Quiana “secretos, pasión y vino”

30 ENTRE HISTORIA, PIZZA, Y UN ITALIANO DIVINO

Barrio de Trastevere, Roma

Pizzería La Boccaccia

13:25 pm

A veces, el miedo te hace dudar segundos antes de saltar. No lo dudes, solo abre tus alas y siente el vuelo.

(Diego Torres)

Si en algo concuerdo con Fabrizio, es que mi primer día en Roma no podía ser en los mismos sitios turísticos abarrotados. Mucho menos haciendo filas interminables bajo el sol abrasador del verano. Por eso, lo dejé elegir un lugar especial, un rinconcito que me hiciera suspirar y donde pudiera relajarme con él.

«En la capital hay lugares emblemáticos: la Fontana di Trevi, Il Colosseo, Il Vaticano… pero ninguno representa tanto el alma de la mia cittá como el Trastevere. No dedicarle suficiente tempo al decimotercer rincón di Roma sería un error imperdonable, ragazza» dijo mientras lavaba los platos y yo los secaba. Aunque, siendo sincera, solo me dediqué a admirar lo varonil que se veía incluso lavando una diminuta taza de espresso.

—Y ahora, aquí estamos —observo el convento franciscano desde nuestra mesa—. Una lástima que hoy esté cerrado.

Según Fabrizio, este convento fue un leprosario milenario que cobijó a San Francisco de Asís, el santo patrono de Italia, de quien el papa Bergoglio tomó su nombre. Se dice que Francisco estuvo al menos siete veces en ese hospicio, ayudando y curando a los enfermos bajo el cuidado de los monjes benedictinos en el año 1223. No era un hombre religioso más. Su fidelidad a la iglesia, su humildad y el amor por sus semejantes lo convirtieron en un símbolo de devoción.

«Aunque vivas aquí toda la vita, siempre descubrirás algo nuevo» me susurró antes de levantarse para contestar el teléfono.

Y sí, tiene razón. ¿Quién hubiera imaginado que en un callejón diminuto encontraría semejante tesoro escondido? Trastevere no es solo un barrio. Es la esencia de Roma, un pedazo de historia entre calles adoquinadas, ropa tendida entre balcones y aromas que invitan a perderse en su magia.

—Una semana no será suficiente para descubrirte —murmuro, terminando mi última rebanada de pizza—. Necesitaré toda una vida, pero no sé si este guapo italiano estará dispuesto a soportarme.

Él, aún con el teléfono en la oreja, me lanza una mirada cómplice y hace una mueca graciosa que me hace reír.

«¿Te has dado cuenta de cuánto cambia un hombre cuando se siente amado?» Mi mente suelta esa frase justo cuando sus ojos brillan de una forma diferente. Tal vez estar con un italiano divino al que apenas conozco suene a locura, pero mi corazón lo eligió en un instante y, desde entonces, no ha querido apartarse de él. Sé que tiene su carácter, su genio fuerte, pero tampoco me molestaría compartir momentos como este a su lado.

—Solo hay que darle tiempo —saco el celular al notar que vibra varias veces—. Ah, mi dulcito de coco.

Sonrío al ver las notificaciones de WhatsApp y abro su mensaje.

—¡Quiquitaaa! ¡Quiero el chisme completo de todo lo que has estado haciendo en Roma con esa chulada de hombre! —su voz emocionada resuena en el audio—. ¿Ya te pidió ser su novia oficial o sigues siendo la de chocolate?

Toco el segundo mensaje.

—¡Pero qué bonito lugar! ¿Dices que bebieron agua de esa fuente y que su deseo fue que te quedaras con él? —suelta un gritito de emoción—. ¡Sabes lo que eso significa, ¿verdad?! ¡El hombre está enamorado hasta la médula por ti! Ay, benditooo. Que el cielo te ilumine y logres aventártele antes de que alguien más lo haga. ¡Abusada, mija! No pierdas ninguna oportunidad. Checa sus señales y sabrás cuándo es el momento. ¡Te amo, Quiqui de mi corazón!

Me río y niego con la cabeza.

—¿De verdad será así?

Levanto la vista y lo encuentro mirándome. Su sonrisa tiene algo diferente. Algo que, por primera vez, me da la certeza de que, tal vez, mi hermana no esté tan equivocada.

Ájalas, cómo extraño a mi chicle menor pegado las veinticuatro horas del día, regañándome por las cosas que hago y digo. Escuchar su voz me llena de alegría, pero también me deja tranquila al saber que está bien y lejos de las garras de Ferrer.

—Guajolota, son las seis de la mañana en México, ¿qué haces despierta? —me cruzo de piernas y me acomodo en la silla—. Seguiré tus consejos, pero ya sabes que soy de la idea de que, si él quiere algo más formal conmigo, me lo diga bien directo. No pienso perder ninguna oportunidad, eso está más claro que el agua, pero tampoco me le voy a aventar —alzo el mentón—. Es el sueño de cualquier mujer, pero tengo tantita modestia. Bueno, te dejo. En un rato te paso más fotos y videos, ¿va bene? —resalto mi falso acento italiano y sonrío—. Te quiero arto, dulcito de coco —termino el mensaje de voz y lo envío.

—Ti sei preso cura di quello che ho chiesto? (¿Te encargaste de lo que te pedí?) —escucho a Fabrizio hablar con ese divino acento italiano—. Sì, per ora rimarrò qui. (Sí, por el momento estaré aquí). Parla con Romani. (Habla con Romani). Sì, sì. Arrivederci —cuelga y regresa a la mesa—. Lo siento, ragazza, tenía que responder esa llamada.

—No hay problema —guardo el teléfono y saco mi espejo de bolsillo—. Me dio chance de mandarle un mensaje a mi hermana.

—¿Cómo está ella?

—Bien, pero ya sabes, quiere saber cómo me la estoy pasando, qué he hecho y alguna que otra cosilla más.

—Tener una hermana debe ser molto speciale (muy especial) —sonríe, acomodando sus lentes de sol sobre su cabello rubio—. Lo más cercano a un hermano ha sido il mio cugino Marco.




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