21 𝔇𝔢 𝔍𝔲𝔫𝔦𝔬.
𝔔𝔲𝔢𝔯𝔦𝔡𝔬 𝔇𝔦𝔞𝔯𝔦𝔬:
¿Te sorprende todo lo que has leído hasta ahora? Escribir esto ha sido un suplicio, una herida abierta que he tenido que desenterrar para poder plasmarlo aquí, para que quede grabado para siempre. Para mi siempre.
A veces, la idea de modificar un detalle me lleva a reescribirlo todo. Me veo a mí misma como una mujer corriente, alguien que no se sobresalta al encontrarse con un demonio, un ángel o un espíritu. Me imagino esperando a Gabriel cada día, con la emoción palpitante de su llegada; me imagino que tenemos un hijo, enfermo; me imagino la ruina, la deuda hasta el cuello. Da igual lo que imagine; la pregunta persiste: ¿podría servir a un Dios injusto?¿Vender mi alma a un demonio para asegurar la salud de mi hijo, para tener una vida menos miserable, más cómoda, llena de lujos?
Me gustaría responder, pero no puedo, no quiero mentir. Sé que la fantasía no puede superar la realidad: no soy madre. Desconozco el dolor de un hijo enfermo, y no deseo experimentarlo. Por tanto, no puedo responder a mis propias preguntas.
Sin embargo, estoy segura de que no sacrificaría a ningún miembro de mi familia por dinero.
Es evidente que no todos en mi familia aprobaban mi pensamiento.
●●●
Ese día, decidí no quedarme en casa. Sabía que mamá detectaría mi malestar con una sola mirada a mis ojos, un malestar que ya era profundo. Así que la llamé, inventando que Teo me había pedido ayuda con un proyecto de trabajo, que necesitaba la opinión de una mujer. No sé si me creyó; ella conoce mi aversión por las flores. Pero debió intuir mi necesidad, porque solo me dijo que me cuidara y que esperara que todo saliera bien.
Así que terminé en el departamento de Teo.
—No tenías que quedarte — le dije a Gabriel por cuarta vez. Se veía incómodo con el pijama que había traído de su casa, reemplazando su traje formal.
Me miró, luego a Teo, sentado en el comedor con su portátil.
—No me importa quedarme — respondió Gabriel.
Nos miramos en silencio durante tres segundos.
Suspiré y tomé mi pijama de su bolso de gimnasio.
Le había pedido que trajera ropa, un pijama limpio, pero me sorprendió que él también se quedara a dormir.
Teo sacudió la cabeza, murmurando algo como:
—Claro, haz lo que quieras, solo soy el maldito dueño del departamento.
Me puse de pie.
—Teo— lo llamé,— ¿puedo usar tu baño para ducharme rápidamente?
—Claro, tú sí eres bienvenida.— Miró a Gabriel, quien, inmutable, seguía escribiendo en su teléfono. Teo resopló. —Es tu casa, Ángel.
—Gracias.
Una mezcla de pensamientos, remordimiento y, sobre todo, tristeza, me inundó al caminar por el pasillo hacia el baño. Las paredes, pintadas de un gris claro, estaban llenas de fotografías de jardines, que imaginé diseñados por Teo. El suelo negro, pulido hasta brillar, reflejaba mi imagen como un espejo.
El baño no tenía una tina, pero la regadera lo compensaba; un inodoro flotante estaba a la izquierda; frente a él, un lavamanos doble con dos luces grandes en cada espejo. Me pregunté si Teo lo había construido con la esperanza de compartirlo con el amor de su vida y posteriormente venderlo para comprar una casa grande para él y su familia. Miré la regadera de lluvia a lado del lavamanos; las baldosas de la pared eran una combinación en espiral de color gris claro y oscuro. Las del piso eran de piedra, que me recordaban a las que suelen juntar en el mar los niños pequeños.
Dejé mi pijama en el soporte colocado en la pared para las toallas, lo cual me hizo recordar que no había preguntado a mi anfitrión a la fuerza si tenía una limpia que me prestara, al igual que la ropa interior que le había pedido a Gabriel, seguía en su bolso.
Me miré al espejo; era extraño cómo las lágrimas se detenían en cierto momento, como si se estuvieran tomando su tiempo, para después volver a salir sin que yo las sintiera.
Como en ese momento, mis ojos siguieron el trayecto que tomó una, desde mis ojos hasta mi mandíbula. Mi reflejo se notaba miserable; podía apostar que cualquiera que entrara y me viera, comenzaría a llorar con solo ver la expresión rota en mis ojos.
Alejé mi mirada de mi propio reflejo; abrí no cerré la puerta; solo caminé de nuevo a la parte principal de la casa, limpiando cualquier resto de humedad debajo de mis ojos.
—… Yo no confío en ti —me detuve al final del pasillo; Gabriel mantuvo su voz baja, pero podía sentir el toque de ira en ella—. Y no me refiero a esto que está pasando con Kate.
—¿Estás jodiendo?, tiene que ser una broma.
Teo copió el mismo tono que Gabriel; a ninguno podía escucharlos desde el baño.
Traté de agudizar mi oído.
—No veo por qué piensas que es una broma. Me preguntaste por qué no me fui —se escuchó el roce de su cuerpo en el sofá—. La respuesta es que confío en Sophia, pero no en ti.
—Lo haces sonar como si ustedes dos fueran pareja.
—Y tú como si estuvieras interesado en ella.
—¿Por qué no?, Ángel es hermosa, tiene un corazón mucho más hermoso —quería tanto poder ver las expresiones de ambos, pero si me asomaba lo suficiente ellos podrían verme—. Sin añadir que yo la entiendo, tu la esposaste. ¡La esposaste! Y Rafael, ese… ese cobarde, no hizo nada para detenerlos —Teo estaba gritando y susurrando a la vez pero podia entender con claridad su frustración —. ¿Qué clase de amigo eres? ¿De qué sirve que seas oficial si no puedes proteger a la persona que dices amar?
Un silencio espeso llego por unos momentos.
—No fue mi intención…
—No fue tu intención —Teo lo interrumpió, la voz cargada de amargura—. ¿Es que acaso no te das cuenta de lo que pasó? La esposaron como si fuera una criminal.
—Lo sé, pero… —Gabriel suspiró—. No pude evitarlo. Las circunstancias…
—Las circunstancias, ¿sí? —Teo lo dijo con desprecio—. ¿Y qué me dices de Rafael? ¿Él también estaba atado por las circunstancias? Él pudo haber hecho algo.
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Editado: 12.04.2025