Querido Diario

Día Dieciséis

7 𝓓𝓮 𝓜𝓪𝓻𝔃𝓸
𝒬𝓊𝑒𝓇𝒾𝒹𝑜 𝒟𝒾𝒶𝓇𝒾𝑜:
Hoy Teo me llamó y me dijo que pasaría por mi casa. Después de mostrarnos información el día posterior a que me dieron de alta del hospital, afirmó que tendría respuestas para nosotros.
Romeo a pesar de estar buscando al sujeto, aun no ha tenido éxito. Gabriel me dijo que colocarían folletos en tiendas, bares y restaurantes, pero sugerí que los entregaran a cada dueño personalmente. De esta manera, el que me apuñaló no saldría huyendo al ver su rostro pegado en el mostrador. Al principio no estaba convencido, pero después de pensarlo un poco, entró a mi habitación y dijo que era una buena idea.
Pero volviendo a lo de Teo. Un día después de que regresé a casa, era temprano. Rafael había regresado de llevar a mi mamá a su trabajo en el restaurante hacía una hora, y Gabriel trayendo medio vaso de gelatina líquida para desayunar.
Estaba bajando el último escalón cuando el timbre resonó por toda la casa. Estaba intentando bajar silenciosamente para que nadie me viera y corriera a ayudarme, casi cargando mi peso para no hacer ruido. Pero eso no salió como esperaba. Ambos miraron hacia la puerta, como si pudieran ver a través de ella y luego a través de la puerta de hierro de la calle. Luego me vieron bajando con Gabi envuelta en una manta y el vaso en la otra mano. Ambos palidecieron, como si estuviera cargando bolsas de cemento en cada mano.

Gabriel miró a Rafael.
—Ve a ver quién es —ordenó Gabriel a Rafael, mientras avanzaba hacia mí—. Si es un desconocido, ya sabes qué hacer... Sophia, no deberías bajar estas escaleras sola, podrías caerte, y mucho menos hacerlo sin sujetarte del barandal.
Estuve a punto de responderle de mal modo, pero ambos habíamos llegado a un acuerdo silencioso; aunque ninguno de los dos había hablado, estuvimos de acuerdo en no volver al juego de lucha constante de antes.
Me quitó el vaso de las manos y me tomó del hombro.
—Gracias, Gabriel, pero no quiero sentir que soy una carga.
Me miró de reojo.
—No eres una carga, deja de decir eso y de verte de esa manera.
—¿Lo siento?
—Deberías, pero entiendo a qué te refieres —hizo una seña a Rafael—, ¿quién es?
Rafael, quien se autoproclamaba mi mejor amigo, abrió la puerta.
—Es Teo, el arcángel.
Incliné la cabeza.
—Teo no es un arcángel.
—No, pero los ve.
—¿Y cómo me llamas a mí? ¿Devil, Death, Ghost o quizás Phantom?

Su expresión fue de total confusión, después se encogió de hombros.
—Te llamo mejor amiga.
Luego salió como si no hubiera hecho acelerar mi corazón.
Le di un suave codazo en las costillas a Gabriel.
—¿Cómo puedes soportar eso todos los días?
—Fácil, un tiempo su apodo hacia mi fue cuñado.
—¿Tienes una hermana? —me senté en el taburete que había sacado para mí. Cuando asintió, me sorprendí—. ¿Cómo es que no lo sé? Nunca la he visto.
Una vez que se aseguró de que estaba cómoda, rodeó la encimera, cruzó sus brazos y se apoyó en ella.
—No somos hermanos de sangre. Suelo decir que es mi hermana porque mis padres la ayudaron en cierto momento. No la ves porque está casada con un ruso, viven en ese país y la veo en Navidad —miró hacia la puerta cuando las voces comenzaron a sonar cada vez más cerca—. Rafael la vio antes de que ella se casara.
—Pensé que se habían conocido ahora que te mudaste.
—En realidad, ya vivía aquí desde hace algún tiempo, sólo que estaba alquilando un apartamento cerca de la estación —se enderezó—. Luego supe de una casa en venta en esta área y la compré, pero Rafael y yo nos conocemos desde que éramos niños.
—Vaya, es tu mejor amigo.
—Sí.
Me ofreció una sonrisa cursi al final de su respuesta.
Ambos miramos hacia la puerta principal cuando se cerró. Teo y Rafael parecían estar discutiendo algo.
Teo me sonrió, no sin antes mirar hacia el pasillo del cuarto de lavado.
—¡Hola! Lamento no haber venido ayer, tenía que trabajar en el paisajismo.
—No hay problema.
Me rodeó con un brazo y me acercó a su costado. Su aroma floral hizo algo para calmarme.
Giré la cabeza e inhalé su aroma.
—¿Acabas de olfatearme?
Me alejé y pasé la mano distraídamente por la cabeza de mi gatita.
—Sí, hueles a flores y sándalo, algo bastante peculiar en un hombre.
—Mi trabajo son las flores.

Hizo un gesto hacia Gabriel.
—¿Cómo estás?.
—Bien, ¿y tú?
—Sobreviviendo.
Sacudí la cabeza ante su saludo tan poco emotivo.
Señalé la carpeta color beige en su mano derecha.
—¿Qué es eso?
Teo levantó la carpeta, examinando el documento como si apenas se hubiera dado cuenta de que lo tenía.
—Vine a mostrarles algo —la abrió, dispersando su contenido por toda la encimera. Gabriel y Rafael se acercaron hasta quedar frente a frente, cada uno tomando una hoja. Yo cogí una en particular—. Cuando nos mostraron el rostro del tipo que te apuñaló para ver si lo reconocíamos, venía el nombre, Thane McLaren. Investigué por mi cuenta y descubrí unas cosas sobre él, tal vez lo mismo que ustedes.
Gabriel no apartó la vista de la hoja.
—Sí, ya tenemos esta información, no hay nada nuevo.
—¿Quién demonios estudia demonología? Además, ¿de qué sirve?
—Las personas suelen estudiar demonología para aprender sobre demonios. El nombre lo dice todo.
—Sí, pero...
—¿Qué tiene que ver él con todo esto? —interrumpí a Rafael. No podía dejar de mirar la sonrisa de Dilan en la fotografía, pero los buenos recuerdos que tenía de él, ahora manchados por la imagen de él colgado de ese árbol, superaban la ignorancia de Rafael sobre la demonología—. Habla, Teo. ¿Qué tiene que ver él en esto?
—Él era su amigo. Lo poco que pude averiguar es que Dilan y Thane solían pasar tiempo juntos. Supongo que ambos pertenecían a la misma secta —Teo entrecerró sus ojos ante mi reacción—. Voy a asumir que lo conoces.
Asentí, el nudo en mi garganta subía, haciendo difícil tragar saliva.
—Estudiaba un año por delante de mí en la universidad. La persona que era nunca me hizo pensar que podría estar involucrado en una secta satánica —bajé a Gabi al suelo con una mano, y ella disfrutó corriendo alrededor de nosotros—. Creo que nadie podría imaginar eso de Dilan. Si lo hubieran conocido, me entenderían.
—Me parece que apestas a amor universitario.




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