Quiana “secretos, pasión y vino”

25 LA SOMBRA DEL PASADO

Jueves 30 de agosto del 2018

Aeropuerto de Ezeiza, Buenos Aires

10:15 a. m.

En el libro El aeropuerto: un lugar con dos caras del gran coach David Madrid, el autor describe lo fascinantes que pueden llegar a ser estos sitios, sin importar su tamaño. Los define como “espacios donde la gente expresa sus emociones y sentimientos sin reservas, sin vergüenza”. Y tiene razón. Entrar a un aeropuerto es como cruzar a otra dimensión, un lugar donde nos convertimos en recuerdos, despedidas, alegrías, encuentros y hasta en profundas tristezas.

Nunca me consideré una mujer de viajes, mucho menos de negocios. Siempre me aferré a mi rutina en el hospital, y las pocas veces que soñé con explorar el mundo, mamá se encargó de cortar de raíz cualquier intento con su clásica frase: «¿Y si te vas y justo tu padre muere? ¿Qué haremos tu hermana y yo? Piensa un poco y no seas egoísta, niña». Sí, ya sé. Mi madre es agotadora.

Sin embargo, como bien dicen por ahí, nunca digas nunca. Después de unas vacaciones que, más que un descanso, han sido una salvación para mi Quiana interior, aquí estoy otra vez, de vuelta en este aeropuerto. Misma terminal, mismas maletas, pero con una diferencia crucial: ya no soy la misma. Ahora veo las cosas desde otra perspectiva. Observo a la gente correr con sus enormes equipajes, perderse entre tiendas de regalos y despedirse con abrazos que saben a eternidad.

¿Quién iba a imaginar que en este mismo lugar conocería al hombre que cambiaría mi vida en tiempo récord? Un hombre que no solo trajo consigo nuevas oportunidades, sino que también me enseñó lo que significan la libertad, el amor y la sanidad del alma. Fabrizio Girardi se considera un hombre difícil, marcado por errores y sin derecho a ser amado. Pero yo no lo veo así. He descubierto partes de su verdadero corazón y, si Roma y él me lo permiten, estoy dispuesta a llegar aún más profundo.

—Han sido unas vacaciones increíbles, ¿no crees, Quiqui? —dice Dulce, tomándome del brazo mientras arrastra su maleta rumbo a la puerta de embarque—. Lástima que lo bueno siempre dura tan poquito.

—Sí… lástima —susurro, todavía con el ánimo a medias después del torbellino de emociones que han sido estos días—. En lo que Fabrizio termina de hablar con Sebas —los señalo a nuestras espaldas—, vayamos por un café, ¿te parece? Todavía nos queda algo de tiempo.

—Ah, el último café —suspira, como si ya pudiera saborear la nostalgia que vendrá después.

—Sí, el último —repito, rodeando sus hombros con un brazo—. Voy a extrañarte tanto, Dulcita. ¿Qué haré sin ti en Roma?

—Vivir la vida, eso tienes que hacer —me sonríe—. Sé cuánto amas Jalisco, pero siendo sincera, ya no hay futuro para ti en ese lugar. No después de lo que mamá te dijo por teléfono y lo desquiciado que ha estado Ferrer estos días.

—Deberías haberla escuchado… —suelto una risa sin ganas—. Parecía como si estuviera hablándole a su peor enemiga y no a la hija que dio a luz hace años.

—Es mamá. Ya sabes cómo es.

—Sí, pero dime la verdad… —mordisqueo mi labio, la duda rondando mi mente como un fantasma—. ¿Por qué crees que lo defienda tanto?

—Quiana, ya sé lo que estás pensando —me mira de reojo, adelantando un poco el paso.

—Solo dime si crees que mamá sería capaz de meterse con mi ex prometido.

—No lo sé… —susurra, pero no suena tan convencida—. Aunque, bueno, no sería la primera vez que hace algo así.

—Exacto. ¿Recuerdas al distinguido abogado Rojas?

—¿El de los ojitos celestes y la barbilla partida como Henry Cavill? —pone los ojos en blanco.

—Ese mero.

—¿Quién hubiera creído que se metería con el esposo de Mercedes Pineda? —alza una ceja, incrédula—. La gran arquitecta y dueña de la cuarta parte del country club donde mamá se la vive casi todos los días.

—Suerte para ella que Mercedes ni enterada está de la gran hazaña, porque si no, ya la habría vetado de cada club y restaurante de lujo en Guadalajara —niego con la cabeza—. Estuvo obsesionada con ese abogado todo el tiempo que papá se la pasó fuera de casa.

—Es verdad —hace una mueca—, pero papá se arrepintió y juró jamás volver a caer en una situación así. Y lo ha cumplido. Sin embargo, nunca vi que mamá se disculpara por su pequeño ‘desliz’ de casi tres meses… y la verdad, tampoco esperaba que lo hiciera.

—¿Por qué mamá es así de cruel, Dul? —me detengo frente al ventanal, tomando asiento en una de las bancas acolchadas—. La abuela Lourdes es un pan de Dios y el abuelo Juan Manuel se rompió la espalda toda su vida para que a ninguno de sus hijos les faltara nada.

—Es sencillo, Quiqui —coloca su bolsa rosa sobre mi maleta—. Cada quien elige la vida que quiere vivir, decide cómo actuar y sabe hasta dónde está dispuesto a llegar —alza los hombros con indiferencia—. Que mamá sea una mujer horrible de mente y corazón no significa que tengamos que terminar igual —me pellizca la mejilla con cariño—. Ahora, vayamos a esa cafetería de enfrente y dejemos las amarguras atrás.

—Tienes razón. ¿Qué tal unas medialunas?

—Vas aprendiendo, Varela. Vas aprendiendo.

Cafetería Le Pain Quotidien

1 hora para el vuelo a Roma

—Escucha esto, Qui —dice Dulce, dejando su taza de moka sobre el plato de porcelana—. “La libertad no solo es un derecho que reclama independencia y autonomía, sino una capacidad que empodera al ser humano para tomar decisiones, expresar opiniones y realizar aspiraciones. Es un estado en el que la persona se siente libre de coacción o sometimiento por parte de otro” —resopla y cierra la revista—. Ja. Respeto… esa palabra ni siquiera existe en nuestro círculo.




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