30 𝔇𝔢 𝔍𝔲𝔩𝔦𝔬.
𝔔𝔲𝔢𝔯𝔦𝔡𝔬 𝔇𝔦𝔞𝔯𝔦𝔬:
Mamá colocó el último pasador en mi recogido bajo, justo debajo de la gorra que completaba mi uniforme. Me miré en el espejo, estudiando la forma en que el recogido enmarcaba mi rostro. Mamá lo había hecho con el partido de lado izquierdo; sentía el spray endurecer mi cabello, dejándolo tieso, pero era un pequeño sacrificio que valía la pena hasta que terminara el evento. Mi maquillaje era suave y fresco, solo mis labios llevaban un intenso color rojo que resaltaba contra la palidez de mi piel.
Mamá me sonrió desde su reflejo en el espejo, parecía tener un poco de todo en sus ojos, desde orgullo hasta tristeza quizá incluso una pizca de miedo.
—Todo va a salir bien, mamá —me puse de pie girando para poder abrazarla—, debe de dejar de preocuparse por todo y disfrutar de lo que va a pasar y de que usted está viviendo.
—Lo sé es solo que me duele saber que mis otras dos hijas... —sacudió su cabeza —, ¿Sabes qué?, eso no importa, hoy es tu día y tenemos que estar felices por el paso que estás apunto de dar, uno enorme.
—¿Cree que es bueno el camino que estoy apunto de tomar?
—¿Quién lo sabe realmente?, pero aún eres joven y puedes volver a comenzar si te has equivocado.
Tocaron a la puerta entres suaves toques, ambas giramos justo a tiempo para ver la cabeza de papá asomarse por la puerta de mi habitación.
Sonrió al verme, su cabello canoso peinado en un moderno peinado de libro.
Odiaba y amaba a la vez lo guapo y joven que parecía, pero de nuevo ambos fueron padres jóvenes e incluso mamá aún que tenia un poco de arrugas en las esquinas de sus ojos parecía más joven que otras mujeres de su edad, podía decir que ambos les gustaba cuidar su imagen gracias a sus negocios qué necesitaban una imagen formal y limpia.
—Pero... que hermosa te ves.
—Gracias, papi.
Papá se acercó hasta que estuvo frente a mí, mirando desde mis pies a cabeza.
—Nunca pensé que podría llegar a verte en uniforme azul.
—¿Verdad? —parecía que no podía dejar de sonreír, pasé mis manos por mi cuerpo tratando de quitar cualquier pelusa qué pudiera arruinar el azul perfecto de mi uniforme—, yo tampoco, pero me gusta como me veo, presiento que esta apunto de cambiar todo por aquí.
—Contigo de policía, apuesto a que si.
Sonreí.
—Policía, me gusta.
Papá entrecerró sus ojos.
—Les doy 5 segundos a los malos para que corran, antes de que llegues a ellos.
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Miré a Marie con incredulidad; mis cejas casi alcanzaban la raíz del cabello. Nadie ajeno a mi familia me había hecho esa pregunta antes, ni siquiera Gabriel.
Sonreí nerviosamente y sacudí la cabeza.
—Qué preguntas haces, Marie.
Se encogió de hombros.
—Lo siento, pero necesito tu respuesta —pasó una mano por su larga trenza, acomodándola sobre su hombro—. Para ayudarte, necesito saber si eres virgen.
—¿Y cómo me ayudaría eso?
¡Joder!
—Estás a la defensiva, eso significa que no, y no te culpo teniendo a Gabriel como novio; cualquier mujer dejaría de serlo —sonrió—. Aunque, la verdad, me gusta más su amigo.
—¿Teo?
Descartó mi pregunta con un gesto de la mano.
—No, conozco a Teo y no es mi tipo. Me refiero al otro —se inclinó, apoyando los codos en las rodillas—. Tengo curiosidad, ¿es tan salvaje como parece?
—¿Pero qué...? —me incorporé de un salto—. ¿Pero qué mierda voy a saber yo de Rafael?
—Eres su amiga, deberías saberlo. Además, ¿la tiene grande?
Levanté las manos para que guardara silencio al mismo tiempo que tomaba asiento de vuelta. Esta conversación, además de incómoda, me estaba causando un dolor en el pecho por la personalidad tan parecida a la de Rafael.
—Estábamos hablando de mí, y para responder a tu pregunta: soy virgen —y por si no le quedaba claro, repetí—: aún soy virgen.
—Bueno eso es algo de admirar con el novio que tienes, pero es un problema.
—¿Problema?
—Sí, una de las razones por las que esa gente te busca es porque eres pura, les sirves a su propósito.
—Se levantó y fue a una pequeña estantería, de donde tomó un pequeño cuaderno—. ¿Conoces la historia de María?
—¿La madre de Jesús?
—Así es.
—Sí, creo que sí —miré el libro en sus manos—. Pero me ayudarías si hablaras más claro.
—Teo y yo hemos estado en contacto desde nuestra última reunión. Dijo que quería que te ayudara a detener esto —me tendió el libro abierto, con imágenes de María embarazada—. Me explicó sus planes contigo. María fue elegida por Dios por ser humilde, tener fe y estar dispuesta a obedecerle. Hasta ahora, tú has hecho las cosas bien: no fumas, no bebes, no te drogas, mantienes una vida alejada de malas influencias y eres virgen. Un cóctel perfecto para ellos. Te quieren para lo mismo que Dios quiso a María: para engendrar lo opuesto a Jesús.
—Pero no soy perfecta, no soy como María. Siento envidia, ira, incluso he mentido. No creo ser el "cóctel perfecto".
—No has cometido el pecado de dejar de ser pura; eso basta —volvió a sentarse—. Es suficiente para que usen tu vientre puro.
Miré la pintura que por años nos han vendido como María: un vestido rojo, velo y corona, con el niño Jesús en brazos. María lo abraza con los ojos cerrados, mientras él extiende los brazos como bendiciendo. Sus ojos miran al cielo.
Sabía que si tuviera el hijo de ese demonio, mi imagen sería completamente diferente.
—Se cumpliría una profecía, quieren que nazca el anticristo.
Marie asintió.
—Pero no es el momento, es un plan ridículo, quieren adelantar algo ya escrito —suspiró—. Ángel... podrías morir.
Morir.
—¿Cómo lo evito?
—Dejando de ser virgen.
—¿Cómo?
—Ángel, de verdad, no quiero explicarte sexualidad. Si quieres saber, busca información por tu cuenta, ve porno.
—Sé cómo perder la virginidad, joder.
—Entonces, hazlo.
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Editado: 25.08.2025