Querida Hermana te Daré un Hijo

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Al día siguiente, Nora se dirigía a una de las cafeterías más concurridas. Ese día se había despertado más temprano de lo habitual para llevar a Zoe a la guardería, aunque la niña había insistido en acompañarla, su madre se negó. Consideró de suma seriedad lo que Sheyla necesitaba decirle, y por eso no le pareció adecuado que su hija estuviera presente.

 

Al entrar en el local, varios pares de ojos se posaron en Nora, lo que la hizo sentir incómoda al llamar tanto la atención. Se preguntó si no había escogido la mejor vestimenta y si estaba fuera de lugar con aquel lujoso abrigo que le había regalado Jeremiah. La verdad era que no estaba segura de si debía usarlo o no ese día, pero no tenía otra opción ya que en su armario no había otro abrigo abrigado que la protegiera del frío otoñal.

 

Cohibida, se dirigió hacia la mesa al final del local, pasando al lado de varios hombres que la observaban sin disimulo. Nora apretó su bolso con fuerza mientras sentía las miradas clavadas en su espalda.

 

Odiaba sentirse desprotegida y expuesta, sobre todo en público. En el pasado, había tenido una mala experiencia que no deseaba recordar, pero lamentablemente había dejado una marca en ella. A pesar de haber asistido a terapia y haber superado aquel trauma, no podía evitar sentir ansiedad frente a otras personas, especialmente si se trataba de hombres.

 

Afortunadamente, Sheyla llegó minutos después de que Nora entrara en la cafetería, lo que hizo que se relajara al no estar sola.

 

—Hola, espero no haberte hecho esperar tanto —dijo la chica mientras se sentaba frente a Nora.

 

La castaña negó con la cabeza.

 

—Descuida, llegué hace poco —respondió.

 

—Gracias por venir. Imagino que debes tener mucho por hacer y estar aquí podría suponer un gran riesgo para tu empleo —su rostro mostraba un poco de culpa.

 

—Oh, no, no te preocupes, he pedido el día libre —le informó Nora—. Además, quería saber qué es eso tan importante que tienes que decirme.

 

Sheyla pareció buscar las palabras adecuadas para comenzar a revelar aquella verdad que había descubierto hacía semanas. No sabía si su padre era consciente de aquel documento que Sussan tenía en su habitación, documentos que había descubierto la noche anterior mientras buscaba pruebas en contra de aquella astuta mujer. Estaba segura de que nadie sabía de la existencia de aquel oscuro secreto, y si lo había ocultado, debía haber alguna razón detrás.

 

—¿Recuerdas el día que visitaste la clínica por primera vez? —preguntó Sheyla mirándola.

 

El rostro de Nora se transformó en confusión.

 

—Sí, claro. Me atendió el doctor Smith en su consultorio —contestó—. Pero ¿por qué lo preguntas?

 

Sheyla mordió su labio inferior con nerviosismo. Se había convencido de que contarle la verdad a Nora era lo mejor, pero en ese momento se sentía un poco mal por traicionar a su padre. Sin embargo, era importante para ella mantenerse libre de mentiras y secretos. Además, necesitaba encontrar la manera de alejar a Sussan de su padre.

 

Decidió relatar todo desde el principio.

 

—Ese mismo día se realizó una criopreservación de semen. El doctor Jones realizó el proceso y me encargó guardar el frasco en el laboratorio. Pero estaba tan nerviosa en ese momento que no me fijé al caminar y caí al suelo. Por suerte, no rompí el frasco, aunque cometí un pequeño gran error —confesó, su rostro delatando la culpa que sentía—. En aquel entonces, mi padre no le iba bien en la clínica mientras los demás doctores tenían éxito; él solo obtenía malos resultados con los procedimientos de inseminación. No había logrado ayudar a una pareja de recién casados, uno de ellos era estéril y el otro aparentemente había sufrido tres abortos espontáneos.

 

Aquello llamó la atención de Nora, la situación de la pareja de la que hablaba Sheyla le resultaba familiar. No pudo evitar recordar a su hermana y cuñado, que habían pasado por lo mismo.

 

Le parecía que se refería a Irena y Oliver.

 

—¿Conoces sus nombres? —preguntó curiosa.

 

—No estoy muy segura, pero según nos informaron, fallecieron en una de las construcciones de la familia Beaumont —respondió Sheyla.

 

Nora estaba convencida de que eran ellos, se trataba de Irena y Oliver. Le producía intriga lo último que Sheyla había mencionado y solo podía preguntarle a qué se refería exactamente.

 

—¿Recuerdas quién estaba a cargo? 

 

—Según tengo entendido, Jeremiah era el encargado. Pero al comprar materiales de baja calidad, una parte de la casa se desplomó, ocasionando la muerte de la pareja —explicó la muchacha—. Me enteré por las noticias, ¿no las viste?

 

Nora negó con la cabeza y de repente recordó al hombre que la había consolado aquella noche del incidente. Se cubrió la boca con la mano, sin poder creerlo. ¿Cómo no se había dado cuenta antes?

 

Era difícil de asimilar, no podía comprender por qué todo parecía derrumbarse cuando pensaba que su vida estaba mejorando. Pero ahora se enteraba de algo que nunca hubiera imaginado.

 

Comenzó a negar repetidamente.

 

—No, debe haber un malentendido. Jeremiah, él no... —murmuró afligida, tragó el nudo que se había formado en su garganta y miró a Sheyla—. ¿Dices que salió en las noticias? ¿Recuerdas qué programa era?

 

—Umm, no. ¿Por qué? —respondió Sheyla.

 

Nora negó, fingiendo solo curiosidad. Sin embargo, se estaba conteniendo para no tener un colapso mental en ese mismo momento.

 

—Solo necesito confirmar algo, pero en fin, ¿era todo lo que ibas a decirme? — preguntó impaciente por marcharse a casa y buscar en las noticias de años atrás.




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