Quiana “secretos, pasión y vino”

32 UN ABRAZO CON SABOR A HOGAR

«Vas a necesitar mucha paciencia, hermana. Que esté contigo no significa que vaya a olvidar a esa mujer de un día para otro, pero tampoco pienses que es imposible. Tu forma de ser, tu corazón, sí pueden curarlo. Tú misma has visto el cambio que ha tenido en menos de quince días. Ya tocaste la fibra de su alma, así que sigue por ese camino, llegarás lejos. Y quién sabe, tal vez hasta el altar. Los hombres son simples, pero no tan inteligentes cuando se trata de amor. No lo olvides. Si realmente quieres estar con ese chulísimo italiano, tendrás que dejar atrás su pasado y el tuyo. Besito».

Leo el mensaje de Dulce una y otra vez, dándole razón en todo lo que ha escrito. Supongo que no se trata de renunciar al pasado, sino de evitar que se convierta en una atadura, en un yugo que nos frene. El pasado es parte de nosotros, de las experiencias vividas, pero no quiero que me paralice ni que me estorbe en el presente que estoy intentando construir. Sin embargo, si hablamos de estorbos del pasado, Clara Venturelli es una carga pesada en el corazón de Fabrizio. No juzgo lo que intentaron entre ellos, pero las palabras y acciones de ella en verdad que dejaron huella en él. Basta con ver la cara que puso cuando la mencioné.

Creo que la solución es simple: no hablar más de ella y dejar que se quede guardada en el pasado. No la necesito en nuestro presente. «San Clemente, ayúdame a ser más sabia con este hombre, por favor».

—Ehmm, ¿hablaremos en algún momento de quién es el tal Daniele? —pregunto, intentando romper el hielo.

—Sí, pero no será hoy —responde, con la mirada fija en el camino.

—Bien —suspiro—. ¿Dices que Abril y Marco viven en Lazio?

—Lazio es el barrio, pero no es la ciudad que imaginas.

—Ah —digo, perdiendo paciencia por su tono distante—. Fabrizio, llevamos veinte minutos en este auto y las únicas palabras que has dicho han sido más frías que bisturí de diamante. ¿Me puedes decir qué te pasa?

—¿Hace falta que diga algo?

«Dios mío, ayúdame» pienso, respirando hondo para no ahorcarlo.

—Entiendo que nombrar a esa mujer estuvo fuera de lugar, pero ya te pedí disculpas. ¿No te basta con eso?

—No, no me basta —me mira de reojo, sin sonreír—. ¿Sabes qué necesito?

—¿Qué?

—Un bacio —señala sus labios con el dedo índice—. Las palabras no me sacian, pero los besos sí.

—Benditooo —doblo los ojos, pero intento calmarme—. ¿Me estás diciendo que todo este drama lo podíamos haber evitado con un simple beso?

—Bacio, ahora —insiste, lanzándome una mirada de pocas pulgas, pero con una pequeña sonrisa escondida.

—Eres increíble —sonrío, dejando los envases de gelato en el piso del auto—. Ya voy, señor Girardi —me acerco y lo tomo por el cuello—. Qué dramático e irresistible me saliste —le dejo besitos sobre la mejilla y también un par sobre sus labios—. ¿Eso está mejor?

—Mucho mejor —se detiene en el semáforo y sonríe al fin—. Amore mío, i tuoi baci sono una dipendenza.

—Ya vas a empezar a enamorarme con ese acento italiano y la mirada rompe corazones —muerdo mi labio, reprimiendo las ganas de lanzarme a besarlo de nuevo—. ¿Qué dijiste?

—Tus besos son una adicción —acaricia mi nariz y vuelve a conducir.

—¡Andaaaa, por todos los santos de mi bella Guadalajara, ahora entiendo por qué las mujeres se vuelven locas contigo! —exclamo, muy cerca de derretirme como los gelatos en el piso—. Te encanta la labia.

—Sono italiano, cariño —sonríe, claramente orgulloso de sí mismo—. Pero siéntete afortunada de ser la única en acariciarme el alma.

—Jesús de Veracruz. ¿Oyes eso? —digo, tocando mi pecho—. El tic tac de mi corazón acaba de acelerar gracias a ti.

«Ah, Fabrizio… Quizás tengamos nuestras diferencias, pero daría todo por escuchar cada día esa risa tan libre que tienes» pienso, deleitándome con la blanca y rozagante sonrisa que se dibuja en su rostro cada vez que digo algo tonto. Si lo miras desde afuera, parece un hombre con un pasado duro y una vida difícil de entender, pero lo cierto es que, por más que me esfuerzo, todo sigue enamorándome de él, incluso sus pinceladas de niño berrinchudo.

—Estamos llegando —dice, desviando el auto hacia unas enormes murallas blancas que rodean lo que supongo es la casa de Abril y Marco—. Espero que ya estén en casa —frena frente a las rejas negras y baja el vidrio para apretar el botón rojo del interfón.

—¿Sí? —responde una voz femenina.

—Buonasera, bellezza —saluda Fabrizio con una sonrisa cómplice, bajando sus lentes de sol.

—¡Ay, llegaste! —exclama la voz—. Ya te abro.

—¿Sabías que mi primo le pidió matrimonio en esta casa? —dice, mientras las puertas se abren, revelando un hermoso camino adornado por árboles gigantes.

—¿Y cómo podría ella rechazarle? —sonrío, emocionada. —Qué cosa más romántica. ¡Avanza, avanza! —me quito el cinturón y bajo el vidrio para sacar la cabeza—. Mira esto, ¡qué hermosura! Cuéntame, ¿cómo fue que se le declaró?

—No sé mucho. Esa noche me tocó trabajar.

—¿Es en serio? —lo miro sorprendida—¿Cómo pudiste perderte semejante momento?

—No iba a asistir a la fiesta de compromiso de la mujer de la que estaba enamorado, ragazza.

—¡Ay no juegues! —abro los ojos—. Fabrizio, ¿estabas enamorado de la esposa de tu primo?

—En aquel tiempo no era su esposa.

—Jesús, María y José —entrecierro los ojos—. Dime que estás bromeando, por favor.




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