Leilani
Aún sigo dándole vueltas a lo que había pasado ayer.
—Casi. —murmure tocando con la punta de mis dedos los bordes finos de mi comisura.
Casi nos habíamos besado. Mi corazón aún daba un salto cada vez que recordaba como él se inclinaba cerca de mi rostro, desviándose a último momento más cerca de mi boca que de mi mejilla.
Fue tan repentino en ese momento que me quedé como una boba, sin poder reaccionar, parada en mi lugar como una maldita estatua, temiendo que todo lo sucedido hubiera sido un mísero y bastardo sueño. No recuerdo haber respondido al gesto de despedida que hizo con su mano cuando arrancó a irse en la bicicleta.
Tan rápido fue el contacto y tan lenta fui yo que en menos de un parpadeo Sylvain había desaparecido.
Dejando a un millón de mariposas revoloteando de forma histérica en mi estómago.
Una vez que Sylvain había desaparecido de mi vista fue cuando sentí todo el peso de la realidad caer sobre mi. El ruido de las aves que se alborotaban en sus nidos, los insectos nocturnos que volaban a mi alrededor y el llamado de mi abuela preguntándome si todo estaba bien.
Si, abu, todo está genial, no estoy a nada de caerme de culo en la vereda por lo que pasó. Pensé con ironía mientras daba traspiés hasta el interior de la tienda de la forma más torpe posible. Mi mente no podía dejar de repetir la escena sin parar e iba tan distraída que me choque con mi abuela al subir las escaleras.
—¡Con más cuidado hija! —dijo indignada.
—¡Lo siento! —grite terminando de subir las escaleras, dejándola para que cerrará la florería ella sola.
Necesitaba hablar de esto con alguien que pudiera entenderme. Lamentablemente esa persona no sería mi abuela, que me diría de forma obvia que estaba exagerando.
Así que corrí a mi cuarto para poder llamar a Nancy, decirle que era una urgencia su presencia.
Necesitaba un golpe de realidad o qué alimentará mis ilusiones. Si, eso necesitaba, porque si me quedaba sola iba a darle vueltas y vueltas al asunto para al final terminar desgastando la alfombra de mi cuarto de tanto andar sobre ella.
Si me quedaba sola sabía cómo acabaría todo, sobre pensaría la situación en exceso, hasta que mi cabeza doliera y tuviera que tomarme una pastilla para calmarme.
Volví a dejar mi cuarto atrás para recostarme en el sofá de la sala, buscando distraerme lo suficiente. Me hundí en los almohadones demasiado suaves. De pequeña pensaba que si me quedaba recostada demasiado tiempo estos terminarían tragándome.
Me crucé de brazos, de fondo escuchando a mi abuelo cantando alguna canción moderna en la ducha. La mujer mayor salió de la cocina, acercándose a mí con un bol de palomitas, nuevamente indignada con lo que sus oídos escuchaban.
—¡Quién lo viera! ¡Cantando esas cosas! —entornó los ojos y mordí mis labios aguantando la risa. —¡Y después se anda quejando que eso no es música, de que no se qué, de qué mierda! —negó mi abuela y señaló el pasillo que conducía al baño con la mano que sostenía el bol. —¡Ah pero ahí lo tenés! Cantando como si fuera su quinto concierto. Viejo cascarrabias.
Se sentó a mi lado, llegando a esa conclusión a su vez que encendía la televisión mientras mi risa resonaba en la habitación hasta que mi estómago dolió. Amaba sus peleas, tan tontas y divertidas. Si alguien me preguntara como me imaginaba siendo mayor, era de esta forma, con un esposo tonto y peleas absurdas que luego terminarían en risas y besos. Aspiraba a eso, con todo mi ser.
Estuvimos sentadas en el sofá juntas alrededor de una hora, en la que traté de concentrarme en la telenovela, la misma que veníamos todas las noches pero no podía prestarle ni cinco minutos de atención. Constantemente miraba el reloj colgado sobre la pared, era como el de la cocina pero naranja y el tiempo pasaba tan lento y mi mente corría de un lado a otro rememorando cada minuto que pase al lado suyo.
El roce de manos.
Su caricia accidental en mi cuello.
Cuando acomodaba mi cabello.
Sus risas cuando competimos y me deja ganar.
Sus manos en mi cintura cuando bailamos juntos aquella noche.
La mirada intensa que suele regalarme cada vez que me descuido.
Había comenzado a morderme el interior de la mejilla, incluso me lastimé sin darme cuenta cuando el timbre sonó.
—¡Yo voy! —di un salto de al lado de mí abuela, que me miró como si estuviera loca llevándose una mano al pecho, por el susto que le dio mi reacción exagerada.
Fui hasta la puerta y salí al pasillo común, con las llaves en las manos, trote, bajando las escaleras a toda velocidad hasta la planta baja. Con la mano que me sudaba de los nervios le abrí la puerta a Nancy.
Mi amiga estaba más concentrada en su teléfono, respondiendo algún mensaje. No le di tiempo a saludar cuando tomé de su mano izquierda y tiré de ella. Cerrando rápidamente la puerta.
—¿Pero qué demonios te pasa? —Exclamó con la voz ahogada. Tenía el ceño fruncido, sus ojos castaños estaban achinados mirándome como si me hubiera salido otra cabeza por lo irracional que había sido.
Sentí el vello de mi nuca erizarse ante la corriente de aire fría que recorría el pasillo, dándome un escalofrío, me di la vuelta luego de cerrar con llave la puerta, el sonido tintineante hizo un eco que acompañaba el silencio y mi respiración agitada.
—Sylvain casi me besa. —solté, apoyando momentáneamente la espalda en la puerta, sintiendo el material duro contra ella y dándome el soporte que mis piernas perdían.
—¿Y me hiciste venir hasta acá por eso? —Llevo una mano a su cadera con diversión, como si mi exaltación fuera exagerada y muy graciosa.
Está bien, puede que lo haya sido, pero es que esa posibilidad que tanto he estado soñando últimamente sea real o un error está haciendo que me parta la cabeza pensando.
Estás exagerando, Leili, ¿Porque tanto drama por un beso que ni siquiera lo fue?
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Editado: 24.02.2024