El olor a desinfectante impregnaba el aire mientras Jeremiah se enfrentaba a la dura realidad de encontrarse con su madre por primera vez. Marlene, pálida y debilitada, parecía un simple reflejo de la vitalidad que alguna vez pudo haber tenido. Sus ojos, cargados de tristeza, transmitían una mezcla de dolor y alegría al ver a su hijo frente a ella.
—Oh, eres tú —susurró Marlene, aferrándose débilmente a su mano—. Jeremiah...
Su voz, cargada de emoción y debilidad, llegó directo al corazón de Jeremiah y le recordó la cruel realidad de la situación. ¿Por qué debía conocer a su madre en un momento tan sombrío?
—M-madre... —pronunció con dificultad, luchando por contener el nudo que se formaba en su garganta. Miró fijamente a los ojos de Marlene, reconociendo en ellos un amor inmenso y genuino, pero también el inminente adiós que se avecinaba.
Los recuerdos de lo que pudo haber sido invadieron la mente de Jeremiah, y la pena amenazaba con desbordarse en su interior. ¿Por qué la vida les arrebataba la posibilidad de construir un vínculo como madre e hijo? ¿Por qué debía encontrarse con ella en sus últimos suspiros?
Marlene apretó la mano de Jeremiah con la poca fuerza que le quedaba.
—Jeremiah, quiero que sepas lo mucho que deseaba encontrarte. Nuestro tiempo juntos ha sido breve, pero mis pensamientos siempre han estado contigo—dijo con voz entrecortada—. Elliot y tú son lo más importante para mí. Prométeme que cuidarás de él y de ti mismo.
Las lágrimas comenzaron a brotar del rostro de Jeremiah, incapaz de contener la tristeza que lo embargaba. Apretó la mano de Marlene con ternura, sintiendo cómo el tiempo se escapaba entre sus dedos. La agonía que presenciaba iba más allá de la muerte física de Marlene; era la amarga sensación de perder a alguien a quien apenas había encontrado.
—Te prometo, madre, que lucharé por nosotros y que nunca olvidaremos lo que pudimos haber sido —musitó Jeremiah, su voz entrecortada por la inmensidad del dolor. Levantó la mano de Marlene a sus labios y depositó un beso lleno de amor y gratitud, aspirando el último aliento de su madre.
—Los amo tanto, son el mejor regalo que la vida me ha hecho y no lo cambiaría por nada... —murmuró con dificultad.
Jeremiah abrió la boca para hablar pero la cerró de golpe al no poder emitir una sola palabra. El nudo en su garganta se apretaba cada vez más, y su labio inferior comenzó a temblar.
—Yo... Lo siento —fue capaz de decir, aunque él no había tenido la culpa de nada.
Marlene sonrió débilmente al escucharlo.
—No lo sientas, no hiciste nada malo, cariño —dijo envolviendo sus brazos alrededor de él, a pesar del dolor que causaba tener que mover un solo dedo.
Los suspiros entrecortados llenaron el silencio mientras los recuerdos bailaban en la mente de Marlene. Ella había esperado tanto tiempo para abrazar a su hijo, pero sabía que su tiempo se estaba agotando rápidamente. Ya no había fuerzas para continuar, pero su corazón estaba lleno de amor y gratitud por haber conocido a Jeremiah.
En un último acto de fe y amor, Marlene pronunció con voz suave y apaciguante las palabras finales que dejarían una huella indeleble en el corazón de su hijo. Le recordó el poder del amor, la importancia del perdón y la valentía de seguir adelante. Sus ojos se cerraron lentamente, mientras una sonrisa dulce y serena se asomaba en sus labios.
Un silencio pesado llenaba la estancia, mientras las lágrimas brotaban incontenibles de sus ojos. Con cada gota salada que caía, el corazón de los hermanos se rompía un poco más.
Ambos se miraron a los ojos, sabiendo que este momento era el adiós definitivo. Sin pronunciar una palabra, sus cuerpos se entrelazaron en un abrazo lleno de amor y tristeza. Agarrándose con fuerza, buscaban consuelo mutuo en aquel gesto de amor fraternal, como si sus abrazos pudiesen sanar las heridas profundas que la ausencia de su madre había dejado.
Eran conscientes de que la vida no les había brindado piedad. Habían sido obligados a despedirse de su madre antes de tiempo, enfrentándose a una pérdida incomprensible. Sin embargo, en aquel abrazo se aferraban a un último atisbo de esperanza, al amor incondicional que los unía y que los ayudaría a superar la oscuridad que se les avecinaba.
Jeremiah se encontraba en su despacho, con la mente en otro lugar, intentando concentrarse en los informes que tenía sobre su escritorio. Sin embargo, la añoranza y el dolor por la pérdida de su madre lo invadían por completo, haciendo imposible que pudiera concentrarse en su trabajo de la misma manera que solía hacerlo. Su semblante apagado y su actitud malhumorada habían sido notados por sus empleados, pero ninguno de ellos tenía idea de la verdadera razón detrás de su comportamiento.
Los días continuaban pasando, uno tras otro, sin que Jeremiah encontrara una salida a su dolor. El tiempo, que solía ser su aliado, ahora parecía cruel y despiadado, haciéndole recordar constantemente lo efímera que es la vida y lo frágiles que somos ante la muerte.
Las noches eran especialmente difíciles para él. Mientras el mundo dormía, él se encontraba atrapado en un torbellino de recuerdos y pensamientos entrelazados. La presencia ausente de su madre había dejado un vacío insuperable en su vida, como si un fragmento de su ser se hubiese desvanecido para siempre.
Unos golpes en la puerta lo hicieron desviar su vista de la pantalla, percatándose de que se había desconcentrado de nuevo decidió tomarse unos minutos para descansar.
—Adelante —dijo y la puerta fue abierta mostrando a Elliot.
—Buenos días, Jeremiah —saludó su hermano.