Querido Diario

Día treinta y cinco

26 𝔇𝔢 𝔍𝔲𝔩𝔦𝔬.

𝔔𝔲𝔢𝔯𝔦𝔡𝔬 𝔇𝔦𝔞𝔯𝔦𝔬:

Un día después de hablar con Bernice, Copal y Larson, no me sorprendió encontrar a este último tocando insistentemente mi timbre. Sabía que, aunque habíamos dejado claro que no cedería en su petición de abandonar mi plan, algo de nuestra conversación seguía sin quedar claro para él. A pesar de compartir casi todo con Larson y mantener contacto frecuente, había algo que desconocía: que puedo ver fantasmas, demonios y ángeles.

Nunca le había contado mis experiencias con lo sobrenatural. Aunque sabía que merecía una explicación antes de mi confesión de ayer, pero no había tiempo. Pero de nuevo era Larson, el mismo hombre que durante un año fue diario al trabajo de su ahora esposa hasta que ella aceptara una cita. Larson podía ser muy persistente.

No me sorprendió su visita; incluso esperaba que, tras mi brusca confesión, llegara a casa para gritarle a mi madre que me internaran.

—¿Te están persiguiendo?—, pregunté, asomándome por encima de su hombro para comprobarlo. Al ver que no había nadie, lo miré de nuevo. —¿Por qué tocas el timbre así? ¿No sabes lo difícil —y caro— que es poner uno nuevo?

—Ángel, deja de rodeos y déjame entrar. Necesito respuestas sobre lo de ayer.

Suspiré y abrí la puerta para que entrara, cerrándola tras él. Sus ojos recorrieron el césped, las paredes de mi casa; su cabeza se movió ligeramente y sus ojos parecieron aclararse.

—Siempre me ha parecido sorprendente tu casa, —dijo—. No es la típica casa en la colina, ni siquiera está en una, pero creo que representa a los fundadores del pueblo.

—Perteneció a uno de los fundadores, antes de que mi familia la recibiera como pago de una deuda — le recordé—, Pasemos adentro a hablar.

—¿Estás sola?

—Sí, mi madre está en su restaurante y mis hermanas no han venido estos días.

Se detuvo en el último escalón, sus ojos se dirigieron a la casa de Gabriel.

—¿Y Gabriel?

—¿Qué con él?

—¿No está? — preguntó, mirándome. Larson me parecía un hombre mulato hermoso; su rostro, siempre sonriente, ocultaba a veces un posible dolor interior. Su amabilidad y sonrisa radiante eran acogedoras; Larson confiaba fácilmente en los demás. Su cabello, aunque negro, tenía sutiles reflejos rubios, casi invisibles por su ahora corte al ras, al parecer decidió cambiar de look desde el funeral del tío Elia. Sus labios gruesos y su piel morena mostraban claramente su ascendencia negra, mientras que sus ojos grises eran herencia de su ascendencia blanca. Aunque más alto que yo, era unos centímetros más bajo que Gabriel y de complexión más delgada, lo que atribuía a las exigencias de su trabajo como paramédico, que le dificultaba ir al gimnasio. No le preocupaba verse bien; lo importante para él era pasar el poco tiempo libre que tenia con su familia—. Ayer mencionó la mujer que Gabriel se preocupa por ti, me gustaría saber si realmente esta al tanto de ti o solo quiere entrar en tus pantalones.

—Larson —dije, inclinando la cabeza—, detente.

—Claro que no. Esa vez en el cementerio no pude leer la cartilla, pero creo que hoy sí. Si solo quiere follar, esta muy equivocado —me señaló—. ¡Pobre de ti, Ángel! Si me entero que te acostaste con él sin estar casada. ¡Demonios, no deberías tener novios hasta los cuarenta! Tengo que hablar con Gabriel ahora mismo.

—No hace falta.

—¡Claro que sí hace falta! Soy hombre, sé lo que piensan algunos de las mujeres, y lo que pienso de esto no me gusta nada...

—Gabriel y yo terminamos... hace tiempo.

—Ah.

—De todos modos, Gabriel está trabajando. Si quieres conocerlo, llega a las seis, si no surge ningún imprevisto.

—Ya veremos entonces.

—Ni quiero imaginar cómo le irá a Piper cuando sea mayor —dije, invitándolo a pasar—. Te dará muchos dolores de cabeza.

Larson entró, mirándome con una expresión divertida.

—Créeme, mi hija o será monja o lesbiana, pero no se casará con un hombre. La mayoría son unos idiotas.

Me reí.

—¿Pero qué dices? Me alegra que seas tan abierto —Larson me guiñó un ojo—. Pero por el bien de tu relación con Piper, espero que cambies de opinión.

—Ya veremos.

Mi casa tiene ese aire fresco característico de las casas de piedra. Es cálida en invierno, aunque con el tiempo uno se acostumbra y quizás necesite un suéter ligero. Mis padres, al parecer, nunca consideraron necesario reparar las antiguas chimeneas, que ahora solo sirven para acumular polvo o presumir de su pasado.

—Todo está como lo recuerdo —dijo mientras yo caminaba a la cocina, escuchando cómo Larson cerraba la puerta—. A Piper le encantaba venir; mamá siempre decía que era un placer tenerlo en casa.

—Y a mí me encantaba estar en tu casa —respondí, sonriendo—. ¿Quieres algo? Tengo agua, limonada, Coca-Cola, café...

—Una Coca-Cola, por favor —asintió—. Alguna vez lo viste.

Con la puerta del refrigerador casi cubriéndome la cara, presioné los ojos unos segundos.

—La noche que murió, ya sabía que había muerto minutos antes de que ustedes me llamaran.

—Cielo santo.

—Estaba confundido. Dijo que ninguno de ustedes le respondía, así que supongo que hizo lo que siempre hacía.

—Venir a pedir tu ayuda —asentí. Larson guardó silencio unos segundos, sus ojos recorriendo mi rostro—. Debes entender lo difícil que esto es para mí. No digo que estés loca; de hecho, estoy seguro de que estos casos existen, pero es difícil aceptar que alguien que conoces toda la vida, de repente ve espíritus.

Le di la lata de Coca-Cola; ambos notamos el temblor en mi mano. Me paré frente a él, mirándolo directamente. No quería que pensara que era una broma, un producto de la imaginación de una chica que solo quería llamar la atención.

—Entiendo lo que dices —dije—. Es difícil hablar de esto. Mi familia nunca mostró interés...

—Una forma amable de decir que te ignoraron.

—Así que yo tampoco. Aun así, me volvía loca presenciar cosas extrañas —suspiré—. Eso me llevó a ocultar lo que veo, incluso ahora me cuesta hablar de ello y estoy aprendiendo cada día.




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