Querido Diario

Día Treinta y cuatro

25 𝔇𝔢 𝔍𝔲𝔩𝔦𝔬

𝔔𝔲𝔢𝔯𝔦𝔡𝔬 𝔇𝔦𝔞𝔯𝔦𝔬:

Con dieciocho años, recuerdo mi trabajo en la tienda de batidos de proteína de una tía. Un ir y venir constante de gente en ropa deportiva, muchos con el sudor aún brillando en la piel. El ambiente era vibrante, lleno de energía y el aroma a frutas frescas y proteína. Observaba cómo cada cliente, tras su entrenamiento, buscaba reponer fuerzas con un batido personalizado. Podia incluso recordar el zumbido de las licuadoras, el tintineo de los vasos y la charla animada de los clientes. Era un trabajo agotador, pero también muy gratificante.

Ese dia en especial algo parecia diferente, el sol de la mañana se filtraba a través de las ventanas de la tienda de batidos, pintando motas de luz en el suelo de baldosas. Un hombre, con un traje gris de corte clásico llamó mi atención, se dirigía a una mesa apartada en un rincón. Su porte era distinguido, pero su andar, ligeramente encorvado, sugería la carga de los años. Al entregarle su batido y ofrecerle mi ayuda, me detuvo justo cuando iba a darme la vuelta.

—Es algo triste —susurró, su voz grave y suave, cargada de una melancolía que me heló. Su rostro, surcado por profundas líneas de expresión, tenía una expresión de profunda tristeza; sus ojos, hundidos y de un color gris apagado, parecían albergar un océano de melancolía. Alrededor de sus ojos, las arrugas se acentuaban, formando pequeñas patas de gallo que hablaban de sonrisas pasadas, ahora eclipsadas por una sombra de pena. Su boca, fina y ligeramente caída en las comisuras, parecía contener un suspiro permanente. Parecia tener la edad de mi madre al mismo tiempo que parecia mucho más viejo. Su voz resonaba con la nostalgia de un pasado irrecuperable. Su mirada, antes fija en el edificio de enfrente, se posó en mí, pero realmente daba la impresión que pasaba sobre mi.

—Es triste, —repitió, respirando hondo. —Es triste cuando conoces a una persona desde que era un bebé. Los tienes en brazos, y no quieres que nada malo les pase, no quieres que sufran, así que los proteges todo lo que puedes. Pero el tiempo es implacable; crecen, van a la escuela, conocen gente, hacen amigos... y poco a poco, todo lo que hiciste se desvanece.

—No se puede controlar, —respondí con un suspiro.

—Lo sé, es inevitable, —asintió, bajando la mirada a mi mano, que él aún sujetaba con la suya, rodeando mi muñeca. Intenté retirarla, pero él continuó hablando, su voz cargada de una tristeza profunda. — Ves cómo la luz infantil de sus ojos se apaga lentamente, dejando paso a una sombra de tristeza, a un enojo, a un cansancio que se instala en el alma. —Entonces, me miró, y sus palabras resonaron con la fuerza de una verdad implacable. —Tú ya perdiste ese brillo. Ahora tus ojos son tristes. Eres la chica de la mirada triste, la chica de los ojos tristes... así te nombró.

Su mano me soltó poco a poco y cuando finalmente lo hizo me aleje de él sin decir nada, por días estuve esperando su llegada, con el propósito de ayudarle con lo que sea que estaba pasando y preguntarle sobre la persona que me nombro de esa manera... pero durante una semana no lo hizo.

Cuando finalmente apareció, supe que era demasiado tarde. Entró sin siquiera tocar la puerta, se sentó en la misma mesa de siempre y miró por la ventana, perdido en sus pensamientos.

—Sophia.

Aparté la mirada de la silueta del hombre para ver a mi tía.

—¿Sí?

—¿Recuerdas al tipo extraño que entró hace meses, vestido de traje?

Nunca le había contado lo que el hombre me había dicho, pero a ella le pareció extraño ver a alguien con traje en medio de un mar de licra y poliéster.

—Sí, ¿que pasa?

—Mira —Caminé junto a ella hasta la caja registradora. Sobre ella, un viejo periódico abierto mostraba dos fotografías pequeñas, de apenas 5x5 centímetros, bajo un titular que no había leído hasta ese momento. La foto era del mismo hombre sentado en la mesa del fondo. El titular escrito en letras góticas decía:

"𝕿𝖗𝖎𝖕𝖑𝖊 𝖙𝖗𝖆𝖌𝖊𝖉𝖎𝖆: 𝕳𝖊𝖗𝖒𝖆𝖓𝖔 𝖆𝖘𝖊𝖘𝖎𝖓𝖆 𝖆 𝖍𝖊𝖗𝖒𝖆𝖓𝖔, 𝖍𝖎𝖏𝖆 𝖘𝖊 𝖘𝖚𝖎𝖈𝖎𝖉𝖆, 𝖕𝖆𝖉𝖗𝖊 𝖘𝖊 𝖖𝖚𝖎𝖙𝖆 𝖑𝖆 𝖛𝖎𝖉𝖆..".

Al parecer, mi misterioso cliente había descubierto, a través del diario de su hija, que su hermano, y tío de la joven, había abusado sexualmente de ella desde los diez años hasta que ingresó a la universidad. No fue negligencia del padre; fue una traición de confianza por parte del hermano, quien sabía que nunca se sospecharía de él debido a su parentesco.

Me pareció terriblemente triste y decepcionante. Imagino que al padre le pareció igual. Al terminar de leer el relato de su hija, fue a la casa de su hermano y le disparó sin dudarlo. Luego llamó a su hija, le pidió perdón... No sé qué pasó después, supongo que nadie lo sabe más que el padre y la hija, pero imagino que fue lo suficientemente devastador como para que la chica se ahorcara en su departamento y su padre se suicidara poco después con un disparo en la garganta.

Todo eso sucedió en el edificio de enfrente, justo después de que el hombre terminara su batido de arándanos.

Después de ese día, solo trabajé dos semanas más. Los exámenes, el servicio y la universidad me impidieron continuar. Nunca volví, y para ser sincera, lo había olvidado por completo hasta ahora.

El día que visité la tienda de Copal, recordé que debía hablar con mi padre. Lo llamé y le pedí que me acompañara al día siguiente. Por eso, ambos estábamos en el antiguo negocio de mi tía, ahora vacío. Mi tía, la hermana menor de papá, lo había cerrado después de que a su esposo le ofrecieran un trabajo en el extranjero. El bullicioso negocio yacía desierto; las ventanas, tapizadas con periódicos, dejaban pasar tenues rayos de sol que se filtraban entre las grietas del papel, iluminando el polvo acumulado.

Papá bajó la mirada cuando un trozo de taza se quebró bajo su peso.

—Hija, ¿qué hacemos aquí?— preguntó, mirando a su alrededor las paredes sucias—. ¿Piensas comprarlo?

—Podría ser un comienzo, ¿no le parece?




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