Quiana “secretos, pasión y vino”

16 ¿PINOT NOIR O BONARDA?

Suite Torrontés, La Roseña

8:05 a.m.

«Perchè sei così bella? (¿Por qué eres tan hermosa?)», reflexiono entre pensamientos que se amontonan mientras la observo descansar. Su cabello desordenado se esparce sobre la almohada, su respiración es pausada, tranquila, y sus uñas color vino combinan con el leve maquillaje corrido de sus ojos. Una tenue sonrisa aparece en sus labios cuando mis dedos acarician su cuello. Es en ese momento que lo comprendo: jamás me había detenido a admirar a una mujer dormir. No es que nunca me interesara, pero esas emociones, esas pequeñas simpatías… nunca habían tenido lugar en mi mundo. Al menos, eso creí tutta la mia vita hasta esta mañana, cuando abrí los ojos y encontré a este ángel a mi lado.

—¿Qué es lo que te hace tan speciale, ragazza? —susurro, secándome las últimas gotas de agua que resbalan por mi pecho—. Pudiste haber aprovechado anoche para llevarme a la cama… y no lo hiciste. ¿Acaso he perdido el toque? ¿Estoy dejando de ser atractivo?

Sonrío con ironía mientras el espejo de la pared me devuelve mi propia mirada.

—No… sé que no es eso.

Me siento al borde de la cama, cuidando no despertarla, y dejo escapar un suspiro.

—Cuántas cosas pueden aprenderse en tan poco tiempo contigo. Eres bellissima, una modelo nata y, sin embargo, elegiste salvar vidas de recién nacidos. Tienes miedo a la soledad, pero también posees el don de atraer a todos los que cruzan tu camino —sonrío al recordar nuestra cita en Buenos Aires—. No sabes bailar tango, y aun así me deslumbraste con unos cuantos pasos repetidos. ¿Y ahora? Ahora solo quiero llenarme de esa luz que llevas contigo, de esa que presumes al mundo, de esa que hace retroceder mi propia oscuridad.

Inclino mi rostro para besar su mejilla, pero niego con la cabeza al tiempo que me incorporo.

—No sé qué me está pasando —alzo los hombros—. Io non sono così (Yo no soy así).

Me levanto, tomo la camisa blanca que descansa en el respaldo del sofá y observo las montañas a lo lejos. El amore siempre fue una perdita di tempo para un hombre sin ataduras como yo. Las cursilerías del compromiso, el anillo, las grandes bodas, el famoso felice per sempre… banalidades que no fueron hechas para mí. Mis padres jamás cumplieron con esos votos que tanto juran las parejas frente a un altar. ¿Prometo serte fiel hasta que la muerte nos separe? ¿Te amaré en las buenas y en las malas? ¿En la salud y en la malattia? Sí, claro; pregúntenle a mi madre… Ella es el ejemplo perfecto de que el amor, el matrimonio y las comodidades no cambian a las personas.

Ginna Parisi di Girardi no fue creada para el amor. Y no me refiero solo al amor conyugal, sino al amore de todo tipo. Mentiría si dijera que tengo gratos recuerdos de ella, porque no los tengo. Lo único que me queda en la memoria son sus continuos rechazos y desplantes ante mis ingenuas muestras de cariño de ragazzino (niño).

—Jamás entenderé qué tenías en la cabeza, Ginna —susurro entre dientes, poniéndome la camisa con desgana.

Apenas cumplí tres años, decidió que ya no quería encargarse más de mí. Se deshizo de su responsabilidad maternal como si fuera una bolsa de basura, como si yo no tuviera cuore (corazón) alguno.

«Tu padre puede arreglárselas contigo, él te quiere, yo no. Arruinaste la mia vita, Fabrizio. ¿Entiendes que gracias a ti jamás podré volver a ser la gran modelo de Valentino? ¡Te detesto! No sé para qué te tuve. Mi ostacoli (me estorbas)», me dijo aquella tarde de verano, mientras mojaba mi galleta de vainilla en el cioccolato (chocolate) que papá me había preparado antes de irse a bañar. El nudo en mi garganta me impedía responderle. Mis piccoli sentimenti (pequeños sentimientos) fueron destruidos con simples palabras, y la vainilla que tanto me gustaba se volvió amarga como la hiel.

Tres años. ¿Qué clase de persona le diría algo así a un niño que recién empieza a descubrir el mundo? Sí, solo ella.

Con el paso de los anni (años), me convertí en una carga para sus mañanas y un tormento cada notte (noche) en la que ansiaba algo de cariño, o más bien, lo poco que ella estaba dispuesta a ofrecerme cuando las pesadillas, alimentadas por las inseguridades que ella misma sembró, me acechaban.

—¿Por qué permitiste todo esto, papá? ¿Perché no la dejaste cuando tuviste la oportunidad? —aprieto los puños con rabia contenida.

El tiempo pasó y, al cumplir los diez años, mis sentimientos por ella se desvanecieron casi por completo. Entre sus constantes rifiuti (rechazos), gritos y humillaciones, me fui convirtiendo en una sombra, en un fantasma. Frente a los amigos, la alta sociedad romana e incluso nuestra propia famiglia, Ginna Girardi era la madre perfecta, la esposa ideal. Todos la veneraban por su carrera como modelo y por el supuesto esfuerzo que implicaba criar a un piccolo (pequeño) rebelde. Sin embargo, la verdad era otra: vivir con ella era un sufrimiento diario. A menudo deseaba que aquellas personas que me miraban con ojos críticos pudieran ver, aunque solo fuera por un instante, la maldad que emanaba de la donna (mujer) que me trajo al mundo. De lunes a viernes, todo parecía en orden; trabajaba, se encargaba de la casa, y su actitud cambiaba por momentos. Pero cuando llegaban los fine settimana (fines de semana), el infierno se desataba.

—Fabrizio… —el susurro suave de Quiana me arrastra de vuelta al presente, arrancándome de mis pensamientos.

—Shhhh, duerme un poco más, bellezza —me doy vuelta y le sonrío.

—Déjame abrazarte —alza un brazo, buscando en el vacío de la cama y vuelve a cubrirse con la trapunta (colcha) blanca.




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