—Es sencillo —dijo él—. Pero si necesitas ayuda, estaré en el amplio jardín.
—De acuerdo, gracias —le sonrió, y el señor se giró para retirarse, pero Nora lo detuvo —. Ah, olvidé decirle que el señor Jeremiah no se siente bien.
—¿Qué le ocurre? —preguntó Esteban.
—No estoy segura, ha mencionado que era migraña pero creo que podría tratarse de algo más serio —murmuró preocupada.
Nunca antes lo había visto tan agotado.
—Tranquila, lo más probable es que sea un simple resfriado. Escuché que anoche estuvo un buen rato en la alberca. Aun así, me aseguraré de llevarle medicamentos —ella asintió.
Nora suspiró al quedar sola en la cocina, se había sentido un poco mal al ver a Jeremiah en ese estado, pero le aliviaba saber que la razón de su repentino resfriado. Antes de ponerse manos a la obra, le escribió a Sofía para preguntarle por Zoe pero al ver que esta no le respondía de inmediato, decidió comenzar con su labor.
A pocos metros de distancia, Gisell vigilaba a Nora, atenta a cada movimiento de la mujer. Su deber en la mansión era cuidar de Jeremiah, por lo que siempre estaba pendiente de todo lo que ocurría allí para asegurar su bienestar. Por eso, no confiaba en ninguno de los empleados. Al fin y al cabo, eran personas y podían resultar deshonestas.
No permitiría que nada ni nadie le hiciera daño a Jeremiah, no otra vez.
Su vida había estado en peligro y no podía permitir que se acercaran a él con malas intenciones.
Su mirada se mantuvo fija en Nora, quien se movía ágilmente en la cocina. Desde que la había visto, Gisell había sentido curiosidad por ella. Todos en la mansión estaban al tanto del incidente que había ocurrido años atrás, lo cual los llevó a tomar precauciones y desde entonces Jeremiah no había vuelto a comer nada que no fuera preparado por su madre. Pero aquel día, le había sorprendido escucharlo mencionar a una tal Nora que se encargaría de la comida.
Gisell se preguntó por qué Jeremiah de pronto depositaba su confianza en una mujer que no conocía en absoluto. Sin embargo, se aseguraría de investigar quién era y proporcionarle esa información a la señora Sussan, la madre de Jeremiah.
Terminada la preparación de la comida, Nora abandonó la cocina y ascendió las escaleras hacia el segundo piso de la magnífica mansión. Se dirigió al dormitorio donde había dejado a Jeremiah, sin embargo, al abrir la puerta se encontró con la desoladora imagen de la habitación vacía. Confundida y sin saber qué hacer, salió al pasillo en busca de algún rastro de su jefe.
Para su buena fortuna, avistó a una de las sirvientas y decidió acercarse a ella. La mujer, visiblemente fatigada, parecía no haber descansado lo suficiente.
—Disculpe, ¿sabrá usted dónde se encuentra el señor Jeremiah? ¿Lo ha visto? —preguntó Nora con educación.
—Está en su habitación —respondió la mujer, sin darle demasiada importancia, y se fue sin más preámbulos.
Nora asintió para sí misma, notando que todos en la mansión parecían tener una ligera apatía en su actitud.
Restándole importancia a la situación, emprendió su camino hacia la habitación, afortunadamente recordaba su ubicación. Sin embargo, al haber tantas puertas en el pasillo, le resultó difícil identificar cuál era exactamente la puerta de la habitación de su jefe. Aun así, unos ruidos procedentes de una de las puertas le indicaron que esa era la correcta.
Golpeó suavemente con los nudillos en la puerta y esta fue abierta pocos minutos después por una mujer lo suficientemente mayor. La señora lucía una elegante y sofisticada vestimenta, un vestido de seda negro, un collar de perlas blancas y zapatos de tacón alto a juego. Su cabello estaba recogido en un impecable moño, y llevaba consigo un bolso de mano de diseño.
Su indumentaria irradiaba riqueza. Nora podía asegurar que lo que llevaba puesto la señora costaba más que su sueldo anual.
Deduciendo por su rostro maduro, Nora supuso que se trataba de la madre del director. Aunque no había ningún parecido evidente con Jeremiah, pensó que tal vez se parecía más al padre. Nora se quedó observándola fijamente, hasta que se dio cuenta de que llevaba un buen rato sin pronunciar ninguna palabra. Aclaró su garganta antes de hablar.
—Le he traído el estofado que me pidió el señor...
—¡Cuarenta y cinco minutos te ha llevado preparar un simple estofado! —exclamó la señora Sussan mirando con desdén el reloj de su muñeca y luego bajando la vista hacia la bandeja—. ¿De veras crees que mi hijo se comerá esto?
—¿Qué... qué tiene de malo? —cuestionó Nora, sorprendida por la peculiar manera en que aquella mujer apenas conocida se dirigía a ella—. He seguido las instrucciones que me dio el señor Esteban y estoy segura que ha quedado como le gusta al señor Jeremiah...
—No subestimo tu capacidad, querida. Sin embargo, es improbable que no hayas sido capaz de discernir la diferencia entre el refinado paladar de mi hijo y el tuyo.
—¿Disculpe? —la miró con ofensa, sin entender por qué la trataba de manera tan grosera.
Ella no podía creer que le había dicho que su paladar no era refinado.
Nora estaba a punto de pronunciar alguna palabra, cuando inesperadamente, el rostro de Jeremiah hizo su aparición en la puerta. Una amplia sonrisa se dibujó en sus labios al ver que, además del estofado, en la bandeja también había un apetitoso y tentador pastel de zanahoria que, tan solo con mirarlo, hacía que sus papilas gustativas se hicieran agua.
Estaba a punto de probar un delicioso pedazo de pastel cuando su madre lo detuvo de repente, evitando que llevara el cubierto a su boca.