Querido Otoño | El Duque y Yo

Capítulo 1: Winchester

 

Dicen que el tiempo apremia a largo plazo, cada momento tiene su emoción, cada suceso tiene su secuencia, cada golpe tiene su gracia. En otros lugares dicen que el tiempo no es más que el enemigo del ser humano, tomando todo a su paso y llevándoselo  sin compasión y existe un pequeño porcentaje del mundo, que dice que el tiempo no es más que aquello que pasa entre nosotros y nos permite seguir adelante, en un mundo desarrollado como este.

El tiempo es uno de los ejes centrales de la filosofía. Desde la Antigüedad hasta el día de hoy, distintos filósofos y pensadores se preguntaron por la naturaleza del tiempo, si es algo real, si es medible, si podemos conocerlo o incluso si se puede hablar del tiempo, exista o no.

Las investigaciones filosóficas respecto al tiempo suelen abordar su objeto de estudio en relación al espacio. Entre sus puntos de discusión, podemos distinguir las siguientes cuestiones:

Aristóteles relaciona el tiempo con el movimiento, tal como en la física. Define al tiempo como aquella medida del movimiento en relación a lo precedido y lo sucedido.

San Agustín dice que el tiempo con el alma. Esto se debe a que el pasado es algo que ya no existe, el futuro algo que vendrá y el presente se escurre, transformándose en un recuerdo, que al ser parte de la memoria, se ubica en el alma.

Immanuel Kant piensa que el tiempo es como la sensibilidad. En el sistema kantiano, espacio y tiempo son formas de la sensibilidad: recibimos la información que los objetos nos dan como algo espacio temporal. Sin ser algo en sí, tiempo y espacio son solo formas, canales, filtros.

Me gusta el pensamiento de San Agustín, el tiempo como recuerdos, sea presente, pasado o futuro y que principalmente puede permanecer enlazado con el alma.

— Dios mío, señorita Collins, leer tanto hervirá su cabeza —

Mi institutriz, la señora Helen Hamilton era muy rígida en cuanto a la etiqueta de una dama, siempre los hombros hacia atrás, la mirada al frente, no abajo, la lectura no eran propicia para una chica de mi edad, más bien la seducción y el compromiso con un buen partido era lo más esencial.

La señora Helen era graciosa, con su rostro amargado y su ceño fruncido.

— no creo que un solo libro llegué a que mi cabeza arda, señora Hamilton —

Y en extremo entretenimiento me resultaba cuestionable aquello que con singularidad llegaba a decir como si realmente fuera algo serio.

— ¿Qué te he dicho de estos modales? —

Y aunque estaba conmigo desde hacía muchos años, desde mi infancia a decir verdad, no podía evitar sacarla de quicio cada que me lo proponía. Con su ceño severamente fruncido, llegando a sentir como los cables de conocimiento sobre etiqueta de una dama llegaban a quemarse en su interior.

— Solo hay un bien, señora Hamilton y ese es el conocimiento, como así solo hay un mal, la ignorancia —

— ¿Qué? —

Se había pérdido en las palabras que mi boca había soltado y no pude evitar reír desconsideradamente, lo cuál también la hacía enojar aún más, así que module mi risa y baje la voz tapando mis labios, tomando un respiro y volviendo a hablar.

— Es algo que Sócrates dijo, señora Hamilton —

Su mirada perturbadoramente desafiante me hacía cesar mi risa y entender que tal vez, me había pasado en cuanto al desafío de sus palabras. Ciertamente la señora Hamilton era paciente conmigo, pues desde niña las travesuras y las ocurrencias brotaban de mi cabeza como lluvia de ideas y no paraban nunca.

Pero la señora Hamilton era perseverante y paciente, aunque su rostro no lo mostrará, era una señora mayor, de cabello negro y algo canoso, pero jamás verías una sola hebra de su cabello fuera de su lugar, no como el mío, aunque me era imposible que permaneciera en su lugar, la señora Hamilton siempre pedía que aplicarán un fijador de cabello útil para el mío, de esa forma evitaría que realmente se desprendiera como ahora lo hacía, su tez era totalmente de una señora de sesenta años, pero lo ocultaba con su maquillaje y su vestimenta, mantenía una buena salud física, era notable, todo lo contrario a lo que yo en algún momento tendría que hacer, según la señora Hamilton, debía “aprovechar” mi juventud para conseguir a un esposo adecuado o sino debería trabajar como muchas mujeres “corrientes” lo hacían.

— señorita Collins, no cruce las piernas de esa forma tan corriente —

Sí, creo que era su palabra favorita para denigrar a los demás, cruzas mis piernas al nivel de los tobillos no era aceptable, una sobre otra, jamás era recomendable, debían ir una al lado de otra, inclinadas levemente hacia la izquierda sin ser demasiado obvio su inclinación.

— Perdón, señora Hamilton —

A ella casi nunca le interesaba cuántas veces le pidiera “perdón” o cuantas veces me equivocará, a la señora Hamilton le interesaban mis modales, pues las veces necesarias debía decir “perdón” por haberme equivocado, aprender de los errores y no ser descortés jamás. Esa era su regla siempre.

Winchester era una ciudad situada en el extremo sur de Inglaterra. Es la capital administrativa del condado de Hampshire.

Es considerada como la antigua capital de Inglaterra. Su origen proviene de un antiguo oppidum de la Edad del Hierro, que a su vez se convirtió en la ciudad romana de Venta Belgarum. Winchester se consideró la ciudad más importante de Inglaterra hasta la conquista normanda en el siglo XI. La ciudad se ha convertido en una de las áreas más caras y pudientes de Reino Unido.




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