Querido Diario

Día Veintiseis

12 𝔇𝔢 𝔍𝔲𝔩𝔦𝔬

𝔔𝔲𝔢𝔯𝔦𝔡𝔬 𝔦𝔞𝔯𝔦𝔬:

Es curioso cómo a veces sentimos que el tiempo nos pasa rápido y en otras ocasiones demasiado lento.

Mis sobrinos mayores cumplieron hoy 11 años cada uno. No, mis hermanas no los tuvieron al mismo tiempo ni nada parecido; es solo que suelen esperar que sea el cumpleaños de uno de ellos para festejarlos juntos.

A veces los miro y siento que van demasiado rápido hacia la vida adulta. Me gustaría tanto detener el tiempo y dejar que disfruten más su tiempo de niñez y juegos, pero no puedo. Así que supongo que solo puedo decirles "Feliz cumpleaños" mientras soy testigo de cómo sus mejores años pasan y poco a poco la felicidad en sus ojos se empaña por la tristeza.

Baruj, mi ángel de la guarda, dice que es un sentimiento similar al que él sintió cuando yo iba creciendo.

Pero bueno, sigamos hablando de la vez que fui a prisión por última vez (eso espero).

Salí libre dos días después de que Gabriel y yo nos confesáramos. Debo añadir que minutos antes de ser libre me llevaron a una sala de espera, ahí se encontraba Gabriel y Rafael la escena en la sala de espera fue tensa. Gabriel me miró con una mezcla de culpa y alivio, sus ojos llenos de una tristeza que me dolía. Yo lo miré con molestia, sintiendo una rabia contenida que me quemaba por dentro. ¿Cómo podía sentir culpa? Él había sido el que me habia arrestado, el que me había dejado en esa situación sola. No podía entender cómo podía mirarme a los ojos después de todo lo que había pasado.

Valentino, hasta el momento era él unico que me habia ayudado. Mi hermana lo contrató para mí, ya que ella no podía representarme en casos tan delicados como ser acusada de asesinato por ser familiar, demostró que era inocente por la confesión del mismo hombre que le dijo a Gabriel y Rafael que había sido yo la autora de tal espectáculo sanguinario.

Seguia sin comprender esa parte.

Mi madre les pidió, no tan amablemente, a Gabriel y Rafael que sacaran sus cosas de nuestra casa antes de que yo llegara. De esa manera no podría verlos. Así que cuando yo llegué, ninguno de los dos estaba. Y cuando al día siguiente mamá se fue a su trabajo, me sentí más sola que nada.

Quizás por esa razón le hablé a Teo y le pedí que me llevara a la prisión que se encontraba a dos horas de casa.

Al principio se negó, pero una vez que le expliqué mis motivos, aceptó, siempre y cuando le avisara a mi abogado.

Teo condujo en silencio, el paisaje se volvía cada vez más desolado. Los árboles se hacían más escasos, el cielo se tornaba gris y el viento silbaba con un sonido lúgubre. Finalmente, apareció en el horizonte una construcción imponente: la prisión. Era un edificio enorme, de piedra gris y con rejas de acero en las ventanas. Parecía una fortaleza medieval, con torres imponentes y muros gruesos. La fachada estaba deteriorada por el paso del tiempo, con grietas profundas y manchas de humedad. El aire olía a humedad y a descomposición. Teo estacionó frente a una pared que me recordó las ruinas de una fortaleza. Quizás lo eran, solo que del otro lado no se protegían soldados valientes y reyes amables. No, en esa fortaleza estaban las personas más peligrosas que alguna vez podría ver.

Bajamos del auto, dejando nuestras pertenencias en la guantera, incluyendo dinero y teléfonos. Nos dirigimos a la entrada, un edificio imponente de piedra gris y rejas de acero que nos recordaba una fortaleza medieval.

Valentino nos dijo que la cárcel tenía normas de vestimenta que teníamos que acatar. No podía entrar al menos que estuviera vestida con una camisa de mangas cortas, pero sin ningún escote, así como una falda hasta los tobillos, con el cabello sujeto. Teo tenía que vestir con una camisa básica de color blanco, que dejara ver sus manos como brazos, un pantalón lo suficientemente ajustado para que dejara ver que no tenía nada por debajo, y su cabello, en caso de ser largo, tenía que estar suelto.

—Nombre, nombre del reo al que ha venido a ver, hora de entrada, al final tendrá que poner la de salida —señaló una hoja el oficial en la puerta de entrada. Cuando Teo firmó, otro comenzó a pasar un detector de metal por su cuerpo. Él primero me miró.— Su turno.

Hice lo que se me pidió. Cuando terminé, pasé al siguiente. Teo no perdió de vista la mano del sujeto hasta que finalmente alejó su aparato de mí, y yo mentalmente se lo agradecí.

Fue algo sorprendente el camino que seguimos. Los presos estaban solo separados de nosotros por ambos lados por una barrera imponente: una pared de vidrio reforzado, gruesa y oscura, con una malla de acero que la atravesaba de arriba a abajo. La malla era tan gruesa que parecía una jaula en sí misma, y el vidrio era tan oscuro que apenas se podía ver a los reos del otro lado. Parecía una barrera diseñada para impedir cualquier contacto físico, pero también para crear una sensación de aislamiento y encierro. Uno de los custodios nos hizo seguirlo. Teo y yo nos miramos. Podía ver sus ojos brillar, y sabía que los míos hacían lo mismo, pero no porque viera el aura de las personas. No, no era eso. Podía ver espíritus de personas, tanto de reos como de los que antes habitaban el lugar. Me parecía sorprendente ver las ropas que usaban, era un contraste con la de nosotros.

Antes de entrar a la puerta que nos llevaría a reunirnos con los demás visitantes como reos, me detuve a ver a un preso en particular. Podía ver mi reflejo en el vidrio, mis ojos estaban brillando un poco de todo, quizás era porque en todas partes había un demonio. Algunos estaban parados solamente, mientras otros susurraban en el oído de algunos. Uno en particular estaba susurrando en el oído de uno de ellos, el mismo que parecía mirarme como si supiera quién era yo.

—Va a morir. —Susurré, sintiendo un escalofrío recorrer mi espalda.

Teo me miró, su rostro lleno de preocupación.

—Su aura está negra.

—Un demonio está rodeándolo, parece susurrar algo.




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