Querida Hermana te Daré un Hijo

53

—Eh, sí —afirmó —. ¿Por qué?

 

—Me aburro mucho cuando mamá no está —murmuró con voz triste.

 

—¿Y qué hacen cuando están... juntas? —indagó con desinterés.

 

—A las muñecas, al té, también vemos una película —enumeró con sus dedos—. Pero prefiero jugar a las muñecas. ¿Quieres jugar conmigo?

 

—Bueno, yo no...

 

Jeremiah, quien había accedido a hacer algo por la niña solo por complacerla, se debatió entre sus deseos de paz y tranquilidad ahora que había terminado sus pendientes y la mirada melancólica de Zoe. Al verla a los ojos, decidió que quizás un breve momento de compañía no le haría daño a nadie.

 

—Está bien, Zoe. Juguemos un rato — accedió Jeremiah, sorprendiendo tanto a la niña como a sí mismo.

 

Zoe, emocionada y con una sonrisa que iluminaba su rostro, tomó a Jeremiah de la mano y lo llevó hacia un rincón del despacho donde preparó un pequeño escenario de juego. Los dos pasaron horas imaginarias, riendo y disfrutando de la compañía del otro.

 

Jeremiah, que siempre se había considerado un hombre serio y distante, se vio sorprendido por la dulzura y la inocencia de Zoe. A pesar de que los niños solían remover un sentimiento de rechazo en él, aquel encuentro lo había hecho cuestionar sus propias creencias.

 

—¡Vamos, Jerem! —dijo con su voz infantil, presionando un muñeco contra su pecho—. Hazlo hablar, por favor.

 

Jeremiah, en un intento por complacerla y apresurarse a regresar a sus responsabilidades, tomó el muñeco y le dio una voz caricaturesca.

 

—Hola, Zoe, ¿cómo estás? —dijo en voz aguda mientras hacía al muñeco mover los brazos.

 

La niña estalló en risas, deleitada por la ocurrencia de Jeremiah. Él, por un instante, se dejó llevar por la torpeza del juego y una sonrisa se asomó en su rostro.

 

—¡Hola, he regresado...! —habló Nora asomándose en la puerta.

 

Su oración quedó suspendida en el aire, sorprendida por la imagen que se desplegó frente a ella, no pudo evitar reír ante la escena inesperada. En su mente, siempre había imaginado a Jeremiah como un hombre serio y de pocas palabras, pero verlo allí, en el suelo, con coletitas en su cabello, mientras sostenía una muñeca en la mano, le hizo darse cuenta de que había facetas de él que desconocía.

 

Al percatarse de que Nora había llegado, Jeremiah se levantó del suelo. Recuperando rápidamente su seriedad y su semblante se tornó rígido.

 

—¡Mamá! —exclamó Zoe corriendo hacia su madre.

 

—Cariño —la abrazó con cariño —. ¿Qué estaban haciendo?

 

—Jugaba a las muñecas con Jerem —su madre no pasó por alto la manera como lo había llamado y sonrió.

 

—Vaya Jeremiah, jamás imaginé verte jugar con muñecas —bromeó Nora, con una amplia sonrisa adornando su rostro —. Por cierto, te quedan muy lindas las coletas.

 

Jeremiah, aún en shock por haber sido descubierto en esa situación tan poco convencional para él, pasó una mano por su cabello desordenado. 

 

—Ella... ella quería jugar y pensé que sería más fácil darle mi tablet, pero se aburrió y... —balbuceó, buscando una explicación coherente que justificara lo sucedido —. ¿Cómo te fue?

 

Nora se acercó a Jeremiah y le ayudó a soltar su cabello de las coletas. Aunque el momento era un poco vergonzoso para él, sabía que sería un divertido recuerdo.

 

—Bueno, no estuvo tan mal. Pero me enteré que la madre de Elliot está gravemente enferma, ¿Sabías algo al respecto? 

 

—No, no estaba al tanto —la miró—. ¿Hablaste con él?

 

Nora asintió.

 

—Está devastado, a su madre le quedan pocos meses de vida —emitió en medio de un suspiro —Será mejor que hables con él, Jeremiah. A veces solo necesitamos saber que alguien está ahí para nosotros en momentos como estos.

 

Aconsejó Nora, poniendo una mano en su hombro. Jeremiah asintió con seriedad, agradecido por el consejo de Nora.

 

Sabía lo importante que era tener apoyo en momentos difíciles, y también entendía que Elliot podría estar pasando por una montaña rusa emocional en ese momento.

 

Decidió llamar a Elliot esa misma noche. No importaba si estaba ocupado o si prefería estar solo, Jeremiah quería asegurarse de que Elliot supiera que podía contar con él.

 

Al otro lado de la línea, Elliot respondió con una voz apagada y cansada. Su madre había estado empeorando rápidamente, y cada día se convertía en una lucha más difícil para él. Pero cuando escuchó la voz de Jeremiah al otro lado del teléfono, algo en él se alivió.

 

—Jeremiah, no esperaba tu llamada —susurró Elliot, con un dejo de sorpresa en su voz—. ¿Cómo supiste?

 

Jeremiah explicó rápidamente que Nora le había contado y que quería estar allí para Elliot en cualquier forma que pudiera. Prometió ser un hombro en el que apoyarse, alguien con quien desahogarse y alguien que estaría presente incluso en los momentos más oscuros.

 

Esto le sorprendió a Elliot, de todas las personas, jamás esperó que fuera él quien le dijera aquello. Por otro lado, le intrigó escuchar la mención de Nora y tuvo el presentimiento de que algo sucedía entre ellos dos. 

 

—¿Podemos vernos mañana en la cafetería? —el silencio se instaló por un momento en la otro línea—. ¿Elliot?

 

—¿Ah? Sí, sí. Claro, también tengo algo que hablar contigo —respondió.

La tormenta arreció implacable contra los cristales del local, esparciendo su furia por las calles de la ciudad. El frío se aferraba a cada rincón, desolando las calles desiertas. No había señales de vida afuera, haciendo la vista más deprimente. Ajeno a todo ello, Elliot perdía la mirada en el horizonte, sumergido en un mar de pensamientos, inmune al tintineo de la campanilla que anunciaba la llegada de un nuevo visitante.




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