Porque la mañana siguiente llegó y me levanté muy temprano, aún con el corsé puesto y las medias también, me dolían los pies, pero mi corazón se sentía notablemente inspirado para un nuevo día.
Pero sabía que no podía retrasar más mi deber, estaba decidida a irme de Derby y volver a Edimburgo, parecía que todo estaba perfectamente en su lugar, porque cuando me bañe´ y vestí dispuesta a encontrar a la señora Hamilton donde fuera y decirle que era hora de irnos, la encontré tomando una taza de té matutino en la sala con la tía London.
De inmediato la señora Hamilton se levantó y dio reverencia— Elizabeth, ¿tan temprano te has despertado? —la tía London sin necesidad de la formalidad actúo desinteresada en hacer la reverencia.
— estoy despierta y lista —anuncié y la mirada de ambas se posaron sobre mí— debo regresar a Edimburgo —levanté mi mentón y mis hombros a la altura apropiada— mi padre me necesita —
Ambas se miraron impactadas, pero no conté con la presencia de Ashley tras de mí— ¿te irás? —sonaba desilusionada.
— Debo volver —tomé sus manos de inmediato y sonreí— estarás bien, siempre lo estás, además nos veremos en Enero, recuerda, irás a estudiar a la universidad en Londres, te visitaré todo el tiempo que pueda —
Rió— eso es gracias a ti —
La universidad de Manchester le había aceptado la solicitud de estar a Ashley, era su sueño hecho realidad y como regalo especial para ella, me atreví a darle un apartamento especial sin necesidad de que gastará en más que su alimentación, Ashley era una estudiante estrella por excelencia y era más que sabido que sus aspiraciones eran nobles.
Y lo último que hice fue abrazarla antes de irme, mis maletas listas y a los pies de las grandes escaleras de la casa de tía London, la misma que estaba justamente en la punta de ellas, mientras Ashley se despedía de mí bajo de ellas.
— te extrañaré mucho —
— y yo a ti —correspondí con otro abrazó— sé que esta distancia pasará rápido —era una promesa más que unas simples palabras.
Una vez me despedí de mi querida Ashley, pude percibir un desarrollo sorprendente de su personaje en la vida, Ashley ahora firme, no lloraba, se sentía aliviada aún con un corazón roto y yo esperaba también poder mantenerme igual de firme como ella.
Mis maletas eran dos, gracias a Dios tenían ruedas con las que podía llevarlas, el mayordomo de mi tía me abrió la puerta y antes de salir la vi en la cima de las escaleras— gracias por acogerme, tía London —
No era indiferente, pero siempre lucía seria y frívola, pero no lo era, realmente no.
— cuando vuelvas, espero que no seas otra persona, Elizabeth —asentí a su propuesta y salí de la casa esperando encontrar a la señora Hamilton .
Y vaya que la encontré, porque estaba muy empalagosa con alguien en especial que también conocía, el señor Ferguson, ambos desestimaron mi presencia y se atolondran con palabras bonitas y besos por doquier.
Quedé impactada, quedé pasmada por la ironía de la situación.
Nadie quería creerme que Otoño traía amor, tal vez porque ellos mismos eran testigos de sus propias relaciones y no eran conscientes de la magia que Otoño traía.
— ¡Señora Hamilton! —exclamé con mis mejillas sonrojadas y vi a una señora de mucha edad avergonzada de sus actos e inclinándose respetuosamente.
— mi, mi duquesa —estaba nerviosa, ví al señor Ferguson, el chófer del auto también inclinarse ante mí totalmente rojo y arrepentido.
— su señoría —estaban arrepentidos y avergonzados, lo podía ver en sus rostros.
Pero eso no quitaba lo excitante de la situación.
No pude articular respuesta alguna, ni comentario en el momento, subiendo al auto, el señor Ferguson de piloto y la señora Hamilton frente a mí, el silencio y la tensión se hicieron cargo de todos.
Jamás había sentido un momento tan único.
Miraba a la señora Ferguson impactada aún y ella parecía una niña regañada esperando que la retaran en silencio.
Y yo solo quería saber, ¿Cuándo había sucedido?
Así que no pude aguantar mi intriga y la cuestioné— ¿Desde cuándo usted y el señor Ferguson..? —Estaba muerta de pena, pero se exaltó en cuanto empecé a hablar.
— ¡señorita Collins, no diga esas cosas en público! —y no pude evitar reír.
— señora Hamilton, yo creo que ya podemos decir todo, estamos los tres en el auto y no hay nadie, además, ya los descubrí —sonreí triunfante— además no estoy rompiendo ningún reglamento —
Ella respiró hondo y se quejó desviando su mirada— perdóneme —
Fruncí mi ceño— ¿por qué habría que perdonarla? —
Y apenada la señora Hamilton explicó— no es ético, ni moral de mi parte estar teniendo relaciones amorosas con mis compañeros de trabajo, señorita, no fue jamás nuestra intención —se había vuelto pesimista— soy su ejemplo —
Se estaba sintiendo culpable, culpable por amor.
De inmediato aclaré la situación— señora Hamilton —y recta en mi posición, le llamé en la calma— no tiene porque sentirse así, no tiene la culpa de nada, ni mucho menos el señor Ferguson —a mi entendimiento, el señor Ferguson que estaba detrás de la vitrina que nos separaba no nos escuchaba solo nos veía— el amor no es algo con el que debamos sentirnos culpables —