Querido Diario

Día Diecisiete

10 𝓓𝓮 𝓜𝓪𝓻𝔃𝓸.

𝒬𝓊𝑒𝓇𝒾𝒹𝑜 𝒟𝒾𝒶𝓇𝒾𝑜:
Los resultados de los análisis de sangre que me hicieron hace unos días llegaron a casa, y parece que todos los esfuerzos para ayudarme a mejorar no han tenido éxito, ya que indican que mi anemia incluso ha empeorado.
De repente, tuve un episodio de tos que causó una leve punzada en las heridas. Gabriel, que estaba de pie frente a mi ventana, me miró preocupado cuando solté un suave quejido.
Rafael, acostado en mi cama, sacudió la cabeza y me miró como si quisiera golpearme con mi libro.
Al parecer, la tos que pensé que era normal resultó ser una señal de que estaba desarrollando una pulmonía. Después de un rápido chequeo cuando Gabriel y mi madre mencionaron al médico que había tenido fiebre, diagnosticaron una pulmonía.
Me sugirieron que me internara de nuevo para que él y un equipo de profesionales pudieran ayudarme a sentirme mejor y asegurarse de que la pulmonía no dañara nada de las operaciones anteriores. Me negué, como era de esperar. No quería volver al hospital a menos que fuera absolutamente necesario. Mamá y Gabriel reaccionaron de manera exagerada, pero por un segundo consideré quedarme.
No ha pasado nada emocionante desde que descubrí que me robaron. Además, no se lo he mencionado a nadie, así que solo yo sé sobre eso.
Intenté inhalar los vapores del medicamento que salía del nebulizador, tal como me indicó el médico, pero otro ataque de tos provocó dolor en mi espalda. Sentía cómo mis pulmones dolían y escuchaba el gorgoteo en mi garganta. Las heridas en mi estómago también me causaban molestias, pero traté de ocultar mi malestar.

Levanté la mano para indicarles que no se acercaran. Empezaba a sentir sus cuidados como una carga. No quería depender de nadie. Pensé que después de que se quitaran las suturas podría llevar una vida más o menos normal. Pero Thane todavía no había sido encontrado y todos creían que estaba acechando en la oscuridad, esperando a que estuviera sola para atacar.
A este ritmo, era más probable que yo muriera antes de que Thane volviera a atacar, si es que tenía la intención de hacerlo.
La alarma de mi teléfono sonó y apagué la máquina. Gabriel se acercó y comenzó a darme palmaditas en la espalda con la palma de su mano, como si fuera un bebé.
—Odio esto.
Mi voz sonaba como la de un anciano fumador.
Gabriel me miró a través del espejo y parecía más delgado incluso.
—Sería mejor y más rápido si aceptaras ir al hospital.
—Gabriel tiene razón, vemos las muecas de dolor en tu rostro —Rafael se puso de pie, dejó mi libro en una de las mesitas de noche y se sentó frente a nosotros, cruzando los brazos en el pecho—. No puedes ocultarnos el dolor que sientes. Además, te ves muy mal.
—Eres... bueno -otro ataque de tos interrumpió mis palabras. Llevé el puño a mis labios y el otro a mi estómago, podía sentir las vendas debajo de mi palma. Suspiré—. Joder, ¿qué me está pasando? De repente, me apuñalan, ya no tengo una parte de mi intestino, un riñón y ahora tengo pulmonía.
—Quizás te han hecho brujería —comentó Rafael.
Gabriel sacudió la cabeza, pero yo reflexioné sobre las palabras de Rafael.

