Querido Otoño | El Duque y Yo

Capítulo 27: Amor y responsabilidad

Otra canción de Elvis sonó y la habitación se llenó de ella.

No quería sonar intromisoria, sobre la duda creciente.

Y cuando el abuelo sintió que era una roca fría más que su nieta, él realizó un ademán y dijo— no tienes porqué guardar formalidad ahora mismo conmigo, Elizabeth, somos abuelo y nieta —mencionó y mi cuerpo se relajó de inmediato.

Entonces pregunté— ¿desde cuando escuchas a Elvis? —

Rió— jamás me gusto su música, de hecho, prefería la música clásica a él —explicó, peor se acercó a su cama y suspiró sentándose— pero Eveline, tu abuela, amaba a ese hombre, incluso me atrevería a decir más que a mí —añadió con humor— tenía todos los discos de él y se refería a él como un ángel de la música romántica —en muchos años, jamás había hablado de mi abuela abiertamente, como lo hacía ahora, me acerqué a él, cuando el viento sopló y él también lo notó— el otoño era su época favorita —y eso provocó un sentimiento en mí, que no pude evitar sonreír.

— ¿le encantaba el otoño y Elvis? creo que era una mujer maravillosa, seguramente la hubiera amado tanto como ahora —masculle sentándome frente a él, cuando el vinilo seguía sonando y llenando la habitación. El abuelo mantenía una sonrisa en sus labios, casi como un pequeño indefenso.

— me hubiera gustado verla abrazarte, Lizzy —era el sobrenombre que abuelo me tenía desde pequeña y era exclusivo de él— que te viera ahora y viera en la mujer que eres y en cuanto te pareces a ella —sus ojos se cristalizaron y lo míos inevitablemente también lo hicieron.

Porque el amor era así de sensible, así de hermoso, así de duradero. Aún cuando no estuvieran juntos, su amor seguía vibrando tan alto como fuera posible, llenando cada rincón con risas y calidez.

Sorbí mi nariz y me levanté de la silla, volví al reproductor de vinilo y miré los libros para desviar mi mente de un deseo que nunca pude tener, conocer a mi abuela.

Identifiqué aún con mis ojos nublados, cuatro libros y fruncí mi ceño extrañada— ¿aún tienes estos? —Los saqué a la vez y los llevé cerca de él, se los puse sobre el regazo y rió ladeando su cabeza mientras leía los títulos.

El cascanueces, la princesa y el sapo, el principito y pinocho, eran libros infantiles— me los leías ¿recuerdas? —

— hace como doce años atrás, abuelo —indiqué.

— errabas en muchas palabras y otras las omitias porque no sabía leer bien, tenías seis o siete años cuando venías acá a leerme —aún lo recordaba, yo también.

Pero yo no mantenía tan vivo el recuerdo, como él.

Dejó los libros a un lado, cuando el vinilo cambio de canción y se fijó en mí— me alegra que hayas venido, aún cuando estás en tus andanzas extraoficiales —y de un momento a otro su voz cambió, sonó más severa y supe a lo que me enfrentaba.

Porque al abuelo, al duque de Edimburgo, jamás le gustó la decisión que tomé en mi adolescencia de ser alguien más durante otoño— la única manera de salir sin ser una Collins —masculle levantandome de nuevo de la silla y alejándome de él mientras cruzaba mis brazos incómoda.

El abuelo alzó sus cejas algo aturdido— no sabía que ser un Collins te atormentaba —

Sí lo sabía, pero lo decía por ironía— estuve en Winchester —expresé segura— y también en Derby —

— ah mira, ¿cómo esa tal Lily o como Elizabeth Collins? —hablaba sin ser muy elocuente, pero seguía siendo severo con ello.

— como siempre, abuelo, no quiero ser atropellada por paparazzis, ni tampoco por reporteros —

El ambiente se tensó con Elvis de fondo— que manera —suspiró diciendo— pronto serás duquesa —dijo casi como una derrota— espero que entiendas pronto lo que sucede cuando eres un Collins —alertó— porque no hay manera de evitar serlo —alertó a algo de lo que yo estaba anuente desde mi nacimiento.

Me seguía tratando como una adolescente desenfrenada, pero ya era una mujer y estaba por ejercer mi cargo como condesa, quería decirle que Lily Foster no tenía nada de malo, que en realidad prefería ser ella que ser una Collins.

— lo sé, abuelo —pero tensé mi mandíbula y solo me limité a aceptar lo que decía.

— pareciera que no, querida Lizzy —me seguía tratando como tonta— la política, la monarquía, requieren de un Collins, sin nosotros ¿qué sería Inglaterra? Hoy mi hermano está en el trono, tu padre ahora es Duque, tú eres una Condesa, no puedes abrirte a las pasiones pecaminosas y mal intencionadas de los jóvenes, no puedes andar por los pueblos creyendo que eres una más del montón, eres una Collins, compórtate como tal —se levantó de su asiento y se fue a su estantería de libros para poner los cuatro libros que yo le había llevado— deberías buscar un esposo, Elizabeth —

Y de pronto, los deseos de mi abuelo de querer que me desposará aparecieron— todavía hay tiempo —masculle desviando mi mirada de él, mientras el cielo y el viento de otoño nos acompañaban.

— Hay tiempo, siempre lo hay —recitó— ¿sabes lo que no hay? el amor, no se encuentra en cualquier lugar —de pronto, la tempestad pasó y el abuelo se colocó a mi lado— un hombre que esté contigo en las buenas y en las malas, no que aparente ser un simple caballero frente a cámaras, debes escoger bien —sus ojos esmeraldas me advirtieron mientras sus arrugas en el rostro se remarcaban— además de ser un noble, por supuesto —




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