—Cumplirá cinco dentro de unos meses —respondió Nora.
—Es increíblemente inteligente para su edad. Seguro ha heredado eso de ambos. La ciencia dice que la inteligencia se transmite a los hijos. Debe ser una niña afortunada tener padres tan talentosos.
Nora se dio cuenta de que todos asumían que estaba casada por tener una hija. Quiso dejar claro su estado civil sin mentir.
—Bueno... en realidad no vivo con el padre de Zoe —dijo un poco cohibida ante la reacción de Marlene y Elliot, quienes la miraron sorprendidos.
Marlene mostró sorpresa y Elliot mostró intriga.
—¿No estás casada? —preguntó Marlene, entendiendo que pocos hombres asumen responsabilidad.
—No, no estoy casada. De hecho, no conozco al padre de Zoe —comenzó Nora, pero se apresuró a corregir sus palabras para evitar malentendidos—. Quiero decir que fue concebida por inseminación artificial.
Explicó sin entrar en detalles, considerando innecesario contar la razón detrás de su embarazo.
—¿De verdad? —asintió Nora, otorgando credibilidad a sus palabras—. Supongo que no ha sido fácil cuidar de ella sola. ¿Cómo te las arreglas para cuidar de la niña y trabajar al mismo tiempo?
—Bueno, está en cuidados diarios los días de semanas —respondió —. Y no, realmente no ha sido fácil, pero su llegada le ha dado color a mi vida después de pasar por muchas situaciones difíciles.
Marlene puso su mano sobre la de Nora y la apretó con cariño. Admirando su fortaleza y dedicación.
—Lo has hecho bien, linda. No tengo dudas al respecto —le regaló una sonrisa compasiva y Nora le correspondió el gesto.
—Supongo que sí —murmuró.
Los tres continuaron con una conversación trivial. Nora se sentía cómoda con la madre de Elliot, le parecía una mujer agradable y empática. Por otro lado, Elliot no pasó por alto el hecho de que Nora no estaba comprometida con nadie y pensó que nada le impedía invitarla a salir.
Decidió hacerlo en otra ocasión, evitando mencionarlo frente a su madre.
Minutos más tarde, Nora y Marlene se despidieron y Marlene invitó a Nora a comer en su casa. No pudo rechazar la amable invitación.
Elliot y su madre abandonaron el parque, dejando a Nora sola. Observó cómo se alejaban hasta que desaparecieron por una calle. En ese momento, su atención fue captada por la figura de un hombre vestido de negro tratando de ocultarse entre los arbustos, aunque era perfectamente visible para cualquiera que pasara por allí.
La presencia del hombre le pareció extraña e inquietante, generando dudas en su mente. Sin embargo, antes de que pudiera investigar más, su teléfono móvil empezó a sonar, interrumpiendo sus pensamientos.
Frunciendo el ceño, Nora miró la pantalla y se sorprendió al ver un número desconocido.
—¿Hola? —contestó con cautela.
—Buenas tardes. Somos de la clínica de fertilidad. ¿Es usted Nora Miller? —habló una voz femenina al otro lado de la línea.
—Sí, soy yo —respondió Nora con curiosidad.
—El doctor Jones ha solicitado verla mañana en su consultorio. Tiene algo importante que discutir con usted —informó la recepcionista.
—¿El doctor Jones? —repitió Nora, confundida por la urgencia de la cita—.¿Qué es lo tan urgente que necesita decirme?
—No tengo los detalles exactos, señora. Pero es un asunto importante —aseguró la recepcionista.
—Bien, iré a su consultorio entonces — accedió Nora, sintiendo cierta intriga y preocupación.
—Gracias por su disponibilidad. Que tenga una buena tarde —concluyó la recepcionista antes de finalizar la llamada.
La incertidumbre sobre el motivo por el cual el doctor Jones quería verla la mantuvo despierta durante toda la noche, preguntándose qué sorpresas le depararía la visita al consultorio al día siguiente.
Aquella mañana, Nora recibió una llamada de su jefe, quien le encargó preparar la comida debido a la llegada de unos invitados especiales a la mansión. No tardó en llegar a la residencia, donde el vigilante le permitió el acceso al enorme jardín, que siempre encontraba fascinante a pesar de haberlo visto varias veces.
Aquél día se había despertado de buen humor, tal vez debido a que su pequeña hija la acompañaba y no había soltado su mano desde que salieron de casa.
No tuvo más opción que llevarla con ella, ya que el jardín de infancia al que asistía Zoe estaba siendo remodelado y estaría cerrado durante al menos dos semanas. Aunque Sofía se había ofrecido a cuidar a la niña, surgieron problemas familiares inesperados y tuvo que regresar a la ciudad. Despedirse de ella por segunda vez después de haber pasado unos días juntas entristeció a Nora, pero entendió que la familia de Sofía la necesitaba. Sin embargo, Zoe todavía no comprendía por qué su tía se había ido. Desde que se enteró de la partida de Sofía, la niña no había parado de llorar. Estaba tan acostumbrada a ella que le afectó mucho tener que despedirse.
Bajó la mirada y observó a su hija.
—Cariño, quiero que te comportes y, por favor, no entres en ninguna de las habitaciones a menos que estés conmigo —habló Nora y su hija asintió, escuchando nuevamente las palabras repetidas de su madre—. Tampoco toques nada, lo último que querría es tener que pagar algún objeto de valor.
—¿Tardarás mucho, mamá? —preguntó la niña mientras se dirigían a la puerta de entrada.
—No estoy segura, depende de lo que tenga que hacer. Pero en cuanto termine, volveremos a casa, ¿de acuerdo?
—Está bien.
Entraron en el interior de la mansión, que se encontraba vacía. No parecía haber ningún empleado presente, ni siquiera el amable señor que la había recibido la última vez, lo cual le resultó extraño. Supuso que debía ser su día de descanso.