Querido Diario

Día Cinco

21 𝔇𝔢 𝔈𝔫𝔢𝔯𝔬.
 


𝔔𝔲𝔢𝔯𝔦𝔡𝔬 𝔇𝔦𝔞𝔯𝔦𝔬:

Me pregunto ¿si alguna vez te han usado para algo más que escribir en ti?. Es inusual que haga esta pregunta, siendo la única dueña de este diario, sin embargo, a veces necesitaba hablar con alguien.

Respondiendo a la pregunta, pero con distintas palabras.

Sí, me han usado para más que ser la hija de mis padres. Anteriormente mencioné que Meghan es considerada la más hermosa de las tres, basándome en lo que he escuchado de los vecinos; la segunda es Kate, lo afirmo debido a estadísticas de opiniones. Yo soy la última, también por la misma razón que mis hermanas. A pesar de ello, las tres somos conocidas como las bellezas del pueblo y mi padre suele sacar ventaja de eso.

Desde que se divorció de mamá, una vez al mes o incluso más, me veo obligada a salir a comer con mi padre y algunos de sus empleados que creen que complaciendo su apetito conseguirán una promoción en su empresa de construcción.

Hoy fue uno de esos días.

—¿Van a ir a comer al restaurante de Dalia?

Miré a Fiora en el reflejo del espejo.

—A menos que papá quiera que mamá envenene su comida, lo dudo.

—No digas eso, mi Ángel. Sabes que tu madre nunca haría algo malo con sus sagrados alimentos —comenzó a caminar hacia la puerta—. Ahora te dejo para que termines de arreglarte.

—Gracias, Fiora —permití que sus ojos se posaran en mí—. Te quiero.

Vi un brillo maternal en sus ojos, lo que me provocó un nudo en la garganta.

—Yo también te quiero, mi Ángel, ya lo sabes.

Asentí.

Cuando Fiora salió de mi habitación, dirigí mi mirada hacia la ventana con barrotes encadenados desde hace años.

Incluso apostaría a que las llaves se han perdido.

●●●

Estaba en mi habitación, sentada en el centro de mi cama con las piernas cruzadas estilo indio. Frente a mí, sentada en el piso sobre sus rodillas, estaba Julieta, la niña con la que soñaba cada noche y a quien consideraba mi amiga.

Era diferente a mí.

Su largo cabello negro estaba enredado en todos lados, con nudos detrás de su cabeza. El vestido blanco parecía como si no se lo hubiera quitado en días, pero esa noche tenía una mancha adicional, y su piel era mucho más bronceada que la de Bridget.

Sabía que estaba soñando.

—¿Tus padres volvieron a golpearte?

Julieta dejó de jugar con la muñeca, pero no me miró.

—¿Cómo lo supiste?

—Tu vestido tiene sangre y ni siquiera me miraste.

—Sí, lo hicieron. ¿Te pegan tus padres?

Me levanté, con los pies cubiertos por calcetines tocando la alfombra blanca.

—A veces se enojan conmigo, mamá me reprende al igual que papá —me senté a su lado—. Pero nunca me han golpeado. Sin embargo, a mi prima Bridget, a veces sus padres la golpean. No me gusta escuchar sus gritos, pero papá dice que no debo meterme.

—Me gustaría poder quedarme contigo, aquí. podríamos ser como hermanas.

—¿Y tus padres? Te echarían de menos.

—No me quieren. ¡Mira! —su voz resonó en las paredes verde oliva de mi habitación. Jadeé al ver uno de sus ojos de color púrpura; su iris marrón tenía una mancha roja al lado. Su labio estaba con sangre seca, lucía en muy mal estado—. ¿Ves? Sería mejor que me quede contigo. ¿Puedo hacerlo?

No respondí. No podía. Sabía, por lo que mamá y Fiora me habían enseñado, que nunca debía aceptar nada en mis sueños. Tenía nueve años, pero algo en esa niña no me agradaba; podía sentir que algo malo provenía de ella.

Y no me equivoqué.

Al no recibir respuesta de mi parte, sus labios emitieron un rugido, pero luego, como si nada hubiera pasado, sonrió.

—¿Quieres jugar a un nuevo juego?

—¿No estás enojada?

—No, lo entiendo. Primero debes decirle a tus padres —se puso de pie y saltó alegremente hacia la ventana, abrió la puerta de vidrio y luego la reja—. Vamos a saltar. Los arbustos son lo suficientemente suaves como para amortiguar nuestra caída... Mira.

Me levanté de inmediato cuando Julieta se dejó caer por mi balcón. Imaginé su cuerpo tendido en una cama de sangre, con sus ojos abiertos mirando los míos, cuestionándome por qué no la detuve. Sin embargo, cuando llegué, su risa infantil fue acompañada por lo que parecía un colchón de arbustos.

Me sonrió.

—¡Vamos, ahora te toca a ti!

—¡Sophie!

Miré detrás de mí al escuchar lo que parecía la voz de papá, pero no vi nada.

—¡Es tu turno! ¡No seas cobarde!

—Julieta, ¿estás segura de que no duele?

—¡Sophia!

Nuevamente, esta vez escuché la voz enfrente del jardín, pero papá no estaba allí.

—¡Es tu turno! ¡Te prometo que te gustará!

Exhalé temblorosamente y crucé al otro lado de la barandilla. Conté hasta tres y me dejé caer.

Pero en lugar de caer en los arbustos, sentí cómo mi cuerpo era tirado hacia el lado opuesto. Julieta gritó antes de desaparecer.

—¡Volveré por ti!

Dijo y atravesó la puerta del camino.

Sentí unos golpes en mis mejillas y papá llamándome.

—Sophia, despierta, despierta.

Mis ojos se abrieron de golpe.

Desperté en los brazos de papá, con mi madre llorando a su lado y mis hermanas pálidas como si hubieran perdido el color.

Parecía que papá recordó unos papeles olvidados en el auto mientras trabajaba en la biblioteca. Al regresar, escuchó mi pregunta a Julieta sobre el dolor de la caída. Intentó llamarme, pero no podía despertarme, así que entró precipitadamente y logró sostenerme justo a tiempo antes de que saltara, evitando así mi muerte segura.

A la mañana siguiente, el esposo de Fiora cerró con llave y puso una cadena con un candado.

Esa noche marcó el fin de mi sonambulismo, aparentemente relacionado con Julieta.

Esa noche fue la última vez que soñé con ella.

Aún espero su regreso.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.