Querido Diario

Día Dieciocho

15 𝓓𝓮 𝓜𝓪𝓻𝔃𝓸

𝒬𝓊𝑒𝓇𝒾𝒹𝑜 𝒟𝒾𝒶𝓇𝒾𝑜:

Me he sentido mejor. Es extraño cómo toda mi vida, desde que supe que no era normal ver a personas fallecidas, las relacioné con algo malo. Quizá lo sean hasta cierto punto, pero el hecho de que ese extraño me dijera que volver a colocar las protecciones alrededor de mi cuello me ayudaría y que no se equivocara, ha despertado aún más mi curiosidad por saber más sobre ellos, sobre lo que veo y cómo puedo ayudar.
Sin embargo, de manera cruel, creo que parte de mi mejoría se debe a que no soy el centro de atención. Ayer nos avisaron que el mejor amigo de mamá falleció y pude ver cómo su corazón se rompió un poco con esa noticia. Ella y Elia son el claro ejemplo de que se puede ser mejor amigo de diferente género sin terminar enamorado. Mamá y Elia se conocieron en la escuela culinaria, ella una mujer recta que sigue las reglas y él un tipo rebelde que siempre ha preferido tener harina en sus mejillas porque eso lo hace ver lindo. Eran el uno para el otro, con la amistad más hermosa que todos podríamos desear. Mamá fue la dama de honor en su boda, y Elia amenazaba a mi padre con sacar su hermosa cara y cocinarla en el horno si le hacía daño a mamá.
Desde que mamá supo que él estaba enfermo, no me permitió verlo. Creo que en el fondo ella sabía que en realidad podía ver la muerte de cada persona y no quería arriesgarse a que le dijera que perdería a una de las personas más importantes de su vida.
Hoy temprano estaba parada en la puerta principal de mi casa, vistiendo completamente de negro. Mi cabello estaba recogido en una coleta alta, la camisa negra de manga larga resaltaba aún más el color cobrizo de mi cabello y la palidez de mi rostro. Tenía ojeras que no me moleste en cubrir, solo llevaba una capa de protector solar, rímel transparente y un humectante de labios color melocotón. Mis piernas estaban cubiertas con unos jeans negros que remangué un poco hasta los tobillos y mis tenis negros me ayudaban a soportar la espera.

Mi mano izquierda estaba apoyada en mi estómago, la delgada faja que mamá me obligó a usar por las recientes incisiones ejercía presión y me causaba más daño que ayuda, pero según mamá, era cuestión de acostumbrarse.
Siempre he pensado que te pareces mucho a Magdalena —levanté la cabeza de golpe, la conocida punzada comenzó a bailar en mi cabeza, pero aún así casi lloré—. Mismo color de cabello, mismo tono de piel... Solo te falta un poco de mis panes, mi dulce Cuernito.
—Siempre has dicho que los cuernitos no se consideran un pan dulce.
Eso es cierto, pero me recuerdas a uno.
—¿Por qué?
El tío Elia comenzó a subir los escalones que lo llevaban a la puerta principal de mi casa. Su cuerpo alto y su piel sonrojada casi me engañaban, se veía tan sano, tan él, tan vivo.
Sonrió.
Eres como un cuernito, todos piensan que lo odian porque no tiene cobertura de chocolate o azúcar, pero cuando lo pruebas con una deliciosa taza de café, un batido de cacao con leche o un licuado, de repente no puedes dejar de comerlo —pude ver que no le sorprendía que lo pudiera ver—. Comienzas a sentir ese toque de azúcar, canela y vainilla. Sabes que el cuernito no pertenece ni al pan dulce ni al salado, no tiene un lugar específico, pero encaja extrañamente en todo.
Era una referencia extraña, pero a veces me sentía así, como si no encajara en ningún lado... como si no perteneciera en ningún lugar.
Por eso tu apodo es Cuernito.
—¿Y por qué el de mamá es Magdalena?
Fácil, ella es la favorita de todos. Todos quieren ser como ella, piensan que es complicada, pero en realidad es fácil, solo tienes que prestar atención a los ingredientes —miró por encima de mi hombro, de entre los muchos espíritus que veía, él parecía realmente en paz—. ¿Qué pieza sería yo?
Reí, él era uno de los pocos que conseguía esa hazaña.
—Una enorme rosquilla. Eres el favorito de todos.
Dejé escapar una risa extraña, mezcla de risa y sollozo, incluso una lágrima se escapó.
Siempre supe que eres mucho más genial que nosotros. Lo supe desde el momento en que te tuve en mis brazos, que has venido a ser más que simplemente una cifra en un censo.
—Sabe que está...
¿Saber que estoy muerto? —asentí—, lo sé. Hace un mes que no me sentía tan bien, el dolor en mis huesos, en mis rodillas, en mi espalda. Lo supe cuando me levanté y no sentí más dolor. Eres como un imán, Sophie. Podía sentir algo extraño guiándome hasta aquí —frunció el ceño—, no me gustó descubrir que me trajo aquí. Me hace pensar ¿quién más podría venir? Hay malas personas, ¿sabes? Ellos no deberían entrar aquí, no tienen buenas intenciones.
Miré por encima de mi hombro cuando escuché las voces de mis hermanas, madre, Gabriel y Rafael.
—No te preocupes, sabré cómo cuidarme de ellos.
Lo sé. Siempre has sabido cómo cuidarte. Por eso eres mi favorita —me guiñó un ojo—. Cuida de tu madre, dile lo mucho que la amé, la amo y la amaré. Ella me enseñó lo que es tener una hermana no sanguínea, pero aún así amarla como si lo fuera. Y dile a Lila que ella fue el amor de mi vida y que, a pesar de que no tuvimos hijos, no pude haber elegido a alguien mejor que ella para pasar mi vida.