Durante mucho tiempo fui testigo de muchas cosas sobrenaturales que ocurrían a mi alrededor. Fui atacada por un demonio y su perro faldero, por lo que la idea de la brujería comenzaba a sonar más posible.
Gabriel colocó la boquilla en mi nariz y boca.
—Última vez.
—Siento como si estuviera inhalando polvo con esto, provoca tos.
—Sí, pero te ayuda a despejar tus pulmones.
—Y un demonio que ayuda —agarré mi teléfono para reiniciar la cuenta regresiva—. Deberían estar afuera, no aquí, jugando a ser mis niñeros. Ya soy mayor, puedo cuidarme sola, además, la casa tiene... alarmas por todas partes.
—Primero, estamos aquí porque queremos cuidarte —me señaló Rafael con su dedo índice—. Segundo, preferimos que nos llamen guardaespaldas. Y tercero, no nos iremos hasta que atrapemos al tipo que quiere hacerte daño.
—Eso es... imposible... Thane no me quiere muerta—otro gorgoteo se escuchó en mi garganta, casi provocando una tos, pero pude calmarla—. Si lo atrapan, vendrá otro... El demonio es quien me quiere fuera de su camino por ayudar a quién sabe qué... Y todos sabemos que no pueden protegerme.
En lugar de aceptar mis palabras, Gabriel encendió nuevamente el nebulizador, el zumbido me silenció, mientras que Rafael se reincorporaba.
Abrí el chat con Teo y envié un mensaje.
Yo: ¿Crees que puede ser brujería?
Teo y yo nos habíamos hecho amigos con los días. Él venía a verme cada vez que tenía un momento libre en su agenda. A veces, llegaba tan cansado que se echaba pequeñas siestas en la sala de estar o en mi cama, si yo ya me encontraba descansando allí. Después, se levantaba, me daba consejos sobre cómo poder ver a los ángeles, lo intentábamos durante una hora, pero yo solía frustrarme y él se iba para dejarme descansar.
Teo: ¿Por qué pensarías eso?
Yo: Es simple. Mira todo lo que me ha estado sucediendo desde que ese demonio se apareció. ¿No crees lo mismo que yo?
Teo: Podría ser una posibilidad, aunque no sabía que creías en ese tipo de cosas.
Miré el reflejo de los chicos cuando sonó el timbre. Al mismo tiempo, sus miradas se centraron en la puerta de mi habitación. Fue Gabriel quien sacó su teléfono y miró la pantalla. Recordé que había configurado los teléfonos para que todos pudiéramos ver a la persona que tocaba a la puerta en cualquier parte de la casa.
—Es Martha, olvidé que dijo que vendría a verte—levanté una ceja—. Voy a abrirle, vuelvo en un segundo.
Sin mirarme, él salió de mi habitación. Rafael me miró antes de seguir a su amigo.

Me respondió a Teo.
Yo: Sinceramente, ya no sé en qué creer. Solo sé que desde entonces no me siento bien. Tal vez debería acudir a un brujo o algo así.
Teo: Si quieres, puedo buscar a alguien.
Yo: De acuerdo, cuídate.
Teo: Tú también, que tengas un buen día.
Volví a colocar mi teléfono en el buró y justo cuando estaba retirando mi mano, Martha entró de la mano con Gabriel a mi habitación. Esperaba que Rafael también entrara, pero no lo hizo. Eso era típico de nosotros tres; él nunca aparecía o prefería no participar.
Utilicé el aparato como excusa para no levantarme y saludar. Solo los observé por el reflejo en el espejo. Martha cubrió su boca como si yo fuera una inválida y no pudiera soportar la imagen.
Casi rodé los ojos.
—Dios, te ves tan mal.
—Gracias. Me esfuerzo por no gustarte.
—Lo siento, no quise...
—No te preocupes —levanté mi mano para que se callara—. Solo bromeaba.
—Oh.
A pesar de todo, no moví mis labios para fingir una sonrisa. Solo los miré a los dos, de pie en medio de mi habitación, tomados de la mano como una hermosa pareja. En realidad, para mi pesar, eran una hermosa pareja, y no preguntes por qué siento pesar.
Un ataque de tos interrumpió el incómodo juego de miradas. Odié verme tan patética y débil frente a ella. Martha, una mujer de 33 años vestida con jeans claros, zapatillas blancas y una sencilla camisa de color rosa pálido, intentaba aparentar casualidad, lo cual hacía muy bien. Con su figura, bien podría desfilar en una pasarela.
Mientras tanto, yo llevaba pantalones deportivos y una camiseta del Capitán América. Nadie podía presumir que aún podía usar camisetas de cuando tenía 14 años, como yo.
Pero, una vez más, sabía que nadie quería presumir de tener un cuerpo de niña a los 24 años.
Gabriel se acercó a Martha, quien era arrastrada de la mano. Me pregunté qué pasaría si fingiera que ambos habían muerto y solo estuviera viendo sus almas. Hice una mueca acompañada de un ataque de tos. No quería ver a Gabriel muerto.
—N-no... te acerques —como un imán atraído por el metal, bajé la mirada a la muñeca de Martha, notando que todavía llevaba la misma pulsera que yo le había regalado a Gabriel. Sí, sentí como un golpe en los genitales—. Estoy... bien.
—Claro, tus toses y las muecas de dolor dicen lo contrario —miró a Martha y me señaló—. Ustedes se conocen desde hace más tiempo que yo, ¿siempre ha sido tan terca?
—Martha no me conoce, no, no nos conocemos en absoluto. Solo lo hacía porque solía ir tras mi vecino




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