Querida Hermana te Daré un Hijo

51

 

Después de la cena, los Beckham se retiraron del comedor, disculpándose con Nora por no poder quedarse unos minutos más con ellos. Sin embargo, estaban exhaustos por el largo viaje y ansiaban recuperar sus energías. Katherine se despidió cariñosamente con un beso en la mejilla, un gesto que tomó a Nora desprevenida. Era una mujer afectuosa y lo había demostrado esa noche. A diferencia de su esposo Luca, quien solo hablaba cuando era necesario y se dedicaba a disfrutar de la cena.

 

—La comida ha sido exquisita, gracias —habló Jeremiah una vez que se quedaron a solas con Nora.

 

Zoe se había quedado dormida y apenas había probado bocado, lo cual preocupó a su madre, pensando que quizás estaba enferma o algo por el estilo. Pero la verdad es que la niña se había comido un dulce que le había ofrecido Katherine.

 

—Todo se debe a ti, tienes un talento innato para la cocina, ¿sabes? —dijo ella, a lo que Jeremiah respondió con una divertida negación.

 

—Te sorprendería descubrir mis otros talentos, aunque no me gusta presumir de ellos, me defiendo mejor que en la cocina —comentó mientras se recostaba en la silla, mirándola de reojo.

 

—¿De verdad? ¿Qué otros talentos tienes? —preguntó interesada.

 

Jeremiah pareció pensarlo por un momento, pero luego se levantó de la silla y le extendió la mano.

 

—¿Vienes conmigo?

 

Los ojos de Nora se posaron en su pequeña hija, que dormía plácidamente en el sofá.

 

—Pero Zoe está dormida y si no me ve cuando despierte se asustará...

 

—Puedo cargarla en brazos hasta la habitación de huéspedes, está cerca de mi estudio y si despierta estarás cerca de ella —dijo él, como si tuviera la solución perfecta.

 

—Está bien —respondió ella con una sonrisa.

 

Su jefe se acercó a la niña y la recogió en sus brazos, colocándola cuidadosamente sobre su hombro para evitar que se despertara. Nora observó la delicadeza con la que Jeremiah trataba a Zoe y una sonrisa se dibujó en sus labios. Aquella imagen despertó algo en su interior, una sensación agradable que persistió durante toda la noche.

 

Caminaron hacia las escaleras y subieron al segundo piso de la mansión, recorriendo el largo pasillo hasta detenerse frente a una de las muchas puertas. Al abrirla, fueron recibidos por una habitación bañada por la luz de una pequeña lámpara de noche. Una cama se encontraba en el centro, junto a un sofá blanco y un armario junto a la ventana.

 

Con cuidado, Jeremiah depositó a la niña en el colchón y la arropó con una manta de algodón.

 

—Dejaré la luz encendida y la puerta abierta —dijo él mientras ella asentía.

 

—Sí, aunque no creo que se despierte todavía. Parece muy cansada —añadió Nora, dándole un beso en la frente a su hija, quien ni siquiera se movió.

 

Abandonaron la habitación y entraron al estudio de Jeremiah, lugar donde se encontraban sus obras de arte. Había desde esculturas de arcilla hasta pinturas en óleo y bocetos sin terminar.

 

El espacio era amplio, a pesar de lo reducido que parecía al estar dentro del estudio. Jeremiah se detuvo frente a una pintura en particular, mientras Nora se paseaba por el lugar admirando las esculturas. Su atención se vio cautivada por una figura de arcilla que parecía cobrar vida. Se acercó lentamente, tocando con delicadeza la figura y sintiendo el frío en sus manos.

 

—Es impresionante cómo puedes crear algo tan realista —comentó asombrada.

 

Jeremiah sonrió con orgullo. 

 

—Para mí, el arte es una forma de expresión que trasciende las barreras de la realidad. Intento plasmar en mis obras los sentimientos y las emociones que me inspiran en cada momento —murmuró lo último más para sí mismo —. Deberías intentarlo.

 

Nora asintió, fascinada. Observó las demás esculturas, pero en medio de su escrutinio una de los lienzos llamó su atención. Se acercó para verlo mejor y luego volteó a ver a Jeremiah.

 

—Pude sentir esa pasión en cada uno de tus trabajos. Es como si hubieran sido creados desde el corazón. ¿Acaso hay otro talento oculto que no me hayas dicho? —emitió sin ocultar la impresión en su voz.

 

Jeremiah rió divertido, negando tener otras habilidades. Y se acercó a Nora, tomando su mano. 

 

—Gracias por haber venido, no supe qué hubiera sido de mí en la cocina. Como te dije antes, me defiendo un poco, pero no es mi fuerte.

 

Nora sonrió dulcemente, mirándolo fijamente a los ojos. 

 

—Tal vez no la cocina, pero sin duda esto es lo tuyo —señaló las esculturas y los cuadros de pintura —. Tu arte es inspirador y creativo. Con solo verlos me hacen creer que todo es posible en este mundo. 

 

—No hay imposibles en este mundo —emitió él posando sus orbes azules en Nora —. Somos más capaces de lo que creemos.

 

Con un asentimiento de cabeza, Nora continuó mirando las demás esculturas de arcilla. Muchas de ellas eran masculinas y, desde otra perspectiva, parecían tener un significado más profundo de lo que se podía apreciar.

 

Al fondo del estudio, había un lienzo encima de un caballete y estaba cubierto por una tela blanca. Esto llamó la atención de Nora y, curiosa, se tomó el atrevimiento de ver lo que había pintado. Al levantar la tela blanca, sus ojos capturaron una figura femenina, la única que había entre todas las demás que eran esculturas masculinas. 

 

Una mujer pelirroja, de hermosas facciones que la hacían ver angelical. Sus ojos verdes le daban vida a la pintura que extrañamente no estaba terminada, al parecer había sido una obra inconclusa.

 

—¿Quién es ella? Es hermosa... —expresó Nora, anonadada.

 

La tensión se instaló en su cuerpo al escucharla. Jeremiah se apresuró hacia donde estaba el lienzo y lo volvió a cubrir con la tela blanca.




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