Sylvain
La presencia de Leilani a mi lado me alteraba los nervios, sentía mis manos sudar a mis costados y de reojo veía como ella jugaba con sus dedos. Lleva una mano a su espalda y suavemente la guíe hacia uno de los lugares más desocupados de la escuela. Era un rincón cercano al almacén del comedor, casi nadie venía por aquí porque era el área más cercana también a dónde se encontraban los chicos de primaria y nadie los toleraba. Podía oír sus gritos divertidos desde el otro lado de la reja y eran ensordecedores.
—Felicidades por la carrera. —dice de repente. Yo en cambio me tense. Leilani aún no me miraba y parecía apretar los labios, tanteando el terreno.
—Gracias pero esa será la última carrera de este año. —admito, apretando los dientes al recordar a esos imbéciles con los que me juntaba.
Leili al fin me miró con una curiosidad notoria, sin comprender el porqué decía eso. —¿Por qué?
—Renuncié al equipo, no lo valía. —negué suavemente y escuché como cerraba la boca abruptamente para luego preguntar.
—¿Por qué? —volvió a repetir en un murmullo y me saco una sonrisa. Sus pestañas revolotean de una forma cautivadora, enmarcando sus ojos de una forma hipnótica y por un instante me permito perderme en sus ojos.
—Son unos idiotas, Leili, tu ya lo sabías, incluso Max me lo dijo varias veces pero yo no hice caso, lo que sucedió me hizo abrir los ojos, darme cuenta de la realidad y no me gustaba quién era cuando estaba a su alrededor.
—¿Qué hicieron?
—París hizo algo que no me gustó y fue mi límite. —trate de salir del embobamiento en el que me sumergía cada vez que la miraba. Su rostro se descompuso al comprender mis palabras, pude escuchar como las piezas en su mente comenzaban a encajar y eso confirmó mi sospecha. Leili lo había visto todo.
Di un pequeño carraspeo y mire hacia adelante, perdiendo la intensa conexión visual que nos había unido segundos antes.
—¿Te beso?— susurro.
—Si. —le respondí también en un susurro.
—¿Contra tu voluntad? —Aun con la vista en frente sentí el peso de sus ojos buscando respuestas en mis gestos.
—Si, solo hay alguien que me gustaría besar y no es ella. —percibí como sus hombros perdieron rigidez.
—Son unos idiotas. —respondió, chasqueando la lengua e ignorando lo último que dije, haciéndose la tonta. Esperaba que preguntara quién es esa persona pero no lo hizo, aunque seguramente se estaba mordiendo la lengua para no formular la pregunta.
—Lo se, yo también fui un idiota y ciego, pero he abierto los ojos, ahora veo el panorama con mayor claridad.
Ella asintió, sin decir nada siguió caminando a mi lado, lentamente nos acercamos al lugar aislado donde al fin podría poner todas las cartas sobre las mesa, o mejor dicho, todos los sentimientos.
—Por aquí. —le dije e incliné la cabeza más cerca de ella.
—¿Qué querías decirme? —su rostro se gira para ver el mío. Sus ojos azules pasean por todo mi rostro, estudiando, trago saliva ante su escrutinio.
—Ya te lo diré, no seas impaciente, primero quiero asegurarnos de estar solos.
—Si vas a matarme recuerda que soy buena gritando. —bromeó a pesar de estar nerviosa. Me reí, es imposible no hacerlo cuando es algo que ella me dice.
—Si quisiera matarte no tendría ni que esforzarme, eres tan torpe que harías el trabajo tu solita. —nos detengo en un rincón, puedo ver las rejas que dividen los patios y a los niños jugando del otro lado. Son ruidosos y escandalosos pero ocultaran nuestra charla de entrometidos. No quiero que nuestra conversación llegue a ciertos oídos, no hasta que haya solucionado ese problema. —Leili, —la tome de las manos. —tengo que decirte algo muy importante. Así que escucha bien.
Estaba temblando. Sentía el sudor bajar por mi cuello y la boca seca ante la magnitud de lo que iba a decir. Iba a confesarle absolutamente todo. No pensaba guardarme nada.
—Yo también tengo que decirte cosas. —dijo y baje la vista a sus labios temblorosos. —Pero empieza tú, que estás bastante insistente. —sus comisuras se levantan en una sonrisita.
—Esta bien, esto es más complicado de lo que pensé. —me reí nervioso, estirando el cuello de mi camisa, tenía la sensación de que me estaba ahogando en un vaso de agua. —Seré rápido y directo, ¿Si? Estoy demasiado nervioso para ponerme romántico, lo siento. —Hice una pausa y sus hermosos ojos azules se clavaron en lo mío, con un último suspiro tembloroso lo dejo ir. —Me gustas, Leili, joder me has gustado desde hace años, nunca pensé que te hablaría, me había conformado con verte en los pasillos, nunca esperé nada más que esos vistazos breves. Si no fuera por Max, estoy seguro que nunca me hubiera atrevido a hablarte, segurísimo. —hablo con seguridad a pesar que mi voz tiembla y se pierde en algunos momentos. —Pero te hablé, ese día todo cambio, me diste la oportunidad de ser tu amigo y mis sentimientos por ti han crecido de una manera inimaginable, joder, eres mi jodido mundo, Leilani, mi mundo entero gira alrededor de ti y tu sonrisa. No soy capaz de vivir sin oírte hablar de alguna flor que acaba de llegar nueva o como es que tuviste que atender a un idiota en la florería, no soy capaz de sobrevivir sin tus chistes tontos que me hacen feliz. Tan feliz. Tu me haces feliz. —digo tratando de recuperar el aire perdido luego del vómito verbal.
Menos mal que ibas a ser breve y directo, Sylvain, menos mal.
—¿Te gusto? —Tiene la voz rota mientras habla, sus ojos están al borde de las lágrimas y su mano derecha cubre sus labios. Me acerco a ella y tomo sus mejillas, limpiando las lágrimas con mis dedos.
—Joder, Leili, que me encantas. Pensé que era obvio. —admito y ella se ríe. Se está riendo y la opresión en mi pecho comienza a disminuir a medida que ese maravilloso sonido escapa de sus labios.
—Eres un idiota, Sylvain. —dice y coloca sus manos sobre las mías para sacarlas, ambos estamos temblando, incluso creo que se me olvida como respirar porque lo siguiente que pasa me deja completamente descolocado. —Me gustas, Sylvain, mucho. Me haces tan feliz como creo que yo te hago feliz a ti. —susurra sin despegar sus ojos de los míos, robándome el aliento por completo.
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Editado: 24.02.2024