Pasados unos minutos, una vez que Nora y Zoe se habían arreglado de manera sencilla pero adecuada, Jeremiah se acercó para recogerlas. Sus ojos se encontraron con la figura de Nora y se veía impresionante enfundada en aquel maravilloso vestido rojo. El color resaltaba su belleza natural y Jeremiah no podía apartar la mirada de ella. Su cabello caía en suaves ondas sobre sus hombros, realzando aún más su encanto. Nora irradiaba confianza y elegancia mientras caminaba hacia él, y Jeremiah se sentía afortunado de tenerla a su lado. Sin lugar a dudas, aquel vestido le sentaba como un guante.
—¡Jerem! —exclamó Zoe corriendo hacia él, emocionada por su presencia.
—Hola princesa —acarició suavemente la coronilla de la niña, con cuidado de no despeinar su peinado—. Luces radiante.
—Gracias —dijo Zoe, con una sonrisa que iluminaba su rostro—. Mamá también se ve hermosa, ¿no le darás un cumplido?
Jeremiah desvió la mirada hacia Nora, observándola con intensidad. Al verla acercarse, delicadamente acomodó un mechón de cabello detrás de su oreja.
—Sin duda, es una mujer hermosa —murmuró, mientras depositaba un suave beso en la comisura de sus labios.
Aquel sencillo gesto desencadenó en Nora una mezcla de emociones tumultuosas. Pero Nora se contuvo, y solo le dedicó una sonrisa tímida.
—¿Nos vamos? —él asintió.
La mansión se alzaba majestuosa en un vasto terreno rodeado por exuberantes jardines y altos muros de piedra. Una construcción imponente, de estilo renacentista, cuyas aristas revelaban la riqueza y el refinamiento de su dueña, una millonaria cuyo nombre era bien conocido en todos los círculos sociales.
Sussan Campbell.
—Wow, es como un castillo —exclamó Zoe en asombro.
Nora se sintió cohibida y fuera de lugar, pero se armó de valor y bajó del auto junto a su hija. Caminó hacia la entrada tratando de no parecer nerviosa, agradeciendo no haber traído zapatos de tacón puesto que ya hubiera perdido el equilibrio con sus piernas temblorosas.
Un señor mayor abrió y les dio la bienvenida. Pasados los umbrales de las puertas de roble macizo, se reveló un salón de dimensiones considerables. Muebles de época, tapizados en terciopelo y ornados con detalles dorados, rodeaban una mesa de mármol que parecía tallada con exquisito esmero. Alfombras persas se extendían a lo largo del suelo, sumando aún más elegancia a la estancia.
—No te dejes impresionar, todo este lujo no compensa lo deprimente que puede llegar a ser este lugar —murmuró Jeremiah notando lo deslumbrante que se veía Nora—. Avísame cuando quieras que las lleve a casa, así tendré la excusa de marcharme cuanto antes.
—De acuerdo.
Jeremiah entrelazó su mano con la de Nora y entraron al señorial comedor que invitaba a deleitarse en banquetes dignos de reyes. Una enorme mesa de roble era el epicentro de la habitación, rodeada de sillas tapizadas en terciopelo carmesí. Las paredes estaban cubiertas de paneles de madera finamente tallados y pintados a mano, representando escenas que evocaban la grandeza de otras épocas.
La castaña no pudo continuar con su escudriño al escuchar la voz de aquella mujer que solo había visto una vez.
—Buenas noches —saludó Jeremiah haciendo que los tres presentes voltearan.
—Querido, has llegado... —habló Sussan, pero su oración quedó a medias al percatarse de Nora y la niña que estaba junto a ella. Frunció el ceño al notar sus mano entrelazadas—. ¿Pero que significa esto, Jeremiah?
Sussan quedó asombrada por la escena que presenció. Quedó impactada al ver la mano de su hijo entrelazada con la de aquella desconocida mujer. Sus ojos se agrandaron cuando notó la presencia de la niña detrás de ellos, asustada por la presencia de extraños en el comedor.
—Madre, es un placer verte —expresó Jeremiah sin moverse de su posición.
—Lamentablemente no puedo decir lo mismo, querido. Aún no me has explicado qué hacen ellas aquí —lanzó sin rodeos, cruzando los brazos sobre su pecho.
Nora podía sentir la intensidad de la mirada que la atravesaba. Cargada de intriga y desconfianza, sabía que la madre de Jeremiah probablemente no aprobaría la relación que tenían.
—Oh, sí, por supuesto. Ella es Nora, mi novia —reveló, acercándola hacia su cuerpo.
—¿Tu novia? —repitió Sussan, soltando una risa burlona—. Pensé que no tenías intenciones de tener una relación. ¿Cómo puedes explicar esto?
—Tienes razón, no estaba en mis planes abrirle espacio al amor. Pero resulta que esta vez hice una elección acertada y estoy seguro de que no me arrepentiré — lanzó una mirada de costado a Nora, quien se ruborizó al escuchar sus palabras.
Por otro lado, Sussan se contenía para no estallar en ira. No podía creer que su hijo estuviera prefiriendo a aquella mujer de baja clase y hubiera rechazado a Jane.
Su mirada se posó en Zoe, quien la observaba atentamente. Sussan se preguntaba de quién sería aquella niña y por qué había llegado con ellos. Pero solo podía suponer que su hijo tenía algo en mente al traerlas.
—No me digan que están pensando en adoptar a una niña huérfana —dijo con desprecio.
Aquel comentario hizo que Nora se separara de Jeremiah y tomara la mano de la pequeña.
—Está equivocada, señora. Zoe es mi hija —Sussan la miró atónita.
Llevó una mano a su pecho.
—¿Estás diciendo que tienes una hija y que ni siquiera te importa salir con un hombre que no sea su padre? ¡No puedo creerlo! —exclamó escandalizada.
—No veo nada de malo en eso, señora. Jeremiah está al tanto de mi situación y no le ha impedido estar conmigo —dijo Nora con voz temblorosa pero decidida.