29 𝔇𝔢 𝔍𝔲𝔩𝔦𝔬
𝔔𝔲𝔢𝔯𝔦𝔬 𝔇𝔦𝔞𝔯𝔦𝔬:
El frío vespertino acarició mi rostro, una sensación refrescante y placentera. Sentía el calor como del fuego aún en la piel, mis mejillas rojas, los ojos ardientes y la boca seca.
Busqué a mi alrededor la seguridad del bullicio, esperando que la multitud me protegiera. Pero el pueblo, a pesar de estar en su centro, parecía casi desolado. Los negocios estaban abiertos, pero el ruido provenía del interior, dejando el exterior inquietantemente silencioso. No había muchas opciones que pudieran intervenir si Romeo decidía usar la fuerza.
Mi pueblo siempre me a parecido lo más hermoso a pesar de estar detenido en el tiempo, una postal nostálgica de calles empedradas y casas de adobe, algunas con balcones adornados con geranios marchitos, pero todas obligadas a solo tener la fachada pintada de blanco y rojo, de esa manera no pierde el estilo que le caracteriza. Un aire de quietud sepulcral cubría todo, roto solo por el ocasional ladrido de un perro a lo lejos o el ruidoso motor de una moto a lo lejos. La luz mortecina del atardecer proyectaba largas sombras que danzaban entre las paredes de los edificios, creando una atmósfera misteriosa y un tanto amenazante. El aroma a tierra húmeda y leña quemada flotaba en el aire, mezclado con un ligero olor metálico, imperceptible pero insistente, como la promesa de peligro. Los pocos transeúntes que se veían se movían con una cautela inusual, sus rostros ocultos tras capuchas, cabello largo o sus miradas en la pantalla del celular, sus pasos apagados sobre el empedrado. El silencio era tan profundo que amplificaba cada sonido, cada susurro, hasta convertirse en una tensión palpable que se podía cortar con un cuchillo.
Miré de reojo a Romeo; la paternalidad que había visto en él en el hospital se había esfumado. Luego, a Baruj, tenso como una cuerda al borde de la ruptura; cada vena en su rostro y cuello se marcaba con dolorosa claridad, me miraba con su mandíbula tensa, sus manos apretadas a sus costados no escondían para nada su nerviosismo.
—¿Sabías que estaba aquí?, — interrumpí el silencio, mirando de Romeo a la tienda.
Introdujo su mano derecha en el bolsillo de su pantalón negro.
—No, pero lo esperaba —dibujó un círculo con la mano libre—. Me lo pusiste fácil.
—¿Fácil? Solo salí para evitar una escena con mis amigos. No iré a ningún lado contigo.
—No espero que lo hagas... aún. Solo quería ver qué tanto sabes de mí, o al menos lo que crees saber —tosió, ocultando una sonrisa tras su mano—. Me parece ridículo que puedas sospechar de mí. Jamás te haría daño, Ángel.
Fruncí el ceño.
—¿Quién te dijo que sospecho de ti?
—Kate. Dice que tu comportamiento le preocupa, que pareces estar enojada con Meg y con ella.
—Lo estoy.
—¿Por qué?
Busqué la manera de preguntarle por la muerte de Pedro, de contarle sobre las fotos que Kim nos había dado. Quería encontrar las palabras correctas, pero no las hallé. Solo sabía que no delataría a Kim.
Mordí mi labio.
—Sabes cómo murió Pedro.
Entrecerró los ojos, inclinó la cabeza como si reflexionara, y negó.
—No, no lo sé.
—Romeo, no te pregunto, afirmo que sabes cómo murió Pedro.
Tras un silencio, respondió:
—Quizá.
—Lo mataste porque creíste que él me contó sobre la identidad de Legión —toqué mi mandíbula, fingiendo pensar— Por eso dejaste de venir a casa, de llamar. ¿Pensaste que la distancia te salvaría de una denuncia? —reí, mi risa rompiendo el silencio de la calle— Eres la ley en este pueblo, no puedo hacer nada… aún.
Romeo se acercó. El dolor de cabeza regresó. Quise ir a la casa de Copal, donde antes no sentía nada, pero supe que no debía. Apreté la mandíbula con cada latido doloroso, escaneando la calle en busca de la causa.
—Eres muy lista. Desde que te vi, supe que serías diferente, una lucha mayor que tus hermanas —se acercó, rozando mi mejilla con la punta del dedo. Me aparté, sintiendo el frío, casi repulsivo, de su toque. Sonrió—. Si a mi hijo no le hubieras gustado tanto, quizá te hubiera cortejado, pero tengo principios y nunca me metería con la novia de mi hijo.
Eso me tomó por sorpresa. Lo miré sin mirarlo, intentando recordar a algún pretendiente que se pareciera a él, pero fue inútil.
Intenté enfocarlo, pero mis ojos estaban vidriosos.
—¿De qué hablas?
—Oh, vamos, Ángel. ¿En serio no adivinas de quién hablo?
Fruncí el ceño, esforzándome por recordar. Solo Dilan me había propuesto salir; luego, solo rumores. Pero... ¡Imposible! Dilan, mi Dilan… no podía ser hijo de este…
—Yo me sacrifiqué.
Como un balde de agua helada, sus palabras de aquella vez en casa de Gabriel me recorrieron. Eran tan claras…
No.
Sacudí la cabeza, alejándome de Romeo. Necesitaba respirar. Su cercanía era sofocante. Mi mano derecha tocó la parte trasera de su auto; la calidez en mi palma no me alivió.
—Ya lo entendiste —metió las manos en los bolsillos, moviéndose de un lado a otro como Dilan—. Él es mi hijo. Gracias a él supimos de una chica… especial. Desde entonces te hemos seguido. Queremos que te unas a nosotros, Ángel.
—¡Imposible! —escupí, mi voz un gruñido. Lo miré, la cólera ardiendo en mi estómago, pecho y cabeza—. ¡Imposible que seas el padre de Dilan!
—¿Por qué no me crees? ¿No nos parecemos?
—Dilan no puede ser hijo de un ser tan despreciable… —pero un detalle me hizo incorporarme— Ah, sí. Él aceptó suicidarse… entonces sí, es tu hijo. ¡Ambos son imbéciles! Y tú, el peor, por pedirle eso a tu hijo.
—Cuida tu lenguaje. Soy policía y mayor que tú —se acercó, y percibí un hedor a putrefacción. Me alejé—. Cuida tus palabras.
—¡Me importa una mierda lo que digas! ¡Mataste a tu hijo por una estupidez! —me señalé y lo señalé— ¿Crees que ya con esto lograrás algo? ¡Estás loco! ¡Joder!
—Tus hermanas dijeron que aceptarías ayudarme.
—Mis hermanas son unas imbéciles, igual que tú.
#174 en Paranormal
#556 en Thriller
#245 en Misterio
fantasma venganza demonios misterio, fantasmas asesinatos y leyendas
Editado: 15.05.2025