Querida Hermana te Daré un Hijo

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Jeremiah escuchó atentamente las palabras de Elliot, cada una resonando en su mente como ecos distantes de una realidad que no parecía pertenecerle. Un escalofrío recorrió su espalda al finalmente salir a la luz la verdad, que había sido ocultada durante tanto tiempo. Elliot, el hombre que trabajaba en su hotel, había descubierto una verdad que sacudía los cimientos de su existencia.

 

—¿De qué estás hablando? ¿U-un bebé robado? —tartamudeó, lleno de asombro.

 

—Sí, Jeremiah. Y tengo pruebas que te harán confirmar que lo que te he dicho es verdad —le entregó un sobre negro, el mismo que le había dado a Jong antes.

 

Jeremiah lo tomó con manos temblorosas, y al abrirlo, su corazón se detuvo. Había certificados de nacimiento, información del hospital donde había nacido un niño hace treinta y cuatro años, y el nombre de su verdadera madre aparecía junto al suyo.

 

La mente de Jeremiah fue invadida por una tormenta de emociones contradictorias. La incredulidad y el asombro se entremezclaron con la ira y la decepción. ¿Cómo podía ser posible que su vida hubiera sido una gran mentira? Durante años, se había aferrado a una identidad falsa, como si pisotear los recuerdos y experiencias de su verdadero pasado asegurara la estabilidad emocional que anhelaba. Pero ahora, ese castillo de naipes se desmoronaba ante sus ojos, despiadadamente e imperturbablemente.

 

—Esto es... —un nudo se formó en su garganta, impidiéndole hacer las miles de preguntas que quería hacer—. ¿Cómo supiste de todo esto?

 

—Lo descubrí hace tiempo, pero me llevó dos años encontrar pruebas que confirmaran lo que mi madre guardaba en un baúl. No creo que ella quisiera enterrar los recuerdos del pasado, sus esperanzas de encontrar a su hijo la mantuvieron viva todo este tiempo a pesar del dolor que consumía su alma —expresó Elliot con tristeza.

 

—¿Por qué no me lo dijiste antes? Tu madre... ella ha estado sufriendo y tú podrías haber hecho algo al respecto, pero no lo hiciste. ¿Qué te hizo decírmelo ahora? —no pudo evitar preguntar, sus ojos oscurecidos.

 

Elliot, con los ojos vidriosos y la mirada perdida en un pasado doloroso, se tomó un momento para componerse, para reunir toda la fuerza que necesitaba para compartir con su hermano la carga que había llevado solo por tanto tiempo.

—Mi mamá no tiene mucho tiempo. Los médicos le dieron un mes, y no creo que lo logre. Hace años le diagnosticaron depresión, lo cual le ha causado problemas de salud, incluyendo insuficiencia cardíaca que se ha agravado con el cáncer. Su vida no ha sido fácil para ella desde que le quitaron lo que más amaba —explicó, se podía escuchar un rastro de resentimiento en sus palabras—. No puedo quedarme de brazos cruzados mientras veo cómo esta mujer construye una vida de mentiras a costa del sufrimiento de los demás. Ella no se lo merece.

 

Jeremiah sentía cómo todo lo que conocía se desvanecía en la niebla del engaño y la traición. La incredulidad lo inundaba, amenazando con hacerlo sucumbir bajo su peso. ¿Cómo podía aceptar que su madre, la mujer que lo había criado con amor y ternura, realmente había robado a un bebé al nacer y negado su existencia hasta ahora?

 

Una ola de ira invadió el corazón de Jeremiah al decidir tomar cartas en el asunto. No podía aceptar esta revelación sin enfrentar directamente a su madre. Necesitaba confirmar si lo que Elliot afirmaba era cierto o simplemente una invención macabra. Pero no podía negar que había más credibilidad en sus palabras ahora que tenía pruebas.

 

Levantándose de la silla, caminó hacia la puerta y salió del despacho a grandes zancadas. La urgencia por conocer lo que su madre tenía por revelar lo devoraba. Subió a su auto desatendiendo los llamados de Elliot, quien había salido detrás de él con preocupación. No le dio tiempo de alcanzarlo cuando ya había acelerado el coche, haciendo chirriar las llantas sobre el pavimento.

 

No le tomó mucho tiempo llegar a la mansión, quedaba a pocos minutos de su casa. Al ingresar a la residencia, Jeremiah buscó a su madre con una mirada llena de determinación. No pronunció ninguna palabra, simplemente la observó a los ojos, en busca de la verdad en ellos.

 

—Querido, qué bueno que has venido, necesito decirte algo importante —dijo Sussan mientras lo veía cruzar la estancia del comedor.

 

Jeremiah sabía que a esa hora de la noche su madre solía tomar té para ayudarse a dormir. No se inmutó ante sus palabras y se acercó a la mujer que, al parecer, desconocía por completo.

 

—¿Qué significa esto, madre? —lanzó bruscamente los papeles que le había entregado Elliot, lo que provocó que Sussan se sobresaltara.

 

—¿A qué te refieres? —frunció el ceño confundida y Jeremiah indicó que los revisara.

 

Al hacerlo, Sussan abrió los ojos de par en par y su expresión cambió a una de sorpresa. De repente, su semblante se volvió uno de pánico, como si hubiera sido culpable de un delito cometido. Su madre entendió y supo que no había escapatoria, Jeremiah había descubierto su secreto.

 

—¿Es verdad, no? ¿Tú no eres mi madre biológica? —inquirió en un susurro.

 

—¡Por favor, querido! ¿Quién te ha contado semejante mentira? Por supuesto que soy tu madre —respondió tratando de sonar convencida, pero no funcionó.

 

Jeremiah la conocía muy bien, o al menos eso creía.

 

—¿Entonces qué es todo esto? —preguntó Jeremiah, apuntando hacia los papeles con una mezcla de miedo y anticipación en sus ojos.

 

Sussan levantó la mirada hacia su hijo, intentando ocultar su inquietud. Intentó encontrar las palabras adecuadas para responder a su pregunta sin revelar la verdad que había ocultado por tanto tiempo. Su mente maquinaba una historia, una mentira, para evitar que Jeremiah descubriera la realidad detrás de su verdadera identidad.




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