Querido Diario

Día Treinta y tres

25 𝔇𝔢 𝔍𝔲𝔫𝔦𝔬.

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Anoche fue una experiencia... interesante. Mamá comenzó a salir con Fabrizio, el chef del restaurante. La sorpresa fue mayúscula. Ver a ese Fabrizio, el hombre que siempre me había llenado el plato con una sonrisa y una atención casi paternal, parado en nuestra puerta con traje y un aire de nerviosismo palpable, fue surrealista.

—¡Joder, vaya sorpresa! —exclamó Rafael, abriendo la puerta de golpe, sin preocuparse en ponerse una camisa primero, dejaba ver unos abdominales que podrían rayar lo obsceno—. ¿Tú eres el que anda detrás de nuestra Dalia, eh?

—Soy Fabrizio… —respondió el chef, con una voz que apenas superaba un susurro.

—Italiano, ¿eh? Pues escucha bien, que aquí las cosas se hacen a nuestra manera —sentenció Rafael, con una sonrisa que no alcanzaba a ocultar su diversión maliciosa—. Nuestra Dalia es una dama, así que te recomiendo que te quedes con las ganas de tocarla hasta que te lo permita… yo.

Suspiré, cerrando los ojos. Fabrizio se acercó a Rafael en un solo paso, su actitud cambiando de nerviosa a firme.

—Soy mayor que tú, así que modérate, muchacho. Cuida tu lenguaje al hablar conmigo, si no quieres que use tu lengua para sazonar la comida de mañana —dijo Fabrizio, alejándose de Rafael, quien se quedó visiblemente impactado. Fabrizio se acercó a mí, me besó en la mejilla con una ternura inesperada que contrastaba con la amenaza a Rafael—. ¿Cómo estás, pequeña?

—Genial. ¿Y usted? —respondí, intentando mantener la compostura mientras Rafael, con el ceño fruncido, observaba la escena con recelo. Señalé la sala—. Tomé asiento en lo que baja mamá, ya casi esta lista, en tanto, ¿Cuándo empezó esta comedia romántica?

Fabrizio se sentó en el sofá, visiblemente incómodo.

—Creo que desde que la conozco. Pero ella estaba con tu padre… Tras el divorcio, pensé que tendría una oportunidad, pero el miedo me paralizó. Dejé pasar los años. Quería que se recuperara, que sanara de todo el daño que le hizo ese hombre. Luego apareció Romeo, y de nuevo me eché atrás. Pero ahora… ahora es ahora o nunca.

Rafael cruzó los brazos, el labio inferior ligeramente retraído. —No eres tan mayor, ¿eh? Debes tener, como mucho, 56 años, ¿no?

Fabrizio lo miró como si estuviera a punto de abofetearlo. —Muchacho, estoy más nervioso que un flan en una carrera de obstáculos, ¡no me ayudes a empeorar las cosas!

—Lo siento, pero no puedo evitarlo —replicó Rafael, impertérrito.

—¡Joder! —exclamó Fabrizio, mirándome con desesperación—. ¿Cómo lo soportas?

—Oye, no es tan malo… —intenté decir, buscando calmar la situación—. Todos los domingos trae pizza y alitas picantes. Eso lo hace soportable.

—¡Ah! —exclamó Rafael, ofendido—. Ya lo sospechaba. Era la comida.

—Te quiero, lo sabes, bobo.

—Y yo a ti, bobita. Aunque a veces me dan ganas de darte unos azotes —respondió él, con su habitual sarcasmo. Me enseñó el dedo medio, luego se dirigió a la cocina, seguido por Gaby.

Sacudí la cabeza, sonriendo.

—Es un buen amigo.

Volví mi atención a Fabrizio.

—Lo es. Él y Teo son los mejores amigos que podría tener.

—¿Y Gabriel?

—Gabriel… —repetí, sonriendo. En ese momento, mamá bajó las escaleras. Me encantó cómo Fabrizio pareció olvidarse de mi existencia, completamente embelesado por ella—. Es lo mejor que le ha pasado a mi vida.

Él ni siquiera me miró. ¿Y sabes qué? Me encantó.

●●●

Mientras suspiraba, dejé mi teléfono en el suelo de mi habitación, dejé caer mis codos sobre mis rodillas y apoyé la cabeza en mis palmas. Me sentía agotada, con un dolor punzante en el cuello que me impedía girar la cabeza con facilidad. El peso del mundo parecía recaer sobre mis hombros.

La sensación que me recorría cada vez que las auras se tornaban visibles era aterradora. Cada vello de mi cuerpo se erizaba, una respuesta visceral a la energía que me inundaba.

—No puedo mirarme al espejo sin estremecerme al ver mi reflejo —murmuré, mi voz apenas audible.

Tras un silencio tenso, escuché su suspiro. Sentí su empatía, aunque no la expresara abiertamente.

Lo siento, Ángel.

—Está bien, es natural —respondí, levantando la cabeza. Mis ojos encontraron los de Baruj, sentado en mi cama. Su expresión era seria, comprensiva, pero también parecía preocupado—. ¿Sabías lo de Kate?

Vi un destello de rabia contenida en sus ojos.

.

—¿Y por qué no lo mencionaste?

No puedo interferir en…

—Sí, sí —lo interrumpí—. No puedes interferir en los asuntos de los humanos. Es irónico, ¿no te parece?

Baruj se puso de pie, su alto y delgado cuerpo se dirigió a los ventanales. La luz de la luna y las farolas proyectaban sobre él un halo de misterio, pero también se podía apreciar la tensión en su mandíbula.

—¿Por qué es irónico?

—Mira lo que está pasando, Baruj. Todo esto es provocado por humanos, ángeles y demonios —dije, mi voz cargada de frustración—. Los demonios quieren el poder que los de tu especie poseen; nosotros, los humanos, estamos en medio, usados como marionetas y descartados como simples sacos de basura. Incluso ahora, Baruj, les prometen dinero, poder, belleza, amor, la vida eterna… les prometen la luna y las estrellas, se aprovechan de nuestras debilidades y, al final, cuando estamos destrozados, dicen: “Ustedes lo provocaron, recuerden que fue libre albedrío”. Creo que eso es…

Una mierda, yo también lo creo —interrumpió Baruj, su voz baja y áspera, llena de una amargura contenida. Su puño se cerró con fuerza—. Pero tengo reglas y tengo a mi padre; él es al único al que sirvo sin cuestionar.

Me puse de pie, mis rodillas temblaban ligeramente, pero con la ayuda de la pared me estabilicé.

—Genial, porque ahora mismo me siento como tu madre —dije, con un dejo de amargura. Baruj me miró de reojo, una sonrisa irónica curvando sus labios—. Siento que todos son unos niños caprichosos, haciendo una rabieta porque no consiguen lo que quieren. Después se van a dormir y ahora me toca a mí limpiar el desastre, solo que esta vez no sé cómo.




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