Quiana “secretos, pasión y vino”

9 VERDADES A FLOR DE PIEL

Restaurant La Barrica

Barrio de La Boca, 2:34 p.m.

—¿Me estás ofreciendo Chenin y Viognier? Ho sentito bene? (¿Escuché bien?) —frunzo el ceño—. Te pedí Malbec, Pinot Noir y Cabernet Sauvignon, no las sobras de tus contratos fallidos.

—Sé que esas uvas no se exportan fácil, pero escuchame, Fabio. El Chenin tiene un sabor único mezclado con…

—Bernardo, ustedes tienen las mejores uvas del mercado mendocino. Cavas La Milagrosa destaca por la qualità de su producto. Convénceme de que no cometí un error al buscarlos para expandir Vigneto Girardi o firmo con alguien más.

—Faaa, ¿cuántos años tenés produciendo vino? ¿Meses? —replica con un gesto de inquietud—. Creeme, Chenin y Viognier son las mejores opciones para entrar en…

—Mamma mia. ¿Quién te puso a cargo? ¿Hernán Otero? —pregunto, refiriéndome al gerente recién ascendido—. Chenin y Viognier son excelentes, pero para cepaje blanco. Blanco. ¿Hace cuánto hablé con ustedes y qué pedí?

—Hace una semana, y pediste cepaje tinto…

—Exacto. Los prodotti (productos) que ofreces son frescos, de aromas frutales como durazno y melón, con un toque de especias. Buenos, sí, pero no es lo que busco.

—Entonces, ¿qué necesitás?

—Te lo dije. Cabernet Sauvignon, Pinot Noir y Malbec. Uvas nobles, antiguas, elegantes, y fáciles de manejar. Poseen una explosión frutal exquisita, con taninos dulces, sedosos y envolventes que aportan cuerpo al vino sin agresividad en el palato (paladar). Añejadas en madera, adquieren notas de chocolate, vainilla y café. Son ideales para mi producción.

—Che, qué buena explicación —admite, entre admirado y resignado—. Voy a hablar con mi gerente y te devuelvo la llamada, ¿estamos? Vamos a armarte una mejor propuesta.

—Tienen hasta esta noche. Mañana viajo a Salta para reunirme con La Roseña.

—Eeeh, tampoco se trata de irse para el lado de los tomates…

—La decisión es de ustedes.

—Bien, te llamo antes de las ocho, ¿te parece?

—Hasta las ocho. Ni un minuto más. Arrivederci.

Me siento y dejo escapar un largo suspiro de cansancio, moviendo el cuello para aliviar la tensión acumulada. Hacer negocios en Buenos Aires está resultando más complicato de lo que esperaba. No es el producto, la calidad o los contratos lo que complica las cosas, sino la viveza de algunos empresarios que solo buscan plata fácil. Para colmo, la junta de esta mañana con Montesori fue un desastre. ¿De verdad creyó que podría engañarme con esos números inflados? Per favore. Pretende venderme una simple caja de veinte kilos de uvas Malbec a siete mil pesos argentinos. Eso equivale a unos sesenta y dos euros por caja. ¿Sabe cuánto cuesta en Roma? ¡Treinta y siete euros! Si llego a comprar cien cajas de cada uva para arrancar con la producción del próximo mes… No, no, è pazzesco (es una locura).

No es que sea un tacaño o de esos tipos che arricciano il naso (que se creen superiores), pero es mi empresa. Es la fuente de ingresos que no solo me da de comer, sino que también sostiene a familias romanas y les asegura un buen nivel de vida.

—Truffatori (estafadores) —susurro, quitándome la cazadora beige de Armani—. Piensan que tengo le mani bucate (las manos agujereadas) para despilfarrar mi dinero, o que no noto el robo sutil en sus contratos mediocres.

—Una disculpa por la demora, caballero. En un momento lo atendemos —interrumpe un hombre de cabello canoso que limpia las migas de la mesa con esmero.

—Ricardo Federico Sosa, las canas te sientan bien —lo saludo al reconocer sus ojos grises y la amabilidad intacta de hace años—. ¿Te acordás di me (de mí)?

—¿Sabés que tu cara me suena de algún lado? —responde mirándome con atención—. Recordame quién sos.

—Soy Fabio Girardi. Nos conocimos en el verano del dos mil trece. Vine con mi primo Marco Pirone a mangiare (comer) un asado y disfrutar de tus bailarines de tango —le sonrío, esperando que la memoria lo ayude.

—Marco Pirone… —frunce el ceño y chasquea los dedos con una sonrisa iluminada—. ¡Aaaah! ¿No es el modelo que mi hija Mirtha reconoció en una revista Cosmopolitan?

—Esatto (Exacto) —asiento, recordando aquel día en que incluso yo firmé esa revista donde Marco posaba en ropa deportiva—. En aquel entonces era modelo de Cavalli y desfilaba en el BafWeek.

—¡Ya me acuerdo! ¡Pero, mirá vos! —exclama abrazándome—. ¡Che, qué gusto tenerte por acá después de tantos años!

—El gusto es tutto mio —respondo, devolviendo el gesto—. Han pasado cinco años, pero todavía recuerdo el asado de tira que nos preparaste.

—Y sí, mis asados son inolvidables —bromea, inflando el pecho con orgullo—. Pero contame, ¿cómo está tu primo? ¿Sigue modelando?

—No, dejó el modelaje para dedicarse a su compañía en Roma. Invierte en pequeñas empresas en crisis financiera —resumo con brevedad—. Se ha vuelto bastante conocido en Italia.

—Qué bien. ¿Y vos?

—Sigo como investigatore privato, pero ahora también tengo mi propia empresa. Me dedico a la producción de vinos.

—¡Faaa, pero qué nivel! —dice, impresionado—. Me alegra que les esté yendo bien. Nosotros seguimos laburando como siempre y tratando de expandirnos a otras provincias.

—¡Fede! ¿Podés venir un momento, por favor? —llama una mujer desde la entrada del restaurante—. Vanega está al teléfono y no sé qué decirle.

—Sí, ya voy —responde con rapidez, girándose hacia mí—. Después seguimos conversando. Sentite como en casa, querido. Ya te mando al mesero, ¿va bene?

—Va bene. Grazie mille, Ricardo —le sonrío, divertido por su intento de acento italiano.

Me siento de nuevo sin apartarle la vista. Tiene cierto aire al que solían llamar Sandro de América, aunque es más alto y de contextura fornida. Un uomo (hombre) agradable, carismático y, por lo que veo, muy trabajador.




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