Querido Diario

Día Veintitrés

7 𝔇𝔢 𝔄𝔟𝔯𝔦𝔩

𝔔𝔲𝔢𝔯𝔦𝔡𝔬 𝔇𝔦𝔞𝔯𝔦𝔬:

No, Gabriel y yo no hemos terminado, tampoco le he dicho nada sobre lo que la vieja me dijo, pero sabía que él sospechaba algo. No dejaba de mirarme cada segundo, sus brazos me rodeaban en cada oportunidad, sus labios expresaban lo hermosa que me encontraba, lo mucho que le gustaba cada aspecto de mí. Parecía como si su misión fuera elogiarme constantemente.

Teo, por otro lado, quería hablar sobre ese día, ahora que comprendía una de mis debilidades, una de mis mayores inseguridades. Mi mayor culpa, pero no lo hice, siempre le pedía que olvidara ese tema. Fingió hacerlo.

Yo fingí creerle.

No era complicado, especialmente cuando mamá no hacía más que cuidar de Gabriel y de mí cuando estábamos juntos. Sí, ya sabía sobre nuestra relación. Dijo que estaba feliz por nosotros y lo único que nos pedía era que:

—No hagan cosas de adultos en mi casa mientras duermo.

Ambos prometimos que no lo haríamos, y mamá se aseguró de que no rompiéramos esa promesa, ya que cuando ella no estaba, Rafael se encargaba de vigilar. Aun así, ninguno evitaba que todas las noches Gabriel se colara en mi habitación y durmiera en mi cama. Sabía que era imposible que ellos no lo supieran, pero me gustaba pensar que confiaban en nosotros.

Así que ahora termino escribiendo en ti en el día, me encanta porque no solo te has convertido en un diario común, sino que también te has convertido en mi confidente. Creo que si las personas que están tras de mí supieran de tu existencia, todos querrían poner sus manos en ti, porque no solo escribo sobre lo que me ocurre día tras día.

Volviendo a Gabriel, creo que ambos sabíamos que tarde o temprano tendríamos que hablar sobre por qué estaba tan evidentemente alterada después de hablar con la vieja que me detesta por recordarle a mi difunta tía que vivió hace años atrás y por la que mamá heredó esta casa.

Estaba recostada de lado en mi cama, probablemente pasada la medianoche. Mis ojos estaban cerrados cuando Gabriel entró a mi habitación. No había estado en todo el día, Romeo lo llamó para que lo ayudara con algunas cosas, y Rafael estuvo conmigo todo el día, lo cual fue agotador. Pasé todo el día deseando que llegara la noche para poder dormir, pero por más que lo intentaba, no podía conciliar el sueño.

Había escuchado cuando él llegó, cuando entró al baño y salió 15 minutos después. Ahora podía oler el aroma de su gel corporal, sentir cómo su peso hundía su lado de la cama. Por alguna razón, fingí estar dormida, incluso hice que mi respiración pareciera pesada. Por un momento quise abrir los ojos cuando sentí las yemas de sus dedos recorrer suavemente mi rostro izquierdo, desde mi sien hasta mi barbilla, para finalizar en mis labios entreabiertos.

No me moví, seguí con mi actuación hasta que sentí que él se durmió completamente. Aun así, tardé un momento más en abrir mis ojos. Una de sus manos descansaba en mi cadera, y la otra probablemente estaba debajo de su almohada.

Poco a poco permití que mis ojos se abrieran, tomándose su tiempo para observar cada detalle de Gabriel. Sus cejas negras estaban rectas, sus pestañas eran tupidas, parecían pintadas con delineador negro cuando tenía los ojos abiertos. Observé su rastrojo de barba, que parecía terciopelo, suave al tacto. Sus labios tenían perfectamente delineado el arco de Cupido, y un pequeño lunar curiosamente justo en el centro del labio inferior. Incluso los tatuajes que se dejaban ver con la poca luz de la luna me parecían hermosos.

Es un hombre hermoso, un hombre que no encaja con una chica como yo.

Con cuidado de no despertarlo, me puse de pie y caminé hasta mi espejo completo en la parte derecha de mi habitación. Quité la sabana blanca que lo cubría la mayor parte del tiempo, pequeñas partículas de polvo se alzaron cuando la deje caer al suelo.

Entonces apareció frente a mí una mujer demacrada, con su cabello largo sujeto en una trenza simple. Sus hombros estaban cubiertos por unos simples y delgados tirantes de algodón que apenas cubrían la clavícula y los huesos bien marcados de cada hombro. Bajé la mirada hacia donde la camiseta y el pantalón corto de pijama dejaban al descubierto la piel. Se podían ver los huesos de cada cadera, junto con la piel excesivamente blanca. Las piernas largas y delgadas no eran para nada atractivas, mostrando una falta evidente de proteína en ellas. Incluso en su rostro, las ojeras debajo de esos hermosos ojos, las mejillas hundidas y la barbilla afilada demostraban la desnutrición que hacía que la imagen frente a mí fuera poco atractiva.

Odiaba ser ese reflejó.

Mi imaginación o las sombras que bailaban alrededor de mi habitación jugaron con mis ojos. Pude ver cómo mis caderas se ensanchaban gradualmente, la piel cambiaba de pálida a un tono moreno claro, mi cintura se llenaba y se curvaba de forma atractiva, mi cabello se oscurecía hasta llegar a un tono negro. No quería mirar mi rostro porque sabía a quién pertenecía el cuerpo, pero como un imán, mis ojos se dirigieron primero a mis labios. Ya no eran pequeños y regordetes, ahora eran más grandes y del mismo tamaño, con la certeza de que si sonreía, aparecerían dos pequeños hoyuelos en las comisuras de mis labios. Continué subiendo la mirada, notando que mi nariz era un poco más grande, pero lo que más me impactó fue el cambio en mis ojos, ya no tenían la profundidad del universo, ahora eran de un simple marrón.

Bajé la mirada a mis pies descalzos, y mi piel volvió a su tono pálido característico. Parpadeé y me dejé caer al suelo, abrazando mis piernas y apoyando la barbilla en mis rodillas, permitiendo que mis ojos se quedaran en mi reflejo.

Maldije a la anciana por introducir tales pensamientos en mi cabeza. La maldije por sacar a la luz una parte oscura de mi alma. La maldije por hacer surgir un pequeño sentimiento de odio hacia mi propia hermana. Pero, sobre todo, me maldije a mí misma por permitirme sentir tales emociones.
Las lágrimas brillaron en mis mejillas, y no hice nada para calmarlas o limpiarlas.




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