Plaza Navona
Gelatería Frigidarium
Hace menos de diez minutos llegamos a la famosísima Plaza Navona. Con su estilo barroco, elegante y único, es, en mi opinión, una de las plazas más hermosas y populares de Roma; un rincón donde lo moderno se entrelaza con la Roma antigua, guardando secretos que valen la pena descubrir si se tiene la oportunidad.
A tan solo unos pasos de la gran Fuente de Neptuno, se encuentra la gelateria artesanal que tanto le gusta a Fabrizio: Frigidarium. Un sitio que lleva abierto desde 1988 y, si mal no recuerdo, era el lugar donde él solía refugiarse para escapar de las locuras y maltratos de su madre. «El helado aquí no es solo un postre, sino una expresión artística, un agasajo para el alma», me dijo mientras me abrazaba por la cintura y me dejaba sin palabras con su forma tan ilustre de describir algo tan simple como un cono de gelato romano.
—Haré la fila —dice, besando mi mejilla—. ¿Algún sabor en especial, bellezza?
—¿Vamos a casa de tu primo?
—Sí, ¿por? —frunce el ceño con intriga.
—No quiero llegar con las manos vacías —saco mi monedero y me fijo en la pizarra de la entrada—. Hmm… como Abril está embarazada, le vendría bien limón y menta. ¿Le gusta el gelato?
—Le encanta —asiente—. Limone y menta son perfectos, pero no voy a dejar que pagues eso —señala mis billetes—. Guárdalo para ti.
—Fabrizio, déjame pagar al menos esto.
—Amore mio, no —me da un corto beso en los labios—. Mientras estés conmigo, nada te faltará —acaricia mi mano con ternura—. Una bella donna come te merita le migliori attenzioni (Una mujer hermosa como tú merece las mejores atenciones).
—Pero mira que te encanta llevarme la contraria —sonrío, consciente de que varias personas alrededor nos observan y cuchichean—. Ve, pues.
—¿Último beso?
—Último… pero solo por ahora —me acerco y, en lugar de darle uno, le doy varios besitos rápidos, haciéndolo sonreír—. Corre.
Me hago a un lado para dejar pasar a los clientes que salen del local y me recargo contra la pared de piedra, buscando un poco de sombra.
—Dulce… —susurro al recordar que me había enviado un mensaje antes de bajar del auto. Saco el teléfono del bolsillo de mi vestido y abro WhatsApp—. ¿Qué es eso tan importante que tienes para decirme? ¿Va todo bien por allá? —leo su mensaje y sonrío—. Ay, Dul… si supieras.
«¿Estás lista para lo que vas a leer?» Aprovecho para espiar a Fabrizio en la fila y acerco más el teléfono. «Me pidió que fuera su novia. Dulcito de coco, ¡al fin el chulo italiano que me trae chiflada se me declaró!» Le envío el mensaje y, al levantar la vista, me encuentro con la sonrisa ladeada de mi novio. Me está observando con fervor, como si fuera lo más bonito que ha visto en su vida.
—Hola, guapo —susurro, alzando una mano.
—Be-lli-ssi-ma —deletrea, lanzándome un beso que se lleva gran parte de mis suspiros—. ¿Limone?
—Limón y menta, sí. Dos litros.
—Capito (Entendido) —me regala un guiño antes de volver a fijar la vista en la tabla de precios y sabores del mostrador.
Es tan hermoso. Nadie se compara con lo impecable y bien vestido que va hoy. Como buen italiano, cuida cada detalle de su apariencia. Ni qué decir de su cabello, con ese efecto despeinado que, lejos de restarle elegancia, lo hace aún más irresistible. San José del Rincón… es guapísimo por donde se le mire y lo sabe bastante bien. Sin embargo, a pesar de las miradas indiscretas y los coqueteos de otras mujeres, yo soy la única que ha llegado hasta su corazón.
—¿Che, quello in fila non è Fabio Girardi? (¿Que aquél en la fila no es Fabio Girardi?) —pregunta una mujer deteniéndose justo a mi lado.
—Oh, finalmente è tornato (al fin regresó) —responde su acompañante con un tono de entusiasmo que no me gusta para nada—. Adriano avrà il colloquio che vuole (Adriano tendrá la entrevista que desea).
No entiendo el italiano a la perfección, pero suficiente como para captar que reconocieron a Fabrizio.
—Estas deben ser modelos… y si no, le pasan raspando —murmuro, observando cómo ambas se saltan la fila sin la menor vergüenza y se dirigen directo a mi novio—. Andaaa, ¿problemas en puerta desde temprano? —entrecierro los ojos, enfocándome en la rubia de cabello ondulado y labios escandalosamente rojos que le toca la espalda.
Fabrizio se sorprende al verlas, pero su sonrisa cálida y los besos en cada mejilla me bastan para saber que las conoce bien. «No te me agüites, Qui. Piensa que es famoso… y que tuvo una vida algo desenfrenada antes de conocerte» me intento tranquilizar, pero todo mi autocontrol se va a la basura cuando la rubia apoya la cabeza en su hombro y la otra le hace ojitos con descaro.
—Ah, canijas —mascullo, acomodándome el vestido y los ánimos antes de avanzar con toda la dignidad del mundo hasta la entrada.
—Mi amor —alzo la voz, captando de inmediato su atención y la risita molesta de sus acompañantes—, te espero en la plaza. Por favor, no tardes.
Dicho eso, me doy media vuelta con mi mejor cara de pocos amigos y salgo del rincón abarrotado de gente.
—San Jerónimo, ¿por qué presiento que esta clase de situaciones se van a dar seguido? —resoplo, cruzando la calle principal hasta llegar a la fuente de Neptuno—. Ahora ya están bien enteradas de que no vino solo.