Querido Sylvain

Capítulo 3 Un suave rubor

Leilani 

Habían pasado varios días desde que me había quedado encerrada en el armario con Sylvain.

Y no podía quitarme de la mente esos bonitos ojos miel, que se estrechaban cada vez que sonreía, de lo desordenado de su cabello que me generaba tanto estrés. 

Nancy me había acechado de inmediato apenas habíamos salido, quería absolutamente todos los detalles, aunque realmente no había pasado nada del otro mundo. Recuerdo que me dijo que debió de haber sido una tortura si no sucedió nada divertido, pero cada vez que recuerdo ese día, siento una calidez en el pecho, no iba a negar que fueron dos horas genuinamente agradables para mi. Y esperaba que él hubiera sentido lo mismo. 

Había pasado mucho tiempo desde que me había reído tanto, desde que había disfrutado una conversación con un desconocido.

Últimamente la vida se sentía monótona, aburrida, no había estado disfrutando todas las cosas que debía haber estado disfrutando siendo este mi último año de secundaria, al igual que tampoco estaba lista para tal cambio. 

Las dudas y los miedos eran algo constante que se habían arraigado en mi mente, aunque no lo decía, a veces deseaba poder retroceder el tiempo a momentos más felices. Sentía que me hundía lentamente en aguas que aparentaban ser tranquilas pero que con una breve brisa se volvían las más turbulentas.

Creo que está tristeza también se debía a que la mayoría de mis amistades se habían distanciado en estos últimos meses, y solo Nancy había quedado rondando a mi alrededor. Lentamente el que había sido mi grupo de amigos de toda la vida comenzó a disolverse, los caminos de la vida nos comenzaron a guiar por distintos lugares y una pelea estúpida fue lo que terminó de disolver al grupo. Recuerdo que Nancy se había molestado bastante cuando todo pasó, y que los maldijo de arriba a abajo por ser tan tontos, yo me había quedado callada, a un costado procesando todo. Más que amigos habían sido familia, pero ahora eran simples desconocidos.

Los rayos del sol hacían arder mi piel, demasiado sensible para mi gusto, odiaba que comenzará a arder por todo, y eso que apenas llevábamos unos minutos del almuerzo al aire libre, pero yo ya sentía que habían pasado horas y horas.

Delante mío, Nancy parloteaba sentada con las piernas largas cruzadas, su tenedor volaba por los aires con una rodaja de tomate que en cualquier momento terminaría en cualquier lugar menos su boca, a su vez, me hablaba sobre algo de una telenovela. No le prestaba la más mínima atención, estaba demasiado concentrada controlando ese tenedor, que era demasiado peligroso para mi gusto, era cuestión de segundos para que alguien terminara con el pedazo de metal en el ojo y una ambulancia de fondo.

No tenía ni idea de que me estaba hablando ahora, la telenovela había pasado a segundo plano ahora, volviendo a cambiar de tema por quinta vez en menos de minutos, pero Nancy hablaba tan rápido que me perdía con facilidad, pero había aprendido el arte de fingir escuchar con total atención cada una de sus palabras y soltar respuesta acertadas con el tema.

O eso creía.

—¿Pero sabés que? No vale la pena. —dice totalmente resignada y metiendo la rodaja de tomate, al fin, en su boca.

—Totalmente. —respondí con la vista perdida en la naranja que había estado pelando y aún no había comido. La miraba y sentía mi estómago retorcerse ante la idea de un gusano saliendo de ella. 

Maldita profesora Linch y ese comentario sobre las frutas siendo infectadas de gusanos.

—¡¿Ves!? ¡No me estabas escuchando! —me reclamó apuntando con el que tenía más potencial de arma asesina que de cubierto.

Parpadeé para poder volver a concentrarme en ella y coloqué uno de mis mechones rubios detrás de la oreja fingiendo estar ofendida.

—Nancy, obvio que te estoy escuchando.

—¿Qué estaba diciendo entonces? —una ceja castaña se arqueó indignada en mi dirección.

—Bueno, pues, que no vale la pena, viste, tipo, eso que me decías. —Intenté darle forma a mis palabras pero parecía que estaba remando en un pote de dulce de leche. Sin sentido.

—No estabas escuchando una mierda.

Suspire derrotada y moví la mano en un gesto para que retome el tema.

—Comienza de nuevo. Por favor.

—No, ahora soportas, te quedas sin chisme. Yo no voy a volver a andar repitiendo las cosas como loro.

—Como quieras. —Me encogí de hombros y le ofrecí mi naranja. Había perdido el apetito.

—¿No vas a comer? —su mirada se tornó preocupada, sus labios se fruncieron, aguantando comenzar un interrogatorio innecesario. Yo negué con la cabeza, me llevé una mano palmeando el lugar de mí estómago.

—No tengo hambre.

—Leilani…

—En serio Nans, no tengo hambre. 

—Deberías comer algo, vamos a hacer gimnasia, no quiero que se te baje la presión o algo así.

—Quedate tranquila, comí algo rápido antes y me llene con eso. —admito avergonzada.

Le entregué la naranja y ella aceptó aunque aún seguía mirándome con duda, me creyera o no ya no era problema mío. 

Sonreí de lado, apoyando la barbilla en mi mano mientras la veía disfrutar de la fruta. 

El viento soplaba y no tenía que preocuparme por mi falda, llevaba el uniforme de gimnasia, que era más cómodo que el normal, la camisa y la falda podían llegar a ser tediosos si los usabas durante más de nueve años, todos los días, pero estéticamente se veía hermoso, pero con el de gimnasia podía sentarme en indio sin temer que alguien pudiera ver bajo mi falda. De cierta forma era un ganar, ganar con ambos.

Cuando terminó de comer le pregunté si ya quería ir a esperar a que la clase comenzará con el resto del curso. No quería estar cerca cuando el timbre sonara y todos corrieran para llegar a tiempo a clases. Los profesores de gimnasia solían ser bastante estrictos y gruñones cuando tenían que darle clases a los tres cursos de quinto juntos.

—Vamos, hoy nos toca la pista así que veremos a los chicos lindos de los otros quintos sudar. —dijo entrelazando su brazo con el mío, soltó una risa traviesa mientras caminábamos a dónde estaba nuestro curso esperando. Su comentario hizo que mis mejillas ardieran al pensar en eso.




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