Hotel Patios de Cafayate, Salta
Viernes 24 de agosto de 2018
Tres días después…
—¿Confirmó que haría un en vivo hoy?
—Sí —respondo buscando su último mensaje en WhatsApp—. «Mañana a las cuatro de la tarde. No te olvides, per favore. Te extraño. Quiero…» —toso y apago la pantalla—. Bueno, lo demás no importa. Lo relevante es que ya son las cuatro. Métete a su Instagram.
—Ay, no, yo quería escuchar el mensaje completo. «Te extraño, Quiana…» ¿Qué más te escribió el condenado?
—¡Ya, Sebas! No molestes —siento cómo el calor sube por mi rostro.
—Te sonrojaste —sonríe con descaro—. Eres un caso cuando te agarran desprevenida.
—Me sonrojo con facilidad… —me río bajito—. Puedo parecer muy segura, pero las emociones me juegan en contra.
—Eso que ni qué. Y hay que decirlo: el tal Fabrizio tiene una voz que… uff —mi hermana sale del baño, con el cabello liso brillando bajo la luz—. No entiendo cómo no te desmayas cada vez que te dice ragazza con ese acento tan delicioso.
—Ni yo —admito haciendo una mueca.
—¡Shhh! Miren —Sebas sube el volumen de la tablet—. Ya empezó.
—Ciao a tutti. Sono nella zona alberghiera di La Roseña, alloggiando in una delle case originali della famiglia Michel Torino —dice Fabrizio, paseando entre las parras repletas de uvas cabernet, su sonrisa iluminando la pantalla.
—¡No, bueno! —exclama Dulce con los ojos muy abiertos—. ¿Es en serio? ¿Hay algo que no le quede bien a este hombre?
—Es italiano. Hasta con ropa vieja parecen modelos —comento, hipnotizada por su sonrisa perfecta—. Aunque es raro, hoy no lleva nada de Armani.
—Está en un viñedo, Quiqui —mi hermana me lanza una mirada cómplice—. Oye, se nota que lo tienes bien estudiado. Ya te sabes sus marcas favoritas.
—No es para tanto, solo sé que le gusta Armani y algunos detalles.
—Ah, claro… —finge indiferencia, mirando la pantalla—. ¿Soy yo o está más marcado?
—Siempre ha sido así. Solo que antes lo viste con trajes y chamarras —suspiro, dejando que mis ojos recorran su figura y esa camiseta blanca que le queda como pintada—. Tiene un físico impresionante. Bueno… se nota al abrazarlo.
—Abrazarlo… Qué suertuda —murmura Dulce, mordiéndose el labio.
—¡Dulce! Ya bájale —Sebas la reprende con un golpecito en la frente—. No te pases, que aquí estoy yo.
—Ciao Alessandra, Beatrice, Loredana, Geronimo; un bacio da Salta —lee Fabrizio, mientras los comentarios se acumulan en la pantalla—. Da dove stai guardando questo live?
—Ay, Fabrizio… no entiendo nada de lo que dices, pero esos lentes oscuros y tu cabello rubio alborotado por el viento te hacen ver precioso —suspiro alzando mi copa de vino tinto—. ¿Pueden creer que acaba de iniciar el en vivo y ya tiene mil personas conectadas? Mujeres, por supuesto —sonrío, deslizando los mensajes cargados de piropos y emojis de corazones—. Con tantas diciéndole “amore mio” y mandándole besos, seguro ni se dio cuenta de que estoy conectada.
—Hay algo que no entiendo —comenta Dulce, perfilando sus ojos frente al espejo del tocador—. Llevamos dos días aquí y todavía no se lo dijiste, Quiqui. ¿No pensabas irte con él a vivir esta aventura salteña?
—Esa era la idea —me levanto de la cama—. Pero resulta que en el hotel ya no había habitaciones disponibles, y no iba a quedarme en su suite.
—¿Te lo propuso? —pregunta Sebas, intrigado.
—¿Quedarme con él? Bueno, digamos que su idea era que yo durmiera en la cama y él en el sofá… ¿Qué? —pregunto al notar la sonrisa de Dulce—. ¿Qué te hace gracia?
—Hermana, ya ni la amuelas —niega con la cabeza—. Por un hombre así, yo dormiría hasta en la alfombra del baño. Podrías haberle hecho compañía en su cama King size. El clima está perfecto para acurrucarse.
—Dulcinea… —murmura Sebas, con un tono cargado de paciencia contenida—. Ya basta.
—Tas loca —frunzo el ceño—. Me gusta Fabrizio, pero no como para meterme a su cama. No soy como esas mujeres que lo intentan en la primera oportunidad. No necesito amor a ese nivel.
—Ajá, claro. Continúa.
—Él mismo me confesó lo mujeriego que es, así que, seamos sinceras, ¿con cuántas no habrá estado? —el corazón me pesa con la idea—. Si quiero que me tome en serio, debo actuar diferente a todo lo que ha vivido. Mis valores familiares están por encima de cualquier cosa.
—Ñeee, pero apuesto que te hubiera encantado pasar una noche con él —susurra Dulce.
—Te escuché —abro las puertas del jardín, dejando que el aire fresco me despeje—. No te pases.
—No te pases tú, Varela —se cruza de brazos—. Está muy bien eso de los valores, pero con Astor no tuviste tantas reservas. ¿O ya olvidaste Mazatlán?
—Por eso mismo aprendí la lección —le respondo, buscando que entienda—. Me llevé dolores de cabeza por malas decisiones.
Dulce permanece en silencio, pero no baja la mirada.
—A ver —cierro los ojos, tratando de mantenerme serena—, sí, estuve con Astor y dejé de lado lo que creo por el supuesto amor que sentíamos, pero ¿de qué sirvió? Tú dímelo.
—Fiiuu —resopla.
—Me arrepentí, lloré y me enojé conmigo misma por haberle permitido usarme. Hasta le pedí a la abuela Lourdes que rezara por mí porque ya sentía que fastidiaba al padre Román con mis confesiones sabatinas —chasqueo la lengua—. Los recuerdos viven en mi cabeza y ahí se quedarán. Dios sabrá por qué.