—Quiana despertará en cualquier momento. Necesitamos un macchiato para empezar il giorno (el día) —la voz de Fabrizio resuena, cálida y segura, en algún rincón de mi cabeza.
El suave clic de la puerta cerrándose despacio y sus pasos apagados me devuelven a la realidad. «No estás en Guadalajara, querida Quiqui. Estás en la suite más lujosa de La Roseña, en una cama King size que compartiste con el mismísimo Fabrizio Girardi. Y, para colmo, te diste el lujo de abrazarlo hasta que se quedó dormido».
—Jamás había dormido tan bien —susurro, estirándome hasta alcanzar su almohada—. Bendito sea su perfume caro —hundo mi nariz en la tela y aspiro el inconfundible rastro de Aqua di Gio, que ya es mi nueva adicción—. ¿Cómo logré sobrevivir toda una noche a su lado?
«Y parece que ahora está preparando el desayuno», mi subconsciente celebra con una risita satisfecha. El aroma a café recién molido llega a mí como un delicioso susurro.
—Necesito, necesito, necesito —mordisqueo mi labio, deleitada—. Macchiato, espresso, latte… lo que sea, pero tiene que ser un café hecho por él.
Dicen que la vida comienza después de un buen café, y aunque tal vez no sea del todo cierto, estoy segura de algo: Fabrizio, el macchiato y Aqua di Gio ya son imprescindibles en mi existencia.
—Escucha nada más —me quedo quieta, atenta al familiar burbujeo de la cafetera—. Aaaah, San Miguel Arcángel, gracias por este regalo celestial: un café espumoso preparado por un romano de ojos chispeantes que me derrite hasta el último pedazo de cordura.
Con una sonrisa que no puedo evitar, me giro hacia el buró y alcanzo mi teléfono.
—Veamos… —desbloqueo la pantalla—. Seis llamadas perdidas de mi madre, tres de Ferrer y diez mensajes no leídos entre ambos. Qué típico —suspiro y elimino cada notificación—. Si vamos a empezar el día, que sea con la mejor energía. Lo siento, mamá, pero tus malas vibras no arruinarán mis mini vacaciones en Salta.
Desvío las llamadas, apago la pantalla y me levanto de la cama.
—No puedo creer que haya dormido toda la noche con este vestido tribal —me miro de reojo en el espejo de la pared—. Bueno, no me veo tan mal después de todo. Gracias, Dios, por las bondades del buen maquillaje —murmuro, quitándome con cuidado los restos de rímel bajo los ojos.
Camino de puntillas sobre el cálido suelo climatizado, dejando que el suave aroma del café me guíe hacia la puerta. Pero algo me desconcierta. En la sala no hay risitas, gritos ni música de Juanes.
—¿Dónde estarán Dulce y Sebas? —susurro, extrañada—Lo más seguro es que se hayan quedado dormidos, como cuando me dejaron sola y muerta de frío frente al pueblo mágico de Arteaga, Coahuila. Ja, ni un chocolatito caliente trajeron para disculparse por los cuarenta y cinco minutos que esperé sentada en un tronco congelado —me acerco a la puerta para espiar por la pequeña abertura que da hacia la cocina—. ¡Ájalas! Buenos, buenos, pero buenísimos días.
«Es una chulada de hombre», pienso al observarlo. Está cortando fruta fresca y vigilando el café que gotea lento en una taza blanca. Sus mechones húmedos caen sobre su frente, y esa camisa blanca desabotonada desafía cualquier resistencia.
—Penso spesso all’inizio di tutto, questo penso spesso alla fine di tutto (Pienso a menudo en el principio de todo, esto pienso a menudo en el final de todo…) —canta limpiándose las manos con una toalla para contestar la llamada—. Ciao, preciosa —dice con una voz que vibra en el aire, dándome la espalda.
«¡No te gires! Quiero saber qué pasa».
—Si la montaña no viene a Roma…
—Aspetta un secondo (Espera un segundo) —coloca el teléfono en un trípode junto al refrigerador—. Déjame verte bien —inclina la cabeza al tiempo que la mujer de la pantalla alisa un cardigan beige—. Querida Abril, luces bellissima. Cada día más impresionante —la sonrisa ladeada lo ilumina—. Deberías aceptar mi vieja oferta. Deja a mi primo y vive la vita conmigo. Puedo poner il mondo (el mundo) a tus pies.
«¡Fabrizio! Si me ofrecieras eso a mí, no lo pensaría dos veces. ¡Aquí estoy!»
—Fabio, Fabio, Fabio… ¿Cuándo será il giorno (el día) en que llames sin amargarme el café? —una tercera voy interrumpe.
En la pantalla aparece un hombre de tez clara, ojos intensos y una barba perfectamente descuidada.
—Abotónate la camisa, cugino (primo). La mia donna (Mi mujer) está presente.
Ese debe ser Marco, el esposo de Abril. Ahora entiendo por qué lo ama tanto. Además de ser buen hombre, esos ojos azules son hipnóticos. ¿O son verdes?
—¿Qué sucede, cugino? ¿Tienes miedo de que al fin se enamore de mí? —suelta Fabrizio sacudiendo su cabello húmedo con una seguridad arrolladora—Todavía recuerdo la noche que nos vimos por primera vez. Ah, amore a prima vista. Te veías espectacular con esa blusa rosa. No dudé en pedirte que me eligieras a mí —muerde su labio y comienza a cantar—. No other thing that’s as precious to… No other, there’s no other… (Nada más que sea tan precioso… Nada más, no hay nada más…) ¿La recuerdas, Abril?
Fabrizio Girardi, ¿ahora también cantas? ¿De puritita casualidad, también eres héroe por las noches?
—¡Fabio! —exclama Abril, sonrojada.
Parece que no soy la única que siente el rubor trepando hasta las orejas mientras lo observa mover la cabeza con una mezcla de confianza y descaro. «¡¿Acaso quiere matarnos con ese combo de encanto y arrogancia?!»