Querida Hermana te Daré un Hijo

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Aquella mañana, Jeremiah despertó experimentando un intensísimo dolor de cabeza a causa de haber pasado la noche en vela. Le había resultado imposible conciliar el sueño debido a su insomnio, su mente daba vueltas al mismo asunto una y otra vez. No podía creer que Joseph lo hubiese traicionado de esa manera; aunque comprendía sus motivos para solucionar sus problemas económicos, hubiese preferido que Joseph le contara lo que estaba pasando y le pidiera ayuda. Sin embargo, había actuado mal, había sido deshonesto.

 

Durante el día, Jeremiah se sintió agotado y, aunque tenía trabajo por hacer en el hotel, decidió quedarse en casa y terminar las tareas pendientes desde allí.

 

Se tomó una ducha fría para aliviar el dolor de cabeza y después se dirigió a la cocina a buscar algo de comida. Tenía un hambre voraz. Sin embargo, al abrir el refrigerador se dio cuenta de que no había hecho la compra y solo encontró un par de rebanadas de pan.

 

Suspiró hondo.

 

Su estómago rugía de hambre, lo cual solo empeoraba la migraña que le provocaba el hecho de tener que salir de casa a buscar algo de comida. No estaba acostumbrado a cocinar a menos que estuviera en casa de su madre. 

 

Pensó en pedir comida para llevar, pero descartó la opción al recordar que era domingo y los locales de comida rápida no abrían los fines de semana. Rendido a morir de hambre, Jeremiah se tumbó boca arriba en el sofá, mientras se masajeaba la cabeza que parecía a punto de estallar en cualquier momento.

 

Cerró los ojos, aliviando un poco su malestar.

 

La situación del día anterior lo había afectado de alguna manera, causándole insomnio, y como consecuencia había despertado de mal humor y el hecho de no haber comido nada solo empeoraba su estado de ánimo.

 

De repente, Nora vino a su mente y entonces encontró una solución a uno de sus problemas del día. Además, mientras más tiempo estuviera con ella mejor sería llevar a cabo el plan por el cual se había acercado a la ex novia de su primo Dylan.

 

Agarró su celular y marcó el número de su empleada, quien contestó al segundo tono.

 

—¿Hola? —dijo Nora.

 

—Buenos días, Nora. Lamento llamarte hoy, sé que es tu día libre, pero necesito un favor tuyo —dijo el director, esperando no arruinar los planes de ella.

 

Nora apartó la mirada de su hija, que estaba sentada junto a Sofía. Ese día habían planeado salir a comer a uno de los restaurantes favoritos de la niña, así que al escuchar a su jefe, no pudo sentirse mal por el cambio repentino de planes.

 

Pero no podía negarse, después de todo, era parte de su trabajo.

 

—Claro, no hay problema. Dígame en qué puedo ayudarle, señor —ofreció, dispuesta a ayudar.

 

—Hoy trabajaré desde casa, estaré ocupado y necesito que prepares la comida. ¿Crees que puedes venir? —preguntó Jeremiah, esperando que aceptara.

 

Nora mordió su labio inferior, debatiéndose si debía ir o no. No pudo evitar mirar a sus acompañantes, que la observaban atentas.

 

—De acuerdo, estaré allí en unos minutos —aseguró, colgando la llamada.

 

—¿Quién era? ¿Tu jefe? —preguntó Sofía mientras metía una papita frita a su boca.

 

—Sí, me necesita hoy. Lo siento, chicas, pero el trabajo llama —les regaló una mirada de disculpa.

 

—Pero mamá, dijiste que hoy era nuestro día —la niña hizo un puchero.

 

Su madre acarició su mejilla, sintiéndose mal por decepcionarla.

 

—Lo sé, cariño. Lamento no poder quedarme con ustedes, pero prometo que otro día haremos planes para salir, ¿vale? 

 

—¿No puedes rechazar el trabajo cuando tu jefe te llame los sábados y domingos? —quiso saber la niña, mirándola fijamente—. Deberías decirle que los fines de semana son para nosotras.

 

Nora sonrió y apretó suavemente las mejillas de su hija. Aunque Zoe apenas tenía cuatro años, era muy lista para su corta edad.

 

—Está bien, se lo haré saber, ¿Sí? —la niña sonrió, algo descontenta—. Nos vemos más tarde.

 

Dijo mientras se levantaba de la mesa y se colgaba el bolso al hombro.

 

—¿Puedo ir contigo, mamá? —preguntó la niña.

 

—Lo siento, cariño, pero tienes que quedarte. Además, ¿vas a dejar sola a la tía Sofía? —la pequeña se volvió hacia su amiga, y esta puso una expresión triste.

 

—No, pero... ¿podrías ir también con nosotras? —preguntó.

 

—¿Qué te parece si nos quedamos y luego de comer vamos al parque? —propuso Sofía, para distraer a Zoe, que parecía no estar dispuesta a dejar ir a Nora.

 

—Está bien —aceptó la niña finalmente, convencida de que divertirse era mejor que ir con su madre.

 

Nora se despidió de ambas después de depositar un beso en la mejilla de su hija, y abandonó el establecimiento donde inmediatamente abordó un taxi. Le indicó al conductor la dirección, y este se puso en marcha hacia la residencia de Jeremiah. No les llevó mucho tiempo llegar a su destino, Nora salió del automóvil tras pagarle al conductor y se dirigió hacia la entrada de la mansión.

 

El guardia de seguridad le permitió el paso tras confirmar que era esperada por el señor Jeremiah. Nora se adentró en el precioso jardín, maravillada por la cantidad de flores que lo adornaban. Se sentía como si estuviera en un cuento de hadas, transportada a otro mundo. Tras tocar el timbre de la puerta, apenas tuvo que esperar un par de minutos antes de que fuera abierta por uno de los sirvientes de la casa.

 

—Buenos días, señorita —la saludó el amable hombre de cabello plateado.

 

—Buenos días —respondió ella con una sonrisa en los labios.

 

El hombre mayor la guió hasta la sala de estar y le informó de que Jeremiah la estaba esperando en su espacio de descanso, un lugar que Nora desconocía por completo.




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