Camino por la calle directo al centro de la ciudad. Había tantos locales cerrados que le costaba entender que había nuevos negocios en esos sitios; desconocía porque cerraron, pero la quiebra era inevitable tras una alerta mundial.
Sus ojos llegaron a una tienda de vestidos. Lo que le llamo la atención fue que acomodaban los maniquíes del escaparate. Distinguió dos líneas de vestidos que también parecían llamar la atención de los clientes. Entro y se acercó al mostrador esperando ver una cara conocida, pero lo atendió una mujer joven.
— A sus órdenes
— Busco a… — se quedó mudo. Ni siquiera sabía cómo se llamaba.
— ¿Disculpe…? — intervino un poco alarmada por la presencia de un hombre desesperado que no dejaba de verlas como si quisiera grabar su aspecto. — ¿En qué puedo ayudarle?
No valía la pena responderle. No sabía el nombre y mostrarle una foto podía ser malinterpretado. Se dio la vuelta y se encontró frente a frente con ella. Había cambiado, pero era su misma esencia, alta, fashionista de cabello lacio y corto.
— ¿Qué haces aquí? Creí que te comieron las ratas.
— No vine a que me insultaran. Necesito saber dónde está ella. En redes me tiene bloqueado y no sé su número de teléfono.
— Qué lástima. Yo tampoco sé dónde está.
— No seas así. Tengo para ella una buena propuesta de negocios que le gustará. No conozco a nadie más con su talento como para considerar reemplazarla en mi plan de negocios
— Aunque me expliques, no sé dónde está ella. No me hagas perder el tiempo.
Salió del local y la siguió. No podía caminar a su paso, en los años que pasaron, ella creció un poco más; se sorprendió de estar de nuevo en la cafetería que acaba de visitar. La vio entrar y casi corrió a alcanzarla.
— Espera, de verdad mis intenciones son meramente profesionales.
— No me digas — se burló — pues es bueno. A nombre de mi lealtad, no puedo ayudarte. Ella nunca me dijo a dónde se mudaba.
— Pero son amigas. Se cuentan todo. No me vas a decir que ni siquiera sabes con quién se fue.
— Supongo que no me lo dijo por si venías a buscarla.
Más que enojado, estaba desesperado. Cuando decidió su plan de negocios, se le vino a la mente esa mujer y sus manos hábiles. No podía contactarla desde ese lugar así que decidió visitarla esperando encontrarla fácilmente, pero ahora resulta que nadie sabe dónde se encuentra o que está haciendo.
— Ah, escucha. No soy un maldito como crees. Me equivoqué y dije cosas que nadie debería escuchar. Ya que no se lo puedo decir yo, dile de mi parte que es una mujer asombrosa, inteligente y con habilidades para el bordado que si trabaja conmigo sus sueños se volverán realidad en un santiamén
— No lo necesita. Sus sueños se volvieron realidad. Solo mira está cafetería y la tienda donde acosabas a mis empleadas. Si ella no lo hubiera planeado, no se hubiera materializado.
La cafetería no tenía nada de especial salvo que al fondo parecía una biblioteca. Había especies de cubículos donde desde su posición podía distinguir cabezas inclinadas que seguramente estaban escribiendo lo leyendo lo que fuera que había en los estantes. Como si fuera nada, brevemente recordó como al llegar al sitio pidió su bebida y también le ofrecieron escribir un consejo para cualquier situación.
— ¿Qué tipo de lugar es este?
— Una cafetería
— ¿Te burlas de mí?
— Yo no hago eso. Es una cafetería. Las personas vienen aquí a beber y comer lo que ofrezca el menú y a veces escriben cartas sin destinatarios ni remitentes.
— ¿Cómo para qué?
— Hay cosas que no se pueden decir fácilmente. La escritura es muchas veces la mejor forma de expresar algo incluso si solo tú lo entiendes. Claro que el señor perfección no lo comprendería porque es demasiado para este mundo donde todos tiene problemas menos él.
— ¿Y cómo funciona?
— Llegas pides un sobre y una hoja, escribes y lo guardas en la estantería que quieras. Tenemos dos tipos de sobres, blanco para consejos y azul para las cartas. Nadie sabe dónde las guardan hasta que les asignas un espacio.
— Es más fácil ir a terapia.
— Por muy fácil que sea, hablar de algo que te carcome es más complicado si después de guardarte todo, estás ahogándote.
Por más que miraba, las personas que estaban allí parecían salir tranquilas o ligeramente más felices de lo que entraban. Si permitían leer las cartas era porque esperaban poder escribir un consejo. Él solo tomo un montón de cartas para distraerse. La vida de la mujer que escribió eso debía ser muy aburrida como para culpar a otros de sus errores.
— Es un buen negocio. Perfecto para generaciones que nos saben cómo lidiar con su vida… Escucha, no somos amigos, pero me gustaría saber dónde está ella. Solo quiero hablarle de mi negocio. No conozco a nadie más talentosa que ella.
— Ya te lo dije. No conozco su dirección. Se casó y se mudó. Lo pensó mucho antes de irse que siendo sinceros, quizás esperaba no volverte a ver nunca jamás… Si vuelves por aquí, llamaré a la policía. Primera advertencia.
Editado: 16.04.2025