19 𝔇𝔢 𝔍𝔲𝔫𝔦𝔬.
𝔔𝔲𝔢𝔯𝔦𝔡𝔬 𝔇𝔦𝔞𝔯𝔦𝔬:
—¿Doritos o Cheetos?— La pregunta de Rafael interrumpió mi película con Jason Statham a punto de quitarse la camisa.
—¿Qué importa?—, dije, quitándolo de mi camino. —Disculpa, ¡Statham!
Rafael me miró como si fuera una causa perdida.
—Creí que recuperarías la cordura y saldrías conmigo, pero... tus gustos son...
—¿Qué?—, pregunté, arqueando una ceja. Señaló a Gabriel, con sus refrescos.
—Horrible. Pobre hombre, su rostro está deforme.
—Necesitas gafas—, le dije.
—¡¿Qué?! ¡Deberías dejar de fingir que estás enamorada de él! Una mujer como tú, se merece alguien mejor.
La escena de Statham ya pasó. Fingí interés en Rafael. —¿Quién sería él indicado entonces?
Teo apareció, palmeando a Rafael.
—¡Dile que lo deje por mi!
Rafael saltó. —¡No me toques!
Me reí. Gabriel se sentó a mi lado, pasando su brazo por mis hombros.
—¡Par de imbéciles!
— Ya veo que prefieres Doritos.
—¡Dejen de pelear! Estamos celebrando mi ingreso a la escuela y ya se tardaron las pizzas.
Rafael miró su reloj. —¡Pizza gratis!
—¡Claro que no!—, dijo Teo. —Ya tiene suficiente tortura conociéndote.
—Si tiene la suerte de verme, su puto dia seria el mejor—, respondió Rafael.
Gabriel y yo observamos su pelea. Era habitual, pero no cambiaría mi lugar. Gabi saltó a su regazo.
—¿Te molesta lo que dijeron?
Gabriel sonrió, acariciando a Gabi. —Eres demasiado para mí, pero no importa. Estoy contigo. No te dejaré ir.
Y yo tampoco pienso irme a ningún lado.
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Este es, sin duda, uno de los relato más difícil que he escrito, desde aqui comenzaba lo que realmente era mi pesadilla. El dolor aún es palpable, pero necesito plasmarlo, necesito que se sepa. La vida, con su cruel ironía, me dio una patada donde más duele.
La arrogancia me cegaba. Nos creíamos superiores por la información que habíamos reunido. Yo había encontrado mis fotos, el mapa y el libro; Teo, con la ayuda de un amigo, había localizado el lugar de reunión de la secta. Gracias a la información de Pedro y a las fotos que Kim nos trajo, confirmamos la ubicación y la identidad de Legión, el líder.
Sin embargo, a pesar de nuestro aparente triunfo, una sombra de incertidumbre se cernía sobre nosotros. Nos faltaba la pieza clave del rompecabezas: la fecha exacta en que planeaban llevar a cabo su ritual, su repugnante plan de implantar ese "hijo del demonio" en mi vientre. La posibilidad misma de que aquello fuera cierto me helaba la sangre. Rafael y Gabriel, sin dudarlo, estaban decididos a detenerlos, sin importar si su objetivo principal era yo o no. Su prioridad era acabar con la matanza.
Yo compartía su determinación, pero un profundo malestar me carcomía por dentro. Sentía en mis huesos que venían por mí, una sensación visceral que me mantenía en constante alerta, en un estado de ansiedad casi paralizante. Intentaba distraerme con la televisión, pero ningún programa lograba captar mi atención; la frustración se apoderaba de mí. Incluso lavaba platos ya limpios, solo para tener algo que hacer con mis manos, para canalizar esa energía negativa que me consumía.
Le confesé mi estado a Meghan, mi hermana, cuando ella me preguntó por qué parecía estar al borde de un ataque de nervios.
—Es una reacción natural a todo lo que has pasado —dijo con una ternura que me conmovió—. No le des tanta importancia.
La observé en el reflejo del espejo mientras me cepillaba mi cabello. Sus ojos castaños se encontraron con los míos, antes de desviarse hacia los objetos sobre mi tocador.
—¿Crees que sea por eso? —pregunté, con la voz temblorosa.
—Estoy segura —respondió con firmeza.
Me levanté y me dirigí hacia mi armario. Había llovido durante toda la mañana y, aunque las nubes se habían disipado, el aire seguía cargado de una frialdad penetrante. Elegí una sudadera morada, buscando un poco de consuelo en su suavidad.
—Quizás tengas razón —susurré, aunque una parte de mí se negaba a aceptar la explicación tan simple. Mi mente había estado agitada durante días, presa de una inquietud que se resistía a desaparecer.
Quizás, como decía Meghan, se debía al trauma del encierro, a las secuelas del terrible asunto de Thane, pero una parte de mí sabía que algo más acechaba en las sombras, algo que me perseguía con una insistencia implacable.
Meghan dejó el peine sobre la mesa, una mano descansando en el respaldo de la vieja silla blanca, desgastada por el tiempo. Giró su cuerpo para mirarme, sus ojos entrecerrados en una expresión de leve preocupación.
—Por cierto —dijo, su voz apenas un susurro—, ¿qué pasó con el cuerpo de ese sujeto?
—Creo que le preguntaron a un sacerdote si podía bendecirlo, pero cuando le dijeron que era… satánico, decidió excomulgarlo —respondí desde dentro de la capucha de mi sudadera, mi voz amortiguada—. Rafael me contó que lo enterraron en una fosa común… ¿Qué pasa?
—Nada —respondió, pero su tono sugería algo más—. Solo me parece triste que su cuerpo nunca sea reconocido por su familia.
—No tenía familia aquí —expliqué, liberando un mechón de cabello atrapado entre la sudadera y mi cuerpo—. Thane era un inmigrante escocés. No pudieron contactar con nadie y el cuerpo no podía permanecer sin sepultura. Tenían que tomar una decisión, y nadie estaba dispuesto a asumir la responsabilidad a perpetuidad.
—Al menos el sacerdote lo permitió —dijo Meghan, buscando un resquicio de consuelo en la situación.
—No veo por qué tendría que decir nada —me encogí de hombros—. La iglesia tiene su jurisdicción, pero el alcalde decide quién se entierra en el cementerio. No hay ninguna ley que lo prohíba, pero a las personas no reclamadas… las destinan a fosas comunes.
Meghan hizo una mueca, un gesto de disgusto que se desvaneció en un suspiro. Se puso de pie, su figura estilizada proyectando una sombra alargada en el suelo.
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Editado: 03.02.2025