Quiana “secretos, pasión y vino”

3 EL JUEGO DE LOS SENTIMIENTOS

Guadalajara, Jalisco

Casa de Astor Ferrer

5:42am

—Iré a buscarte. Revolveré cada rincón de Argentina para encontrarte —me levanto del sofá, apretando el teléfono con furia, mis dedos blancos por la presión—. ¡No puedes dejarme! ¡Nadie me deja así, y menos por teléfono!

—¡Ashhh, como quieras! ¡Después no me vengas con…! —gruñe, pero su voz se corta de golpe.

—¿Qué está pasando, Quiana? —pregunto al escuchar murmullos lejanos, pero la llamada se corta abruptamente, dándome un golpe directo al ego—. ¿Cómo te atreves a colgarme? —mi voz se hace eco en la sala vacía, cargada de rabia y desprecio.

El teléfono cae al suelo con un sonido sordo. Sacudo la cabeza, intentando recuperar el control, pero una risa seca escapa de mis labios. Ah, las mujeres, siempre tan caprichosas, creyendo que controlan algo. Quiana piensa que puede escapar, que puede tirarme al olvido con un simple “adiós”, pero eso no va a suceder. No lo permitiré.

Mis ojos recorren la perfección de mi sala, la decoración lujosa y el silencio que parece envolverme. Todo aquí refleja poder, control, autoridad. Pero hoy, nada tiene ese toque de satisfacción habitual. Quiana se cree libre, pero no sabe que hay algo mucho más fuerte que la distancia: mi control sobre ella. No puede borrarnos con un movimiento. No cuando yo tengo tanto poder sobre su mente y su corazón.

Dejo mi cuerpo caer sobre el sofá y me sirvo más whisky.

—Delicioso —el líquido dorado recorre mi garganta, calmando la furia que aún hierve en mi interior.

Las imágenes de mi Varela me inundan la mente, recuerdos que me hicieron sentir, por un instante, que todo lo que compartimos era real. El brillo en sus ojos cuando confiaba en mí, el susurro de su voz cuando me juraba amor eterno, y esa entrega que me otorgaba sin reservas. Todo parecía perfecto, incluso para mí.

Quiana nunca fue como las demás mujeres. No era una más que pasaba por mi vida. No. Ella era especial, diferente. Sabía cómo manejarla, cómo tocar sus puntos débiles, hacerla creer que yo era su refugio, su todo. Y, claro, se tragó mis mentiras, cada una de ellas. Pero ahora se cree que puede desafiarme. ¿Quién le hizo creer que podía dejarme atrás?

—Se engaña creyendo que puede escapar de mí —apoyo el vaso sobre la mesa y observo mi reflejo en el cristal pulido. Mis ojos arden, la furia se mezcla con una determinación feroz.

Recuerdo su primer vestido azul a lo Versace, lo llevaba con esa mezcla de inocencia y confianza. ¿Cómo olvidarla? Su temperamento fuerte, de guerrera nata, una mujer que se creía invencible. Pero nada de eso le sirvió. Poco a poco, su miedo a la soledad la hizo caer en mi trampa, haciéndole creer que estar conmigo era la única salida. Pero ahora, se cree capaz de borrar todo lo que fue.

El teléfono suena, interrumpiendo mis pensamientos.

—Rebecca —el nombre en la pantalla me arranca una sonrisa—. Buenos días.

—Astorcito. ¿Cómo estás? ¿Pudiste convencerla?

—No. No quiere volver. Pero no te preocupes, no se va a librar de mí.

—Condenada, chamaca —bufa del otro lado—. Confío en ti. Solo toca sus puntos débiles, manipula su mente con palabras bonitas. Sabes bien cómo hacerlo.

—Claro que lo sé. Sé qué hacer. Sé cómo abrir heridas que ella cree cerradas, cómo recordarle que me necesita más de lo que quiere admitir.

—Tengo una idea mejor —añado, mientras una satisfacción palpable recorre mi pecho—. Iré a Buenos Aires. Puede decirme lo que quiera por teléfono, pero…

—Cuando te vea en persona, no podrá resistirse —Rebecca parece leerme la mente—. Conozco a mi hija. Su corazón es débil, igual que su voluntad.

—En eso estamos de acuerdo —me recuesto en el sofá, disfrutando de la sensación de control que retorna—. ¿Te veo mañana para comer y conversar?

—La hacienda es tu casa. Ven a la hora que quieras, cariño.

—Perfecto. Hasta mañana, entonces —digo, colgando con una sonrisa satisfecha.

Dejo el teléfono sobre la mesa y me relajo, saboreando el éxito que se avecina. Quiana puede creer lo que quiera, pero lo único que no puede cambiar es lo que fuimos. Las huellas de nuestra relación están marcadas en su piel, en su alma, y no puede borrarlas, por mucho que lo intente.

—Disfruta lo que puedas, güera —me levanto, mi voz cargada de frialdad—. Sueña con libertad, con una vida sin mí. Pero cuando esté frente a ti otra vez, recordarás quién soy y lo que significo para ti.

Es solo cuestión de tiempo.




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