mujer que siempre estaba en su pensamiento.
—Hola, mamá.
—Cielo, por favor no olvides comprar los medicamentos —le recordó, su voz ligeramente preocupada.
Elliot asintió, sabiendo lo importante que era para su madre recibir el tratamiento adecuado. Atravesó el estacionamiento con paso apresurado, ansioso por cumplir con esa tarea. Mientras se dirigía a la farmacia más cercana, su mente se llenó de pensamientos sobre los planes que tenía para esa noche con Jeremiah. Durante años, había esperado con anticipación ese momento y estaba decidido a cumplir con lo que se había propuesto.
Finalmente, encontró el local abierto y se adentró en la farmacia. Buscó los medicamentos prescritos por el doctor para su madre y los depositó con cuidado en el mostrador. Después de pagar a la amable cajera, salió de la tienda sintiendo un ligero alivio. Con los fármacos en su posesión, se subió a su coche y se encaminó hacia su hogar.
El viaje hacia casa fue tranquilo, con la calidez del interior del coche abrazándolo. Mientras conducía, Elliot no podía desprenderse de la verdad que su madre había guardado en secreto durante tantos años. Tres años atrás, justo antes de comenzar a trabajar en el hotel Beaumont, había descubierto esta revelación.
Al principio, le resultó difícil procesar la existencia de un hermano mayor. Sin embargo, conforme pasaba el tiempo, creció en él un fuerte deseo de buscarlo. En su mente, jamás imaginó la posibilidad de que su hermano fuera nada más y nada menos que Jeremiah Beaumont, el dueño del hotel en el que trabajaba.
Minutos más tarde, Elliot estacionó su coche frente al edificio donde vivía junto a su madre. Observó el apartamento espacioso que había adquirido hace algún tiempo con sus primeros ahorros. Recordó cómo tuvo que trabajar arduamente y estudiar al mismo tiempo para lograrlo. La vida nunca había sido fácil para él. Desde joven había tenido que lidiar con las responsabilidades de cuidar de su madre, quien luchaba contra una dolorosa depresión y había intentado quitarse la vida en varias ocasiones. Pero a pesar de los desafíos, Elliot mantenía una fortaleza y determinación innegables.
Abrió la puerta principal del edificio y subió las escaleras hasta el piso donde vivían. El sonido de sus pasos resonaba en el silencio de los pasillos, creando una atmósfera de paz y tranquilidad. Al entrar en su apartamento, se encontró con la imagen de su madre sentada en el sofá, esperándolo ansiosa. Sus ojos habían perdido el brillo, luciendo apagados y tristes.
Elliot se acercó a su madre, entregándole los medicamentos con suavidad. La abrazó con ternura, suspirando profundamente. Si bien había pasado por momentos difíciles y desafiantes, el amor y la dedicación que sentía por su madre nunca flaquearon. Juntos, habían superado obstáculos y se habían apoyado mutuamente en su viaje por la vida.
Aunque esta no había sido fácil.
—Aquí tienes, mamá. He traído tus medicinas —dijo Elliot con cariño.
Su madre asintió sin decir palabra y tomó las pastillas. Elliot se sentó junto a ella, sintiendo el peso de la responsabilidad y el cansancio acumulado durante todos esos años. A pesar de todo, estaba decidido a hacer todo lo posible para asegurarse de que ella estuviera bien.
Después de un rato, Elliot decidió prepararse para sus planes de esa noche. Se dirigió al baño y tomó una ducha rápida, luego entró a su habitación y se vistió casual. Se miró en el espejo y tomó una bocanada de aire, como si hacer aquello le infundía valor. Había estado preparándose para ese momento, pero todo lo que había pensado decirle se había esfumado desde el día que lo había conocido.
Jeremiah había sido un hombre reservado e inexpresivo, poco dado a la comunicación. Optaba por resolver sus propios problemas sin perturbar a otros, al igual que su madre.
Así que había sido difícil acercarse a él y contarle que compartían la misma sangre.
Cuando salió de su habitación, Elliot se encontró con su madre durmiendo en el sofá. La arropó con una manta y se acercó para besarle la frente. Ella se removió al sentir su contacto y abrió los ojos, mirándolo.
—¿A dónde te diriges, cariño? —preguntó con una voz cansada.
—He quedado con unos amigos, mamá —dijo Elliot—. Nos vemos más tarde.
—Conduce con precaución, querido.
Él asintió mientras se dirigía hacia la puerta, echando una última mirada a su madre, quien no tardó en volver a dormir. Se sentía mal por engañarla, pero no quería que su madre se ilusionara sin antes asegurarse de que Jeremiah supiera la verdad. Luego, salió del apartamento y se dirigió al restaurante donde había acordado encontrarse con el director.
Cuando Elliot llegó al restaurante, se encontró con Jeremiah, quien lo había estado esperando pacientemente en una mesa junto a la ventana. Elliot se acercó y se sentó frente a él.
—Espero no haberlo hecho esperar demasiado —dijo Elliot, disculpándose por la posible demora.
—No te preocupes, no he estado aquí mucho tiempo —respondió Jeremiah con una sonrisa cansada—. Ha sido un día agotador, así que agradecería que me digas por qué me citaste aquí.
Elliot recordó el propósito de su encuentro y la oportunidad que tenía esa noche para revelar la verdad. Su mente empezó a divagar hacia su madre, recordándole la razón por la cual estaba allí; el temor de perderla y no poder cumplir con la promesa que le había hecho.