Querido…
Las cosas empezaron a complicarse.
Comencé a buscar trabajo, pero solo los lugares donde tú estuviste me aceptaron. Ellos te conocían y me conocían porque hablaste hasta de lo que no debías con ellos dejándome en una posición comprometedora.
En tus palabras, yo no dejaba de hablar de estupideces para captar tu atención. Estabas cansado de mí y lo entiendo, mis métodos no fueron los mejores pero quien tenía boca floja eras tú.
Los rechace a todos y me arrepentí después.
No es tu culpa; al mismo tiempo en casa no dejaban de recordarme que debía esforzarme más para desquitar lo que ellos habían invertido en mi educación.
Mis padres hicieron lo que siempre debieron hacer, educar a sus hijos pero la escuela que elegí era cara, todos los meses batallamos con las colegiaturas y no quería no decirles que quería hacer viajes o comprar materiales por qué no había dinero.
Poco a poco fui desenvolviendo lo aprendido en mi carrera, pero era el fantasma de tu persona que no dejaba que viviera en paz. No podía. Mencionar tu nombre sin hablar de mí y se burlaban de que la perjudicada era yo.
Mi nulo interés en conseguir trabajo se vio reflejado en la excusa de cumplir con mis últimos trámites universitarios.
Pasaron las semanas donde vivía amenazada en casa por no aportar para el gasto hasta que conseguí un trabajo.
Mirando hacia atrás, no me ofrecían gran cosa pues no sentía que mereciera algo mejor.
Debí haber notado que el daño ya estaba hecho y podía ser grave en cualquier momento.
El lugar donde trabaje tenía muchos problemas.
Los clientes creyéndose jefes iban y exigían cosas hasta que se les entregará sin importarles quien estuviera. Ellos no tenían razón al tratarme así, la mayoría eran estafadores pero nadie, ni siquiera yo, iba a defender una causa perdida.
Pasando los días en ese lugar, note que ni a ellos, que eran dueños, les importaba su negocio. Fácilmente, podían darte la espalda cuando no había ingresos ni ganancias. Ellos no te defenderían de nada aunque el rol que asumas no tuviera relación directa con el problema.
Lo peor del caso era que no recibía un salario por mi trabajo.
Me obligue a dejar de pensar en el motivo de mi tristeza y conseguí un segundo empleo gracias a la recomendación de una amiga.
Conocí el lugar ideal para trabajar. Era hermoso y tras conocer un nuevo mundo, no podía conformarme con menos.
Las cosas no fueron fáciles, no estabas cerca, pero no dejaba de pensar en ti.
Tener dos trabajos era lo peor que podía suceder. Ambos requerían mucho esfuerzo al grado que llegue a ver borroso. Abandonaste mis pensamientos como si nunca hubiera estado cerca de ti.
No te culpo por mis decisiones, sería una tontería obligarte a asumir una culpa que no tiene relación contigo.
Pero te puedo culpar por hacerme dudar de mi talento.
Claramente, dijiste que no era creativa ni talentosa, que me faltaba tantito cerebro para que pudieras mirarme como igual.
La tortura comenzaba, poco a poco iba decayendo y estaba costando levantarme.
Editado: 13.04.2025