Piazza di Spagna
12:55 a.m.
«—¿Ves aquel edificio iluminado al otro lado del río? Es el Castel Sant’Angelo. Está conectado por el puente más hermoso de tutta la città y, además, tiene un pasadizo amurallado que lo une con el Vaticano.
—¿Este es el río Tíber? —abro la ventana y saco el teléfono para capturar la escena.
—Exacto. Estás frente al gran río Tíber —reduce la velocidad para que pueda tomar mejores fotos—. Conoces bastante la mia città.
—Cuando sueñas con algo, lo alimentas todos los días hasta que crece tanto que se vuelve inevitable —suspiro, desviando la mirada hacia él—. Apuesto a que sé más sobre Roma que tú.
—Lo vedremo (Ya lo veremos) —me guiña un ojo antes de acelerar».
Hace diez minutos que estacionamos junto a los imponentes edificios que custodian la entrada a la Plaza de España. Aún me cuesta creer que estoy aquí, en el mismo escenario donde Audrey Hepburn filmó Vacaciones en Roma.
Hablar de Roma no es tan sencillo como hacerlo de París, con su aura de ensueño, o de mi amado México, con su calidez inigualable. La Ciudad Eterna, como la llama Fabrizio, es y siempre será uno de los lugares más fascinantes de la Tierra. Es un paréntesis en el tiempo y, ¿por qué no? El refugio que invita a perderse, a culturizarse y a disfrutar.
Para algunos, es solo una ciudad abarrotada de turistas que buscan capturar cada rincón histórico sin importar la hora. Pero para mí… para mí es mucho más. Es un paréntesis en mi propia historia, una aventura inesperada. La tregua para descubrir la vida… y quizás, también el amor.
—Quiana…
—Shhh. Un momento, Fabrizio —cierro los ojos y tanteo su mano, buscando silencio—. Escucha el sonido del agua.
—Llevo años escuchándolo —ríe.
—Y yo llevo años soñando con estar aquí —susurro, abriendo los ojos. La emoción me golpea el pecho—. No tienes idea de lo que esto significa para mí. Es un sueño cumplido. Es… lo es todo.
—È tutto per te (Lo es todo para ti) —murmura, quitándose el cinturón.
—¿Y ahora? —lo sigo con la mirada mientras baja del auto y rodea el frente con rapidez.
—Baja, ragazza.
—¿Dije algo malo? —abro la puerta, tanteando su humor.
—Nada de lo que digas podría ser malo —cierra el auto y, sin soltarme, nos guía hacia la fuente—. Apagarán la fontana y las luces de la piazza en cualquier momento.
—¿Entonces?
—Quiero mostrarte algo —libera mi mano para saltar el pequeño cerco que rodea la fuente—. Vieni qui, preciosa —me hace señas para que lo siga.
—Esto es ilegal, ¿o no? —miro hacia ambos lados de la plaza.
—Sí, pero ahora no hay nadie —toma un poco de agua de los costados de la fuente y me sonríe con complicidad—. ¿Quieres beber?
—¿De tu mano?
—¿Tienes una idea mejor?
—Ni siquiera sabía que esta agua se podía beber —me acerco hacia él.
—Dai, amore (Vamos, cariño) —muerde su labio, y por Dios… ¿cómo se supone que me resista a eso?
—No creas que por hablar italiano no entiendo lo que a veces dices —murmuro con una sonrisa traviesa.
—Bébela —alza las manos llenas de agua.
Doy un leve suspiro y, sin apartar la vista de él, acerco mis labios a sus manos.
—¡Bendito! —el frescor me envuelve—¡Qué delicia!
Fabrizio suelta una risa suave.
—Con este piccolo atto (pequeño acto), tienes asegurado tu regreso a Roma.
—¿Qué? —frunzo el ceño—. Pensé que había que lanzar una moneda para eso.
—No en esta fuente.
—Pero tú me dijiste que…
—Ragazza, si te revelaba la verdad, la fontana perdería su magia —vuelve a tomar agua entre sus manos y esta vez es él quien bebe—. Ah… rinfrescante (refrescante).
—¿Para qué tomas tú? —bromeo—. Tú vives aquí, chulo, en la ciudad eterna.
—Sí, pero no fue por eso —sacude la mano y, en un movimiento suave pero decidido, me rodea la cintura acercándome todavía más—. Bebí para que te quedaras conmigo.
Lo miro con los labios entreabiertos—Ah, ¿la fuente también concede esa clase de deseos?
—Ese y muchos más —su mano sube hasta mi cabello y acomoda un mechón detrás de mi oreja con una delicadeza que hace que mi piel se erice. Luego, con un gesto despreocupado, echa un vistazo a su reloj—. Cinque, quattro, tre, due, uno…
Las luces de la plaza se apagan justo como lo había dicho, sumiendo la escalinata en una penumbra serena. Solo quedan los diminutos destellos de algunas casas alrededor y la tenue iluminación de la ciudad reflejándose en el agua ahora quieta de la fuente. El silencio se instala entre nosotros, amplificando el aleteo frenético de mis mariposas.
—Supongo que es hora de ir a dormir, bellezza —su pulgar roza la piel de mi cuello en una caricia que me roba el aliento—. ¿Subimos? Mi casa está justo en el último piso de ese edificio —señala la calle donde está estacionado el auto.
—Déjame adivinar… ¿tu pequeña casita es esa con el balcón repleto de flores? —alzo la vista y mis ojos se posan en la fachada histórica. No es un edificio demasiado grande, pero tiene una elegancia atemporal que lo hace resaltar entre los demás—. ¿Cuántos años tiene este lugar?
—Las viviendas fueron construidas en el año mil ochocientos —responde con naturalidad, y salta los barrotes de la fuente para ayudarme a salir—. Mi penthouse es el único con una vista privilegiada de la città (ciudad), gracias a su ático-terraza.