Pase mi mano por mi mejilla.
—Yo le voy a decir.
Gracias. —Estiró su mano para tocar mi mejilla, no pudo, pero sentí como los bellos de esa mejilla se erizaron—. Es tiempo de irme.
Asentí.
Me sonrió y caminó de nuevo hacia la salida. No vi ninguna luz, tampoco sentí un viento especial. Solo vi cómo se dio la vuelta y supe que ya no lo volvería a ver.
●●●
La misa y el entierro se llevaron a cabo lo más normal que se podría considerar en una situación así. Mis hermanas escoltaron a mamá a cada lado, con Gabriel y Rafael detrás de ellas, y yo unos pasos atrás de ellos, observando todo de lejos. Algunas personas rozaban mi brazo al pasar, otros se acercaban para preguntar cómo estaba y algunos simplemente me saludaban con señas.
Antes de bajar por completo el ataúd, uno de sus sobrinos dijo algunas palabras. Originalmente, habían elegido a Kate para hablar, pero ella me pasó la responsabilidad a mí.
Así fue como terminé de pie frente a 100 personas, todas mirándome.
Sonreí.
—No soy buena con las palabras, si el tío Elia pudiera decir algo, seguro diría: «Cuernito, no todos nacieron con el don de hacer pan. Ciertamente, tú no naciste con el don de hablar» —algunos rieron, otros asintieron porque conocían a mi tío y sabían que tenía razón—. Hemos escuchado decir a tía Lila lo afortunada que es por tener a un hombre como él a su lado, pero creo que el tío Elia hubiera preferido que dijéramos por qué él tuvo la suerte de encontrar a una persona como Lila. Así era él, siempre queriendo que todos fueran el centro de atención, incluso en su propio cumpleaños. Siempre anunciaba la panadería rival en su propio negocio porque decía que todos merecían tener su momento.
Parpadeé para alejar las lágrimas. La mano de Larson, el hermano mayor de Piper, rodeó la mía. Por un momento, intenté retirarla por sorpresa, pero él presionó con más fuerza y supe que estaba viendo lo difícil que era para mí hablar. Finalmente, aparté mis ojos de los suyos grises. Larson era más guapo de lo que recordaba, pero seguía pareciendo el hermano mayor de mi mejor amigo.
—Él hubiera querido que yo dijera lo mucho que amo a Lila. Él me hizo prometer que si algún día buscaba el amor, lo hiciera como el amor que él sentía por Lila: un amor puro, un amor sin interés, un amor mutuo... Un amor verdadero. Yo acepté. Si me hubiera dicho que su tipo de amor es de aquellos que solo ocurren una vez en la vida, me lo hubiera pensado mejor —Larson rió un poco a mi lado y lo miré con una sonrisa—. Porque tengo 24 años y aún sigo soltera. Creo que era su forma de decirme que no me casara hasta los 40 años.
—¡Típico de él! —gritó Cárter, un sobrino del tío Elia, un sobrino biológico suyo—. Ahora entiendo por qué nunca aceptaste a mi hermano.
Odié esa declaración. Odié todo de él.




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