Querido Diario

Día Veintiocho

17 𝔇𝔢 𝔍𝔲𝔫𝔦𝔬.

𝔔𝔲𝔢𝔯𝔦𝔡𝔬 𝔇𝔦𝔞𝔯𝔦𝔬:

La frustración me carcomía por dentro. Nunca me ha gustado la burocracia, esa maraña de papeles y trámites que parecen diseñados para robarte tiempo y paciencia. "Te falta la escritura de tu casa y tu tipo de sangre, o casi lo olvido, tu primogénito va a ser nuestro", esa frase se repite como un mantra en cada oficina, en cada institución. No es de extrañar que terminara furiosa con la administradora de la escuela de policía.

Gabriel salió del auto sacudiendo la cabeza.

—Muy mala idea, ¿sabías que ella va a tramitar tu licencia una vez te gradúes?

—Es una odiosa.

Me detuve frente a la puerta del acompañante, Gabriel le dio palmadas al capo del otro lado.

Sonrió.

—No puede alterar mis pruebas.

—Casi la golpeas solo porque te dijo que te faltaba tu seguro social.

—¡Ayer me regresó porque faltaba mi tarjeta de vacunación! —exclamé—, a este paso seré inscrita cuando mis compañeros se gradúen. No puede solo decirme de una vez lo que me falta.

—Tienes un punto.

Sacudí mi cabeza y entré al auto cuando los seguros fueron retirados.

Me sentía fastidiada por no haber podido finalmente poner mi nombre en la lista de alumnos esa mañana, pero mis ánimos no disminuían. Yo voy a ser policía.

●●●

Volviendo unos meses atrás, después de que a Gabriel y Rafael se les permitiera ver a sus ángeles y comprobar por sus propios ojos que hay cosas desconocidas y que no todos pueden ver, comenzaron con la fase número uno: reconquistar a Dalia.

Mamá era difícil, pero tenía un corazón blando debajo de esa coraza que años de tratar con clientes, trabajadores y proveedores difíciles le había obligado a endurecer. Esa coraza, sin embargo, no era impenetrable.

Me sorprendió bajar al primer piso un sábado por la tarde y encontrar a Gabriel y Rafael besando las mejillas de mamá con dos ramos de flores cada uno. Dos días antes, Rafael nos había enseñado que su caricatura favorita era Bob Esponja, y ahora, aquí estaban, con un gesto de amor y afecto que parecía sacado de un cuento de hadas. Mis cejas se alzaron hasta el nacimiento de mi cabello.

Incluso Gabi, acurrucada en mis brazos, pareció curiosa por la escena. Dejó de lamer su mano para ver qué tanto alboroto se estaba formando.

Me detuve en el último escalón, mi computadora debajo de mi brazo derecho.

—¡Ya basta, chicos! —exclamé, pero la risa de mamá no era para nada una señal negativa para que dejaran de besar sus mejillas. Ellos siguieron, y finalmente, mamá dijo: —¡Está bien!, los perdonó.

Sacudí mi cabeza y caminé al comedor, pasando por detrás de ellos. Dejé mi computadora en la mesa, con Gabi aún en mis brazos, caminé hasta un lado de la nevera, la bajé y ella de inmediato comenzó a comer su sobre de comida húmeda, que tenía pinta de no estar buena.

—¿Saben quién entró a la casa? —mamá preguntó—, alguien debió entrar y poner esos papeles en la biblioteca para que ustedes creyeran que fue Sophie.

Me incorporé, los tres estaban ahora a unos pasos de mí. Mamá sacando unos floreros de las repisas y ellos sentados en la encimera.

—Mamá tiene razón, alguien debió saber la clave de las alarmas o las alarmas no sonaron, quizá no son tan eficaces como creemos.

Comencé a escribir un texto a Teo.

—¿Por qué tienes esa cara de culpable?

Miré a Rafael para ver su cara. Sus ojos estaban hinchados y morados, la nariz torcida, y un corte le cruzaba la mejilla. Podía notar la culpa a pesar de su mal aspecto. Se encogió un poco, como si quisiera esconderse bajo la encimera.

—Lo siento, pero creo saber quién es la que entró.

Mi teléfono sonó con un texto.

Teo: Llego en uno minutos, un cliente quería cambiar algunos detalles.

Sin siquiera preocuparme en verlo, adivine.

—Es Martha, apuesto mi herencia a eso.

—No tienes herencia aun.

—Mamá, todos sabemos que todo lo que tiene es mío —Sonreí—. Es una lástima para Kate, Meghan es la consentida de papá y ella va a heredar su empresa. Kate no va a heredar más que aire.

—Interesada.

—Herencia de la familia de papá —sacudí mi mano—. Eso no importa, lo que importa es, ¿Por qué demonios le darías la clave de la alarma a una mujer ajena a mi familia y que no me agrada?

La casa se hundía en un silencio denso, pesado como la culpa que se aferraba a Rafael. Sus ojos, oscuros y profundos, se clavaban en los míos, reflejando una tristeza que no podía ignorar.

—Fue en el tiempo que ustedes aún salían, —dijo Rafael señalando a Gabriel, al mismo tiempo que rascaba la barbilla con un gesto nervioso. —Ella dijo que quería darte una sorpresa. Obviamente, me vio la cara de estúpido.

Una mueca de dolor se dibujó en el rostro de Gabriel, pero logro cubrirlo bien. Con la voz baja, continuó: —Eso no es difícil cuando la cara de estúpido se ve en ti cada que te veo, pero eso ya hace semanas, así que detente con la culpa. Martha es una maldita bruja que no hizo más que manipularnos todo este tiempo.

Las palabras de Gabriel resonaron en el vacío de la habitación, pero no lograron disipar la sombra de tristeza que se cernía sobre él. Su mirada, fija en la nada, parecía perdida en un mar de recuerdos.

Yo, atrapada en la disyuntiva de mi propio dolor y el de Gabriel, bajé la mirada a mi teléfono, buscando un escape en la pantalla fría. La imagen de Martha, radiante y sonriente, se me apareció en la memoria, como un espectro del pasado, como ambos parecian querer realmente estar junto al otro.

El timbre de la casa resonó, rompiendo el silencio que se había instalado entre nosotros.

—Es Teo —, dije, levantándome de la silla. — ¿Mamá puede abrir por nosotros?, Necesito mostrarles algo a los chicos.

—Claro, cariño.

Caminé hacia mi computadora, con la mirada fija en la pantalla. Gabriel, se acercó a mí.

—El día que conocieron a Tzáyid y Tzofeh... —, comencé, abriendo un archivo en mi computadora. —Papá me envió fotos tomadas desde un satélite, del bosque que rodea la frontera del pueblo. Papá tiene estas fotos porque un empresario por un tiempo tuvo planes de hacer unas cabañas en la orilla del lago y se acercó a él.




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