Quiana “secretos, pasión y vino”

26 BAJO EL VELO DEL ENGAÑO

—¿Te diste cuenta de cómo domó a la fiera? —susurra Dulce sin apartar la vista de Fabrizio, quien conversa con los guardias mientras Astor, esposado y derrotado, es empujado hacia el carrito de la policía—. Unas simples palabras y lo volteó como tortilla en comal.

Ah, las palabras. Tienen el poder de transformar un ambiente, cambiar a las personas y, al mismo tiempo, destruirlas. ¿Cómo es posible que una simple frase en italiano haya reducido a Astor Ferrer a este estado? ¿Qué fue lo que realmente le dijo Fabrizio? ¿Acaso hay algo que no sé? O tal vez su presencia encierra una autoridad que hasta ahora no había percibido.

Astor sigue inmóvil, pero sus ojos, aquellos que alguna vez amé, me lanzan una promesa muda de venganza. No importa que su porte de empresario se haya esfumado en cuanto intentó someterme, su mirada sigue asegurándome que pagaré muy caro la vergüenza que él mismo provocó.

—No sé qué fue lo que pasó —murmuro, inquieta por su falsa sumisión—, pero nunca subestimes el poder de las palabras, Dul.

—Ya sé, pero aquí hay algo más, hermana —susurra, entrecerrando los ojos.

—Apenas subas al avión, habla con el señor Girardi —dice Sebas, tocándome el hombro—. Quizás descubrió algo de Astor que nosotros no sabemos.

—Lo haré —asiento, viendo a Fabrizio acercarse—. Ya viene.

—Ragazza, nuestro vuelo sale en media hora —anuncia él con paso firme. Se agacha, recoge mi libro del suelo y guarda su teléfono en el bolsillo de su pantalón—. ¿Estás lista?

—Sí, sí… —sacudo la cabeza, tratando de ordenar mis pensamientos—. ¿Qué pasará con Astor?

—Lo escoltarán de regreso a México. Maledetto codardo (Maldito cobarde) —dice con una media sonrisa antes de tomar su gabardina gris—. Tenemos que hablar, pero será después, ¿va bene?

—Última llamada para los pasajeros de clase ejecutiva del vuelo AR1110 con destino a Roma. Favor de pasar a la puerta 12 —anuncian por los altavoces—. Ultima chiamata per i viaggiatori in business class sul volo AR1110 per Roma. Per favore, vai al cancello 12.

Mi corazón da un vuelco. «Ya es hora, Quiana. Deja de pensar en ese miserable y sube a ese bendito avión».

—Es el momento, preciosa —dice Fabrizio, deslizando sus dedos por mi mano—. ¿Sigues segura de viajar conmigo?

—Lo estoy —lo miro a los ojos y sonrío—. Solo que aún no puedo creerlo. Por fin voy a conocer Roma después de tanto tiempo.

Una oleada de emociones me nubla la vista. Recuerdos de promesas rotas, negativas y excusas de Astor flotan en mi mente, pero la voz de Fabrizio, su toque firme y su presencia real los desvanecen uno a uno. Dicen que después de una caída, algo mejor llega… pero Fabrizio Girardi no es solo algo mejor. Es la respuesta a un deseo que ni siquiera me atreví a pronunciar en voz alta.

Solo espero que, al llegar a Roma, siga eligiéndome como lo hizo desde el primer día.

—Bien, supongo que aquí es donde nos separamos —suspira Dulce, soltando la mano de Sebas—. Nunca imaginé que nuestra despedida tendría un toque de adrenalina gracias al demente de Astor.

—Dul… —la abrazo con fuerza, conteniendo las lágrimas—. Ven con nosotros. Ambos. —aprieto el hombro de Sebas sin soltar a mi hermana—. Allá estaremos mejor, más tranquilos.

—No voy a desaprovechar la oportunidad que el señor Girardi me ha dado, Qui —sonríe mi cuñado, devolviendo el gesto—. Pero Dulce podría ir con ustedes y…

—No, chiquillo, no voy a dejarte solo —responde ella, separándose de mí—. Prometimos que regresaríamos a Guadalajara sin levantar sospechas y que, cuando todo estuviera listo, nos reuniríamos en Roma.

—Y así será —afirma Fabrizio—. Nos mantendremos en contacto por cualquier detalle que surja en los próximos días.

—Solo le pido que me la cuide mucho, por favor —suplica mi hermana, ahogando un sollozo—. Es lo más valioso que tengo.

—Quiana no es cualquier mujer, es una joya que solo desea brillar y ser feliz. Espero que sepa valorar lo que se lleva a Roma —agrega mi cuñado.

—Ay, odio las despedidas, pero admito que sus palabras me apachurran el corazón —digo con la voz entrecortada antes de abrazarlo fuerte, junto a mi Dulcita de coco—. Cuídense mucho, se los ruego. Estaré pidiendo a San Clemente por ustedes y nuestro pronto encuentro.

—No tienes por qué preocuparte, Quiqui —sonríe Dulce, limpiándose las lágrimas—. No sabes la felicidad que me da que hayas decidido irte. No solo conocerás Roma como siempre soñaste, sino que también serás libre. —su voz se quiebra—. Libre para, al fin, hacer tu vida.

—Cuñada… —Sebas levanta mi mentón con ternura—. Prepárate, porque yo sé que no volverás a México.

—No digas eso, Sebas.

—Cuando pruebas la libertad, es difícil regresar a la jaula donde te mantenían esclava —pellizca mi mejilla con cariño y sonríe—. Es hora de que Quiana Rebecca Varela Ponce sea libre al fin.

—Andiamo, ragazza. Nos esperan en la puerta —susurra mi italiano, tomando mi bolso junto con sus cosas.

—Llámennos apenas aterricen en México, ¿de acuerdo? —me limpio la nariz—. Los amo.

—Pueden quedarse tranquilos —dice Fabrizio, tomándome de la mano—. Ella estará a salvo conmigo. Les doy mi palabra.

—Gracias por lo que está haciendo. Créame, esta jalisciense le va a cambiar la vida.




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